Ahora ha sido Barcelona
Ahora ha sido Barcelona la atacada por esa nueva forma de violencia contra civiles desarmados, como había ocurrido en otras ciudades del mundo, que es el atropellamiento de personas inocentes.
El número de muertos no da prioridad a qué tipo de atentado es más deplorable y, por ello, condenable, al menos así debería ser, puesto que el mundo está atravesado, tristemente, por un constante ejercicio de la agresión mortal contra la población inofensiva e indefensa.
Nuestra historia como seres humanos está repleta de esos hechos, y Barcelona no es ajena a esas violencias contra sus pobladores desde su fundación. Quemada, bombardeada o asediada, sus habitantes ya han pasado por circunstancias similares durante siglos. No obstante, el tiempo lo borra todo, o el olvido para la sobrevivencia de las siguientes generaciones.
Hoy Barcelona, ayer París, Niza, etc. Pero también existen los ataques a seres humanos llevados a cabo con la destrucción de Siria o Irak, por citar los recientes. Y sino que se lo pregunten a los millares de ciudadanos de esos países en busca de refugio en Europa; saliendo de su país por una guerra que ellos no decidieron, solo han sufrido. Tan inocentes como los muertos de mi ciudad de nacimiento, Barcelona.
Las Ramblas de la capital de Catalunya, donde se produjo el atentado, son en el presente un hervidero de personas, turistas en especial, circulando por uno de sus paseos emblemáticos, aquel por el que todos sus ciudadanos, sin importar condición social, han caminado desde su existencia. Ese es el lugar común de todos los barceloneses, aun cuando hoy los visitantes foráneos lo llenen, igual que un sinnúmero de negocios para otorgarles servicios. A pesar de ello, sigue en pie en ese espacio el Teatro del Liceo o su representativo Mercado de la Boquería, una explosión de colores y sabores puestos a la vista de compradores y paseantes dispuestos a entender el gusto catalán por la comida.
La Barcelona cosmopolita, desde su fundación, hoy llora, pero mañana deberá decidir si continúa siendo esa ciudad alabada por El Quijote, abierta y tolerante, o se repliega sobre sí misma por miedo, por el terror infringido. No es una decisión institucional, es aquella elegida por sus ciudadanos en su vivir cotidiano, en el ejercicio de la vida urbana. Ojalá esto último no ocurra porque los catalanes necesitamos nuestra capital fuerte y con la entereza de su resistencia secular.
Circulo cuando voy, y lo hacen mis familiares de forma regular, por esos lugares donde se produjo el atentado. Los conozco y disfruto. Tanto que si bien están saturados de turistas los sigo recorriendo o cruzando porque albergan lugares simbólicos de mi historia, y de muchos barceloneses. El atentado se ha producido en una parte del corazón de la ciudad, su centro. Esa entraña amorosa y crispada para los urbanitas donde se celebra, se grita o protesta. Una ciudad sin esos espacios no es tal.
Ahora ha sido Barcelona. Mañana será otro lugar. Cabe confiar en que el miedo no permita que se coarte la libertad, la libertad de ciudadanos y visitantes. Y por lo mismo es preciso querer, aunque solo sea como ilusión, que la vida humana es algo para defender en cualquier lugar del mundo. México lo sabe bien, demasiado, por desgracia.
Hoy es preciso lamentar los asesinatos de Barcelona, tanto como los de México, Nigeria, Siria…, porque el derecho a la vida no tiene nacionalidad, y los muertos no ostentan ninguna ideología.
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