Retornar a clases, torturar a los padres
Los cambios en el calendario escolar no han hecho que se modifique el mes de agosto como escogido para retornar a la escuela, después de unas vacaciones no muy lógicas para el clima tropical, puesto que los picos de calor sentidos en las aulas se producen en otras temporadas y existen amplias posibilidades de precipitaciones pluviales. En fin, una programación relacionada con otras latitudes del planeta pero instalada para quedarse.
No es necesario contar con dones de visionario para vislumbrar momentos difíciles, de nuevo, en la escuela pública ya que los problemas no solventados reaparecerán en cualquier momento. A pesar de ello, hoy referiré dos de los hechos que todos los padres sufren, y lo seguirán haciendo, con el regreso de sus hijos a los centros educativos. Los dos están relacionados, aunque uno de ellos sería de más fácil solución.
El dispendio económico, el primero, queda ejemplificado por los gastos de útiles, libros, etc., y suele agobiar a las familias presionadas por una situación económica nada halagüeña en Chiapas. La escasez de trabajo o de posibilidades de negocio en nuestra entidad no creo que hagan del regreso a clases una fiesta para los bolsillos, pero la formación de los hijos resulta primordial para su futuro, en todos los ámbitos de la vida.
Algunos de esos gastos son necesarios, por supuesto, pero también he observado como ciertas listas de útiles se convierten en inventarios interminables, como si se tratara de entregar una oficina pública cuando se produce el relevo de su titular. Nuestros hijos no son responsables de ello, eso nadie lo duda, pero en esa realidad también hemos sido descuidados como sociedad. Cumplir con lo solicitado no significa beneficiar a los escolares, en especial porque muchos de esos trabajos o no los realizan en el aula o, simplemente, lo acaban haciendo los padres en las casas de manera cotidiana y, en muchas ocasiones, teniendo que adquirir nuevos productos deprisa y corre para que el hijo no sea regañado o reprobado.
El aprendizaje de los alumnos, en la materia que sea, va más allá de enjaretarle montañas de tareas, manualidades, etc., sin mostrarle qué significan o cómo realizarlo. Ni siquiera los padres saben llevar a cabo esas tareas, puesto que no tienen las herramientas o los conocimientos pertinentes. Incluso se producen casos donde se deben contratar a otros trabajadores: carpinteros, sastres o mecánicos, para solventar esa especie de permanente examen a nuestras inutilidades prácticas.
Si a esos gastos, excesivos por donde se mire en los materiales adquiridos, le agregamos las tareas que cumplen los padres, por encima de los alumnos en más de la mitad de los casos, lo que nos queda es preguntarnos de qué sirven tales quehaceres si nuestros hijos apenas aprenden algo. No hace falta ser profesional de la pedagogía para darse cuenta de ello.
Y en este caso, no es una reclamación vacía porque los perjudicados son los hijos y, como no, los nervios de los padres. El respeto institucional es deseable siempre y cuando lo que esas dependencias realizan no signifique un claro sinsentido. La dictadura de los materiales y las tareas está instalada y vive plácida en nuestros hogares, mientras padres y alumnos la sufren sin reales recompensas en la formación educativa de los escolares.
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