Memoria de Guillermo Bonfil Batalla

Andrés A. Fábregas Puig/CIESAS-Occidente.

Hace 26 años, un 19 de julio de 1991, murió Guillermo Bonfil Batalla en un accidente automovilístico en la Ciudad de México. La antropología que practicó y enseñó se sustentaba en su convicción de que la variedad cultural es lo más preciado de la humanidad y su defensa constituye un compromiso ineludible. El colonialismo es un factor que introdujo los contextos que facilitaron el dominio de las culturas originarias de lo que en la actualidad conocemos como América Latina y El Caribe (y aún de Norteamérica), forjado en el proceso de expansión de una Europa capitalista. A Bonfil le interesaba discernir las claves de la situación colonial para superarlas y lograr la instauración de configuraciones sociales en las que el reconocimiento a la variedad cultural fuese sustento y razón de ser de una convivencia plural, enriquecedora permanente de los caminos humanos. Por ello, a Bonfil le interesó el análisis de la forja de los Estados Nacionales, por supuesto, con el caso mexicano como eje de la reflexión. Ello no fue óbice para que su mirada se dirigiera a toda América Latina y El Caribe, y a los territorios en los que el colonialismo sentó sus reales. Estuvo muy cerca de las teorías del colonialismo interno y en el contexto de las discusiones con quienes sostuvieron esa perspectiva, como Pablo González Casanova o Rodolfo Stavenhagen, derivó su teoría del control cultural, una de las propuestas más discutidas y difundidas en lo que José Martí llamó Nuestra América. Incluso, pensó en las situaciones actuales en las que se manifiesta el colonialismo como en el caso de la población afrodescendiente de los Estados Unidos, cuyos movimientos sociales siguió con interés. Quizá uno de los seminarios más estimulantes de los que impartió Bonfil en la Escuela de Graduados de la Universidad Iberoamericana en 1971, fue el dedicado a la discusión de los movimientos de reivindicación cultural, de la categoría de “indio” y del concepto de “étnia”, que abordó a organizaciones como la de los Panteras Negras en los Estados Unidos o los movimientos que lideró Malcon X, hasta los planteamientos de Franz Fanon en aquel libro extraordinario Los condenados de la Tierra (1961) y su libro anterior Piel Negra, Máscaras Blancas (1952) para sellar con Sociología de una Revolución (1959). No faltó la lectura de Cuaderno de un retorno al país natal (1959) del poeta caribeño Aimée Cesare. Con Bonfil leímos a Albert Memmi, El retrato del colonizado (1957) y a los teóricos contra coloniales de África. Fue en ese seminario que Bonfil explicó el concepto de situación colonial comentando el texto de George Balandier (1970) y que daría pie a uno de sus más importantes escritos, “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial” (1972). Este último texto debe leerse como parte de los desarrollos de la teoría del colonialismo interno y que, en el caso de Bonfil, tuvo su punto culminante no sólo en la elaboración de su “teoría del control cultural” sino en la publicación de su libro más difundido: México Profundo (1987).

Guillermo Bonfil estaba hecho para el trabajo de campo. La forma en que se relacionaba con la gente era admirable. Quizá su espíritu bohemio contribuyó a ello. El caso es que Bonfil era bien recibido en todos lados. Lo recuerdo sentado alrededor de los fogones campesinos en los poblados de la región de Chalco-Amecameca, en la casa de Don Faustino Miranda, el gran danzante conchero de Tepetlixpa, estado de México o en la casa de Doña Julia Soriano, la sabia de Amecameca. Es inolvidable la noche en que fuimos invitados a cenar a la casa de Don Miguel Salomón, el intérprete de los corridos que solicitaba el General Emiliano Zapata. En aquella ocasión, y bajo la luz del fogón, escuchando el hervor de los frijoles, Don Miguel Salomón contó su historia y como siguió a Zapata a todos lados para estar listo al momento que el General solicitaba el canto de los corridos. Le pedimos que nos cantara algo, pero nos confió que ya no tenía su guitarra: el instrumento terminó en su cuello, como collar, puesto así por su enojada esposa que estaba cansada de las parrandas del marido. Pero Don Miguel Salomón hizo algo que pinta lo mucho que la gente apreciaba a Guillermo Bonfil: le regaló el libro de corridos que cantaba para Zapata, y que actualmente obra en poder de la Biblioteca del CIESAS.

