Fraternidad, un cuento
Casa de citas/ 340
Fraternidad, un cuento
Héctor Cortés Mandujano
—Cuéntame una historia y te daré una porción de pastel funerario.
—¿Tiene que ser verídica? […]
—Todas las historias son verídicas –dijo–. Empieza.
Leonora Carrington,
en “La puerta de piedra”
1
El hombre de baja estatura, moreno, tenía ojos de muñeca. Estacionó su viejo coche frente a una taquería que tenía todos los visos de estar a punto de cerrar; entró en la penumbra.
—Buenas noches, ¿todavía tiene serv…? ¡Cari!
—¡Muñeco!
La mujer dejó los trastes que lavaba y fue hasta el hombre a quien abrazó como si quisiera asfixiarlo.
Roberto también abrazó, apretó, buscó la boca. Nada más dijeron. Ella bajó la cortina y sobre el piso, medio desnudos, enfebrecidos, se reencontraron.
2
—¡Qué sabroso estuvo! ¿Por qué no subes? En la primera puerta está Pelancha. Ha llorado mucho por la injusticia que cometió contigo. Averiguamos y era mentira. Ve, ándale.
Pelancha salía del baño cuando lo vio, desnudo, en medio de su cuarto. Dejó caer la toalla y dijo “Muñeco, Muñeco, Muñeco”, mientras él la tomaba sobre la cama.
—Te buscamos y ya no estabas. Nadie nos dijo qué habías hecho, adónde te habías ido. Dejamos el barrio y nos venimos aquí, para poner una taquería y vivir más holgadas, cada una en su cuarto. Al lado está Fe. ¿Crees que podrás todavía, te alcanza para ella?
3
Abrió la puerta y el grito de Fe fue el primero de los grititos siguientes. Roberto durmió aquella noche muy contento y ellas felices de tenerlo de nuevo. Nada había cambiado.
***
Leo Obra crítica/ 2 (Alfaguara, 1994), de Julio Cortázar, edición de Jaime Alazraki. De allí estas citas (p. 197): “Es sabido que cuanto más bruto es un hombre, más cree en sí mismo. (La especie del puñetazo en la mesa y el. ‘¡Te lo digo yo!’) ”
En “Para una poética” escribe sobre el lenguaje popular (p. 268): “Tiene más acomodos que una gallina con treinta huevos”, y otros lenguajes: “El mismo hombre que racionalmente estima que la vida es dolorosa, siente el oscuro goce de enunciarlo con una imagen: la vida es una cebolla y hay que pelarla llorando”.
Hace tiempo, una señora insistía, frente a mí, en que yo no era Hé
ctor Cortés Mandujano. No parecía loca y su énfasis estuvo a punto de hacerme dudar. Cortázar cuenta algo similar, cuando da una conferencia en Cuba (p. 367): “Una señora argentina me aseguró en el hotel Riviera que yo no era Julio Cortázar, y ante mi estupefacción agregó que el auténtico Julio Cortázar es un señor de cabellos blancos, muy amigo de un pariente suyo, y que no se ha movido nunca de Buenos Aires. Como hace doce años que resido en París, comprenderán ustedes que mi calidad espectral se ha intensificado notablemente después de esta revelación. Si de golpe desaparezco en mitad de una frase, no me sorprenderé demasiado; y a lo mejor todos salimos ganando”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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