El terremoto

 

La gente necesita creer en algo para explicarse lo que no puede. Todos los grupos humanos, desde el principio de todo, al convivir y enfrentarse con la naturaleza han necesitado sacar una espiritualidad profunda y así mantener una relación no siempre armónica con el entorno. Así surgen los primeros sistemas de creencias nativos y posteriormente las religiones, aparatos ideológicos bien estructurados con complejas metáforas de lo divino y lo terrenal.

Esta intricada relación siempre necesita reforzamiento. Por eso, cuando sucede lo que pasó el jueves pasado, lo más elemental es que necesitemos respuestas: ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué aquí en Chiapas? ¿Qué hemos hecho para merecerlo? La sensación de indefensión que tenemos los chiapanecos a partir de hoy, aparte de ser un sentimiento lógico, nos reclama prepararnos para una inminente lucha contra algo que no sabemos bien que sea, pero que con seguridad es más poderoso que nosotros. Y no hablo del temblor, necesariamente. Es esta mezcla de asombro, miedo y desolación que priva en el ambiente y contagia cada charla y cada saludo con la gente que uno se encuentra.

En Chiapas, hay un antes y después del jueves 7 de septiembre. Sin duda, la noche del viernes fue, tal vez, la más larga de todas. Esa vela, la espera, con la ansiedad a tope, de lo que ya todo el mundo nos había dicho que vendría -la famosa “réplica”- hizo que la ciudad se cubriera de un sosiego muy raro, mucha calma, poco ruido y una especie de angustia generalizada. Era como entrar en batalla contra un enemigo que no sabemos por dónde va venir, pero que estaba ahí agazapado, escondido y en cualquier momento saldría a darnos con todo lo que tenía. Pasaba por mi mente que así deben sentirse en batalla los soldados, cuando de antemano saben que tienen que pelear contra un enemigo más poderoso, pero lo tienen que hacer, ya por voluntad o por orden directa.

Foto: Omar Borjas/Chiapas PARALELO.

La necesidad de explicación viene por varios lados, y esa condición humana es la quizá nos devuelve el sabernos pequeñitos y bien vulnerables. Por eso corrieron las noticias en las redes sociales de farsantes que en nombre de la ciencia veían un futuro apocalíptico inminente, o de presagios que, tontos de nosotros, no nos dimos cuenta del próximo desastre en puerta, como el eclipse, o los cambios climáticos, o los calores tan intensos, o cualquier cosa. La irresponsabilidad de estos actos debe tomarse con seriedad porque provoca pánico y descontrol anímico en la gente. Si de por sí hay una extrema psicosis en casi todas las ciudades de Chiapas donde las alarmas antisísmicas no dejan de sonar y parece que estamos en un bombardeo enemigo, en una guerra y sin las armas suficientes para hacerles frente.

Otras respuestas las conceden las invocaciones espirituales, las profecías escritas desde hace milenios, que son regaños de deidades enfurecidas por nuestro mal actuar. Eso tampoco ayuda mucho porque vuelve a nosotros la idea de que, por más que hagamos, nunca estaremos a salvo, por más que nos escondamos o arrepintamos el sino de nuestros destinos está sellado.

En estos eventos naturales, la ciencia bien intencionada y fundamentada debe tener un papel de líder en las explicaciones generalizadas porque para eso sirven los nichos donde se aprende a ser científico, como las universidades. Todo conocimiento conlleva riesgos, se dice por ahí, por la influencia que puede tener; pero todo evento sin la necesaria información y conocimiento, puede generar un absoluto caos y oscurantismo a la hora de tomar decisiones.

Un suceso de la talla de un terremoto puede sacar lo peor y lo mejor de nosotros. Me quedo con lo último, con mucho. Los temblores seguirán por un tiempo, debemos de aprender a convivir con ellos y sacar las lecciones existenciales y sociales de ello. Una de ellas es que, con mucho, lo mejor de este país es su gente. Jóvenes, mujeres y hombres se movilizan ahora mismo en el país para recabar víveres y donaciones. Sin más deseo que el de ayudar, de nuevo constan la brecha inmensa entre gobierno y su gente. Nuevamente los funcionarios, paralizados, no aciertan en nada, balbucean tonterías y lucran políticamente su censurado lugar en el imaginario de la gente. La solidaridad con que se mueve el pueblo, por y para el pueblo, también nos lleva a contemplar otra de nuestras esencias, la de la bondad humana, el pensar para el bien común y el tratar todo el tiempo de ser las mejores personas posibles.

 

 

 

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