Con Guillermo Bonfil aprendimos que no había “informantes” cuando hacíamos trabajo de campo sino interlocutores. Es así, porque entablamos una conversación desde ángulos culturales diferentes cuando estamos hablando con un campesino nahua o con cualquier persona de una cultura diferente. Bonfil escudriñaba las mentes de sus interlocutores, escuchaba con atención lo que le decían, reflexionaba cada frase, porque su objetivo era encontrar el sentido que se le transmitía a través de la palabra. Así, al término del día, en las noches frías del Popo Park, Bonfil nos interrogaba, leía nuestros diarios de campo, examinaba las fichas de trabajo, buscando que hubiéramos captado aquellas conversaciones. Una de sus más apreciadas experiencias era deambular por los mercados y conversar con comerciantes y compradores. Todo le importaba. Y la gente hablaba con él, gustosa, contando su vida o sus apreciaciones del país, de sus propios pueblos, de México. Pero la experiencia más importante de Bonfil en aquella región por él nombrada Chalco-Amecameca, fue su encuentro con los graniceros, con Don Francisco Maya, el conductor de las ceremonias para solicitar la lluvia en el interior de la cueva de Alcaleca, en las faldas del Iztaccíhuatl. Basado en estos encuentros con aquellos hombres y mujeres, Bonfil escribió uno de sus textos más logrados: “Los que trabajan con el Tiempo. Notas sobre los graniceros de la Sierra nevada” (1968).

Guillermo Bonfil, junto con sus amigos Alfonso Muños y Arturo Warman, fue pionero del cine etnográfico en México. La película que da testimonio del interés de Bonfil por el cine y la fotografía lleva por título “Él es Dios” (1965) y se refiere a los danzantes concheros. En esa cinta, aparece el capitán de la danza Andrés Segura que va relatando la historia de las agrupaciones concheras. Tuvo que ver su trabajo de campo en Chalco-Amecameca con esta película, porque fue en aquella región en la que Bonfil se encontró con los concheros y asistió a las velaciones en poblados como Tepetlixpa.  Allí, confundido con la gente, en medio de la luz de las velas, ingiriendo el alcohol que se sirve durante las velaciones, escuchado los cantos y las guitarras de los concheros, Bonfil penetró al México Profundo.

Muchos son los recuerdos que mi memoria conserva de Guillermo Bonfil. Pero hay uno que viene a mi mente con frecuencia: la tarde del jueves de corpus, en la Ciudad de México. Ese 10 de junio de 1971, las calles del añorado D.F. se tiñeron de nuevo con la sangre de los estudiantes. Corrimos sin rumbo fijo con Bonfil hasta que logramos introducirnos a una cafetería, cerca del Monumento a la Revolución. Ajetreados como estábamos, nos dimos cuenta que habíamos perdido los zapatos. Escuchábamos sin hablar el ulular de las sirenas y los ruidos de la calle. Después de un tiempo nos fuimos. Sólo pudimos hablar de esa tarde años después.

Recordemos: Guillermo Bonfil fue el último Director General del CIS-INAH y quien diseñó el proyecto del CIESAS. Fundó el Museo de Culturas Populares entre otras tantas iniciativas que durante su vida puso en práctica. Murió en la flor de su producción intelectual, al momento en que sus textos se leían en América Latina, reconociendo en él a uno de nuestros pensadores más importantes.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 17 de julio de 2017.

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