Los jóvenes del terremoto
Juan Pablo Zebadúa Carbonell
A mis estudiantes de la UNACH
Se les ve incansable en las calles, en los pueblos y ciudades de la tragedia. No solo en la Ciudad de México, perdonen, sino en cada pueblo y ciudad que se vio afectada por los terremotos, ya sea por el propio movimiento telúrico o por el impacto pos-sismo que nos ha marcado para siempre. O sea, todo el país.
Son los mismos a quienes les han dicho “apolíticos” porque no quieren votar y no le creen a ningún partido, porque su forma de entender ese mundo ahora siniestro que es la política, no es cómo pensamos que para ellos debería ser. Son estos jóvenes a quien el país le ha negado cualquier tipo de oportunidad laboral, que no tendrán el trabajo que requiere toda persona para ser ciudadano pleno. Es la generación del No Future: no al trabajo, no al bienestar, no a la paz, no a la felicidad, no a nada.
Son estos mismos jóvenes, carne de cañón en una guerra estúpida contra el narcotráfico; los que han matado en las calles, ya sean 43, 100 o cientos de ellos. Son todas las mujeres jóvenes, víctimas del feminicidio en un país que le debe de proporcionar la seguridad necesaria para ir y venir donde quieran sin menoscabo de su propia dignidad, y de su vida misma. Son Mara y Nadia, esta última comiteca y aguerrida que, sin duda, estaría en primera fila organizando ayuda. Es la población joven LGTIB, insultada y vilipendiada, la que tiene que salir y tomar las calles en pos de su derecho, el mismo que está escrito desde hace tiempo en un libro (quizá ya enmohecido, polvoriento y grisáceo) que se llama Constitución Política.
Son estos jóvenes ninguneados por todo el mundo, por la academia, que no cree en ellos como parte de temáticas sociales “de importancia”; por los gobiernos, que los ven como producto electorero despreciando sus iniciativas; por las Iglesias, como espacio de perdición y de pecado; por las familias, guardianes de un único deber ser ciudadano: crecer, madurar, casarte, tener hijos, etc.; por las instituciones judiciales, encerrando y lapidando sus sueños por el simple hecho de ser y comportarse distinto. Los mismos jóvenes a quienes les exigimos que compongan un mundo que nosotros dejamos hecho una porquería, pero que tienen que hacerse cargo al modo que nosotros vemos conveniente, no por sus propias ideas, no por lo que les convenga,
Pero ahí están: se le ve alegres y dispuestos. Organizando caravanas de ayuda y donaciones en Chiapas y Oaxaca, en el mismo momento de la tragedia. Haciendo un lado el susto y el miedo, están ahí, sonrientes, activos, dinámicos. Valientes.
En la Ciudad de México, sosteniendo una lucha sin tregua ante dos adversidades. Primero, contra el tiempo de los rescates: no se mueven de los sitios, albergan esperanzas, les llueve y se mojan, pero están ahí. No se mueven. Es una disputa moral y frontal contra el infortunio: hay más sobrevivientes. Debe haber. No a las excavadoras, no todavía. Ellos son la esperanza, la promueven, la sienten. La luchan.
La otra es ante las autoridades que no los dejan hacer lo que mejor saben, que es ser solidarios y responsables en su auto-organización. La calle es de ellos y siempre lo ha sido, por lo que hay un terror visible en que sea el pueblo, sus jóvenes, quienes tomen la iniciativa. En eso, el Estado y gobierno aprendieron bien la lección del 85. Hay que hacer a un lado a la gente organizada, incluso si se denigran pidiendo disculpas por una mentira mediática, sin más escrúpulo que rendir pleitesía a la televisora quien también puso al presidente en turno. Todo con tal de que sean las instituciones quienes se encarguen de todo. Que se vea que hay orden y estabilidad. Que se observe que hay liderazgo de un administrador, el presidente, que hace rato se extravió en su propia demagogia barata, insulsa, ignorante, incapaz de hacer vibrar alguna fibra emocional de los jóvenes quienes con sus manos y sus cuerpos, sacan piedras, cemento, lozas de los escombros de los edificios, al mismo tiempo que los echan para el lado contrario, con todas las ganas del mundo de sepultar de una jodida vez toda la podredumbre de corrupción e impunidad que han convertido los gobiernos a este país.
Pero ahí están estos jóvenes, peleando y corriendo, sonriendo cuando solicitan donaciones y dan de comer a quien lo necesite. Expertos en las tecnologías de comunicación, vuelan noticias por el tweeter, el facebok, instagram, whatsapp, hoy son el verdadero campo de las noticias de primera mano rebasando, de nueva cuenta, a los medios de comunicación convencionales.
Dicen que es el futuro de México. Mentira. Son un indiscutible presente lleno de ternura y poderosa solidaridad. Y cuando les toque el turno de dirigir este país, se acordarán de que un día, la clase política de México (no los dos terremotos) intentaron quitarles su porvenir, pero ellos y ellas, sudorosos, sucios y cansados, con el puño en alto cuando pidieron silencio para escuchar a un sobreviviente, dirán ahora a toda una nación llena de ilusión: vencimos.
Bien por todos aquellos involucrados reflexionando-actuando, porque es la única manera que todo esto pueda tener un sentido.