Definición de clase
Esta palabra es fascinante, por la cantidad de acepciones que contiene. Me sorprendo cuando el maestro fulano de tal dice: “Hoy di una clase estupenda”, mientras que el alumno sutano dice que pertenece a “la clase tal”; es decir, la palabra clase se emplea tanto para definir la actividad que se realiza dentro del aula como para englobar al grupo. Pero lo que sí es necesario aclarar es que hay de clase a clase, porque el término también se refiere a lo que tiene categoría, por lo que es un contrasentido englobar en una misma clase a gente de tan diversas clases.
Esto que pareciera una declaración clasista alude a un sentido de pertinencia. Pongamos un ejemplo: la clase de literatura que imparte el maestro fulano de tal, que es experto en literatura mexicana del siglo XX. La clase tiene “clase”, porque es impartida por un catedrático de excelencia y grandes conocimientos. Pero, al mismo tiempo, es de “clase baja” por la calidad de los recipiendarios. Por desgracia (por eso la insistencia de la absurda aplicación del término) no todos los que asisten a clase tienen “clase”. Por supuesto que el término, en este caso, no se aplica al status social o económico, sino al mundo de la intelectualidad, de la pasión por el aprendizaje.
Mi amigo Manuel dice que el mundo del aula es el mundo más ingrato e incongruente: la mayoría de alumnos no quiere estar ahí y, de igual manera, el profesor preferiría estar en otro lugar. Son muy pocos los maestros que aman su profesión y que se entregan a cabalidad; son muy pocos los alumnos que “mueren” por adquirir conocimientos. Por eso, cuando inicia un curso, los maestros revisan el calendario escolar para ver las fechas de los puentes programados y los periodos vacacionales. Una semana antes de Semana Santa todo mundo ya no se soporta.
¿De qué sirve una clase de primera cuando la clase no tiene clase? Las clases; es decir, los grupos, deberían estar integrados por pares, por gente de la misma clase. Una clase que esté compuesta por gente deseosa de aprender tendría un indudable éxito. Los alumnos que no desean estar ahí ¡no deberían estar ahí! Estos últimos deberían estar con gente de su misma clase; es decir, al lado de apáticos, mediocres, huevones.
¿Qué decir de la clase política? ¿Lo mismo? Parece que no y es una pena, porque en este país, la clase política sí está integrada por gente de la misma calaña: corruptos. Basta un ligero análisis en la prensa para darse cuenta que, sin importar la filiación (porque ideología ya no existe), todos forman parte de una clase vergonzante para el desarrollo de la sociedad. En este caso, la confusión proviene de la mala aplicación del término política, término que, en su origen, significaba: “Lo relacionado con los ciudadanos”; es decir, velar por el bienestar de la sociedad. Los políticos actuales confundieron el término y lo modificaron por el perverso “delincuencia”.
El término clase debería aplicarse a personas con los mismos intereses; es decir, de misma clase. Para quienes siguen insistiendo en que la aplicación es clasista, ejemplifico con algo muy simple: el deporte. Para que una clase de fútbol soccer sea plena debe estar integrada con muchachos que tengan aptitud para el juego de la patada y que, además, posean una gran pasión por aprender las entretelas de ese deporte. Lo mismo tendría que suceder en la clase de ciencia o en la de literatura. Lo mismo sucede en reuniones de sociedad. Quienes acuden al teatro a ver un ballet son personas que pertenecen a la misma clase: la gente que ama el ballet. Estos pueden ser albañiles o príncipes, pero debe unirlos el principio base de la pasión por la danza clásica.
A mí me seduce la palabra clase y siempre, siempre, procuro unirme con gente de mi misma clase. Evito la interacción con gente con intereses diferentes, con gente que pertenece a otra clase muy diferente a la mía.
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