¿Y no hay alguien mejor que Rómulo?
Cuando hace unas semanas entrevisté al empresario Rómulo Farrera Escudero sobre su devenir político en Chiapas, se mostraba bastante optimista y hasta un tanto jactancioso respecto a la posibilidad de encabezar una candidatura independiente para gobernador de Chiapas.
“Estoy preparado para todo”, dijo en ese momento pese a la dificultad de emprender un proyecto de esa magnitud en un estado como el nuestro donde la cultura política es precaria, la sociedad civil está poco desarrollada y la participación política de los electores sigue atada en gran medida a los mecanismos clientelares del gobierno.
Gobernar Chiapas se había convertido para Farrera en un proyecto vital, porque es de las personas que cree que un empresario por más exitoso que sea no trasciende más allá del círculo familiar o del ámbito de los negocios, sino que realmente trasciende cuando sirve a su pueblo. Por eso se separó temporalmente del Grupo Farrera y se dedicó a explorar posibilidades y a tratar de hacer realidad sus aspiraciones políticas.
Sin embargo, dos años después de que anunciara sus inquietudes por encabezar una candidatura independiente ante la desconfianza que generaban los partidos, el pasado 15 de junio informó en una conferencia de prensa que ponía fin a ese proyecto por no existir las condiciones políticas que lo hicieran exitoso para acceder al poder. Entre sus razones, dejó entrever que se enfrentaría a una elección de Estado cuya arma principal son los programa asistencialistas que el gobierno utiliza para el control político y la manipulación electoral de mucha gente.
Por estos motivos, y porque tal vez no le gusta perder ni supeditarse a los intereses políticos partidistas, o quizá por razones familiares, o por el apego a sus negocios, Rómulo Farrera decidió no ir más allá, al menos en el 2018.
La candidatura independiente había despertado gran interés por ser una figura de participación electoral con bastante potencial para romper con el esquema partidista predominante en el sistema político. Incluso se pensaba que si el empresario no obtenía el triunfo, su gran aportación a la vida democrática del estado sería el aprendizaje, el fortalecimiento de la sociedad civil como agente de cambio, el sembrar la semilla de que el ciudadano libre puede poner en jaque al sistema y empezar a transformar la situación del estado.
Pero bueno, si esa posibilidad no se concretó, ahora la cuestión es plantearse si existe una opción mejor que Rómulo para encabezar una rebelión ciudadana contra el establishment político-electoral al que han querido circunscribirnos el gobierno estatal y los políticos de siempre; alguien que encarne el sentir popular y le haga ver a esa élite (y a sus precandidatos en campaña) que Chiapas ya no es un rancho, una hacienda, una especie de virreinato donde pueden repartirse el poder a su antojo y seguir depredando para beneficio personal o de grupo recursos y territorio.
Por supuesto que debe haber muchas alternativas, porque a final de cuentas lo que hizo seductora la idea de la candidatura independiente no fue la persona en sí, sino el perfil de hombre exitoso, preparado y honesto; así como tener una propuesta básica de gobierno que condensa en gran medida el sentir de la sociedad: combate a la corrupción; reforzamiento del Estado de derecho; orden; educación de calidad; y eficacia y eficiencia en la ejecución del gasto público.
En este sentido, en Chiapas deben ser cientos o miles los hombres y mujeres que cumplen con ese perfil, y que están convencidos de que los mencionados arriba son los temas prioritarios que debe atender cualquiera que aspire a ser candidato a gobernar un estado como Chiapas, incluso aquellos que provengan de los partidos.
Pero para construir un proyecto distinto y triunfador, los chiapanecos también debemos cambiar nuestra forma de vernos y de pensarnos. Porque tal parece que de tanto que lo hemos experimentado y que nos han repetido que somos el estado más atrasado del país, hemos interiorizado que estamos destinados a seguir jodidos siempre, que nunca cambiarán las cosas y que debemos resignarnos a lo que nos ofrecen los que controlan el poder.
Bajo esta lógica, es bastante común ver cómo el ciudadano asume actitudes frívolas, viscerales, indiferentes, derrotistas y hasta sumisas frente a la clase política que nos gobierna sin ética y con deficiencia desde hace décadas. Y se queda ahí, atado a la inercia, inmovilizado por su estrechez de miras.
El destino de Chiapas no debe ser el atraso económico ni la fatalidad política. La sociedad tiene que cambiar su mentalidad, renovar sus ideales; si piensa que merece un futuro mejor y actúa en consecuencia, es posible la transformación de las estructuras sociopolíticas que han sumido al estado en el atraso perpetuo.
Un amplio sector de los chiapanecos ha perdido el miedo y ha tomado conciencia de su responsabilidad política, como lo demostró en la capital con su activismo en el 2015; sólo habría que organizar y encauzar sus inquietudes de cambio.
El diálogo consigo misma y el debate sobre el futuro inmediato, la sociedad chiapaneca no debe postergarlos más.
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