¡Viva la libertad! –exclamó la estatua de bronce
Casa de citas/ 343
La Antología del humor negro (Anagrama, 1972), que André Breton publicó inicialmente en 1939, supone la reunión de textos en cuyo centro narrativo hay crueldad, crímenes, torturas y demás asuntos no apto para señoritas y mamás, envueltos en una descolocación que puede hacerlos humorísticos. No a todos parecerá así, desde luego.
Varias líneas me parecieron interesantes para compartir y la primera es del prólogo de este padre del surrealismo (pp. 9-10): “El humor es lo que falta a los caldos, a las gallinas, a las orquestas sinfónicas”; en la página 11 alude a uno de nuestros creadores nacionales (de hecho el único en el volumen): “El triunfo del humor en el terreno plástico, en su estado puro y manifiesto, parece tener que situarse en una época mucho más cercana a la nuestra y reconocer como su primer y genial artesano al mejicano José Guadalupe Posada”.
Dice, ya en la antología, Jonathan Swift (p. 23): “Me ha asegurado un joven americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y sano, ya sea estofado, asado, al horno o hervido”; él mismo afirma (p. 28): “Venus, una hermosa y excelente dama, era la diosa del amor; Juno, una arpía terrible, la diosa del matrimonio”.
El marqués de Sade no considera válida la propuesta de Swift, quien sugería apartar niños para la reproducción y otros para la olla (p. 38): “No es más extraordinario comer un hombre que un pollo”.
En su nota de presentación (hace una a cada antologado), Breton dice que Lichtenberg (p. 46) “ha descrito 62 maneras de apoyar la cabeza sobre la mano”; en otra nota cita a Fourier (p. 54): “La cereza es el fruto de la cópula de la tierra consigo misma y la uva es producto de la cópula de la tierra con el sol”, y de Borel cita (p. 88): “Si mis cabellos caen, es que ahora mi frente está hecha para permanecer desnuda”.
El propio Borel dice (p. 92): “Creo que la única manera de hacerse rico es ser feroz, un hombre sensible jamás se enriquecerá”.
Breton cita a Paracelso (p. 104): “A menudo no hay nada encima, todo está abajo, buscad”.
Carrol es parte de la antología y hace decir a Alicia una de sus muchas frases ingeniosas (p. 122): “No les hablaré de ayer porque no era la misma persona”. Más adelante dice Charles Cros (p. 133): “Lo he tocado todo: el fuego, las mujeres y las manzanas”.
El conde de Lautréamont sugiere (p. 157): “Reíd, pero llorando al mismo tiempo. Si no podéis llorar con los ojos, llorad con la boca. Y si tampoco es posible, orinad”. Dice Brisset (p. 205): “El semen humano, visto al microscopio, se parece a un charco de agua lleno de renacuajos”.
- Henry (p. 216): “Aquí es verano, las abejas están floridas, las flores cantan, los pájaros hacen su miel… ¿Para cuándo las Pascuas y los huevos de conejos? Pero sin duda tú has aprendido en la escuela que los conejos no ponen huevos y que los huevos crecen sobre los arbustos”.
Gide (p. 224): “La obra de arte sólo es para mí un sucedáneo […] yo prefiero la vida… mire (y extendió el brazo…) sólo con extender el brazo siento más felicidad que escribiendo el libro más hermoso del mundo”.
Dice Cravan (p. 288): “No es que yo considere muy audaz pintar un acróbata o una persona cagando, ya que, al contrario, estimo que una rosa hecha con novedad es mucho más demoniaca”.
De Kafka publica varios textos, pero éste es maravilloso (p. 307): “Yo era rígido y frío, yo era un puente y estaba tendido sobre un barranco”; alguien pone sus pies encima: “Sentí un violento dolor, sin comprender qué sucedía. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un viajero? ¿Un suicida? ¿Un espíritu de tentación o de destrucción?”
Hay en esta antología muchos escritos que me sorprendieron, me divirtieron, me encantaron (el título de la columna es, por cierto, una línea de Apollinaire), pero mi texto favorito es, con mucho, “La debutante”, de Leonora Carrington (p. 383): “El animal que mejor he conocido era una joven hiena. Ella también me conocía; era muy inteligente; yo le enseñé francés y, a cambio, ella me enseñó su idioma”. Como la narradora no quiere ir a una fiesta, su amiga hiena se ofrece ir en su lugar. Se viste, camina con tacón, se pone guantes, pero el problema es la cara. La hiena le propone que llame a su sirvienta y que le arrancará el rostro. La narradora dice (p. 384): “No es práctico; sin cara, probablemente se morirá; seguro que alguien encontrará el cadáver e iremos a la cárcel.
“—Tengo bastante hambre como para comérmela –replicó la hiena.
“—¿Y los huesos?
“—También.”
Lo hacen (p. 385): “Unos minutos después, ella dijo: ‘No tengo más hambre; quedan todavía los dos pies, pero si usted tiene una bolsita, me los comeré más tarde, a lo largo del día”.
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Me encantó esta cita 343. Ironía, sutileza y sentimiento, ¡Felicidades!