Definición de ciénaga
En Comitán se usa más el término Ciénega. Según el diccionario se puede emplear ambos términos, pero el más prestigioso es el de ciénaga.
En Comitán la Ciénega fue famosa (sigue siendo famosa, aunque sólo sea por la mera mención). Los viejos recuerdan que en la Ciénega había patos y mucha fauna y mucha flora. En fotografías de los años cincuenta se aprecia cómo ese terreno pantanoso estaba lleno de agua, era un espejo gigantesco que jugaba a atrapar la luz enormísima de los cielos comitecos. La extensión era inmensa, como inmensos los juegos de los niños que se atrevían a ir a atrapar culebras de agua (creo que le llaman Shashibes), para llevar al otro día a la escuela y molestar a las compañeritas. Los traviesos metían las culebritas en las mochilas de las niñas. Los niños de ese tiempo llevaban tiradoras y rifles de munición para divertirse espantando a los animales.
La Ciénega era un espacio lleno de vida. Y los comitecos reconocían que ese espacio les daba vida. Pero eso era lo que reconocían los antiguos, porque los más recientes han ido (como en todo el mundo) depauperando la zona, a tal grado que ese humedal se contagió del mal de Pedro Infante y lo que era un cántaro rebosante de agua se quebró y ahora sólo brotan chisguetes.
Una tarde, Alfonsina trató de enmendarle la plana al tío Eusebio. Éste contaba que, de muchachito, iba con toda la palomilla, se arremangaban las piernas del pantalón y entraban (descalzos) al humedal. Contó que le encantaba la sensación de sentir el lodo en la planta de sus pies; decía que era como si mil babosas se enroscaran en sus talones, como si fuera un hortelano de Italia y en lugar de aplastar uvas en la vendimia aplastara gusanitos llenos de fango. Cuando más emocionado estaba contándolo dijo que ellos (los niños de ese tiempo) eran felices en la “Ciénega”. Ahí fue cuando Alfonsina brincó y trató de corregirlo: “Ay, tío, no se dice así, se dice Ciénaga”, y repitió silabeando: Cié-na-ga, y la na la gritó, para que el tío y los demás que ahí estábamos identificáramos bien la diferencia. El tío se puso colorado, pero un segundo después se recompuso, se echó para atrás en su sillón y se carcajeó con una risa que era como un temblor moviendo láminas en el techo. “Ah, pero qué muda sos, sobrina -dijo-. Los comitecos siempre le hemos dicho Ciénega a la Ciénega, así como le decimos pendejas a las pendejas”. Alfonsina nada más dijo. Ahora ella fue la que se sonrojó. Para desviar la atención de todos dijo que ahora hasta el Río Grande estaba seco. Todos reímos, dijimos que sí, y entramos a otro tema.
Salí un rato al patio y Romeo fue a mi lado. Nos sentamos en una grada. Él prendió un cigarro. Roxana se acercó y le llevó una cerveza a Romeo. Ella me preguntó si deseaba un té. Dije que no. Ella dijo que le hiciéramos un lado, nos movimos y se sentó a mi izquierda. Dijo que Alfonsina se había excedido. Habló de la pertinencia del lenguaje, de la fuerza del uso, y de los términos prestigioso y no prestigioso. Romeo dijo que Alfonsina se creía muy ilustrada y siempre trataba de corregir los modos de hablar de la familia. Tal vez lo hace con buena intención, dijo Roxana. No, dijo Romeo, lo hace de acomplejada, quiere demostrar que ella sabe más, que tiene un dominio exquisito del uso del idioma. Entonces oímos unos pasos, era el tío. Se recargó en la columna y dijo que a la palabra Ciénega le faltaba algo y preguntó por qué la Ciénega se llamaba Ciénega. Romeo dio una fumada y dijo que tal vez venía de cieno. Roxana se paró y le pasó una silla al tío y éste se sentó. También nosotros nos paramos y fuimos donde estaba el tío. Sonreía. Repitió lo que había dicho: que a la palabra Ciénega le faltaba algo. Hizo una pausa. Pensaba, lo vimos como si fuera un pájaro en vuelo tratando de posarse en una rama. Mientras se mecía en la silla mecedora algo brilló en sus ojos, volvió a sonreír, dijo: “Debería llamarse Cienagua”. ¡Sí!, dijo Roxana, como si ella también hubiese hecho el descubrimiento. ¡Claro!, dijo Romeo, ¡por supuesto! ¡La combinación perfecta de cieno y agua! Roxana besó al tío en la frente. Dijo que para la próxima debía decir la palabra frente a Alfonsina. Se va a atacar del coraje, dijo. Los cuatro reímos.
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