La competencia no aplica para todos: taxis, uber…
La competencia no aplica para todos: taxis, uber…
Miguel Lisbona Guillén
Durante este verano en el Emirato árabe de Dubai se inaugurará el servicio de taxis aéreos. Unos drones eléctricos de tecnología china y sin conductor, con capacidad para dos personas. La ciencia ficción, recreada a través de películas tan emblemáticas como Blade Runner, se hace realidad mientras en otros lugares del mundo se sigue debatiendo sobre la legalidad, validez y otro tipo de cuestionamientos referidos al transporte público solicitado por internet.
La globalización, ese concepto utilizado como comodín a veces para no profundizar en procesos concretos que vive la sociedad mundial, se ha convertido en una realidad muy tangible gracias a la revolución de las comunicaciones producida en los últimos 25 años. Ello ha provocado cambios drásticos en la forma de relacionarnos como humanos y, como no podía ser de otra forma en un mundo dominado por el mercado, también ha creado la multiplicación de servicios que antes debían efectuarse cara a cara. Compras, membresías o trámites institucionales cada vez es más común que se efectúen a través de esos medios. Por todo ello, no debe sorprender que empresas como Uber o Cabify se hayan convertido en una posibilidad requerida por usuarios que desean un servicio solicitado desde cualquier lugar del mundo, al mismo tiempo que ni siquiera deba ser pagado en efectivo porque el registro de la tarjeta bancaria conduce al descuento del servicio después de recibirlo.
Es comprensible la queja de taxistas de todo el mundo por tener una competencia real, y que además tiene unos requerimientos de higiene y seguridad de los vehículos que no todos los taxistas cumplen, y los usuarios chiapanecos lo saben a la perfección; pero también lo es el reclamo de los usuarios que gracias a esos requerimientos cuentan con mayor comodidad y, sobre todo, seguridad. Es decir, esos sistemas facilitan el control de los prestadores de servicios, incluso con calificación del trato recibido por el cliente.
Desde hace años en México tomar un taxi, en ciertas ciudades, ha sido un riesgo. Todos hemos sufrido, o conocemos casos, de personas atacadas por la delincuencia por usar ese servicio público. A nadie llama a engaño, entonces, la preferencia de los usuarios de taxi por mejores opciones, y más seguras, en vez de arriesgarse en la calle o, incluso, en su casa llamando a un radiotaxi.
Esta discusión puede parecer banal para muchas personas, pero no lo es y aquí señalaré dos aspectos que no se deben pasar por alto. El primero tiene como actores a las nuevas generaciones, las que incluso no cuentan con derecho al voto, y están formadas en el internet como referencia. Los mayores de 50 años debemos realizar un esfuerzo constante para no perdernos en la jungla de cambios continuos producidos hoy en día. Esos jóvenes, repito, incluso reciben clases o tareas por esos medios electrónicos y les resulta inaudito pensar problemas relacionados con servicios como el que se está comentando.
El segundo refiere a la prohibición de ese tipo de transporte y lo contradictorio que significa por la insistencia en la seguridad que los mismos gobiernos propugnan para los ciudadanos. Precauciones para usar el transporte público o en el manejo de dinero efectivo no son coincidentes si se prohíben taxis que ofrecen esa seguridad. Por tanto, lo solicitado en otros casos no es aplicado cuando se trata de tocar gremios atravesados por las prebendas y corruptelas históricas. Demasiados intereses económicos y muchos votos en juego para que existan cambios de fondo y, en especial, cuando el fin es beneficiar a los ciudadanos.
Mientras que en el discurso emitido desde los púlpitos políticos, de muchos países, se arenga por los cambios tecnológicos en beneficio de sus ciudadanos y, sobre todo, se hace hincapié en la competencia propia de las reglas del mercado, en un tema como el aquí expuesto se aplica todo lo contrario.
Muchas personas criticarán las modalidades establecidas por el mercado actual y cuestionarán los procesos sociales y de comunicación humana provocados por los nuevos medios tecnológicos, pero nadie negará lo disímil de las reacciones ante casos similares. Y ello habla de injusticia, por una parte y, por otra, de intereses ajenos al bienestar de la población. Cada quien sacará sus conclusiones.
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