Alianzas antinatura: el signo de la descomposición política
Se está haciendo costumbre en México, cuando se acercan elecciones, la creación de alianzas entre partidos para enfrentarse a otro contendiente considerado mejor posicionado para ganar elecciones a gobernador. Chiapas ha sido un lugar para experimentar estas prácticas y rebrotan constantemente en nuestro estado y en otros del país.
Puede creerse lógica esta forma de actuar con la finalidad de desplazar a alguna figura considerada poco creíble o despreciada por su pasado, aunque creo que las alianzas que se plantean no tienen mucho que ver con esa razonable inquietud. Hoy se piensa en ganar para obtener el poder, y no en lograrlo con el fin deseado que sería el bien público. De ahí que esas alianzas puedan incluir a partidos que no tienen ninguna afinidad ideológica. Es decir, que su original ideario político está totalmente confrontado, puesto que en la actualidad esa supuesta ideología de los partidos ha quedado subsumida por un pragmatismo feroz, donde es difícil, si no imposible, reconocer sus doctrinas cuando se ejerce el poder.
Así que pueden establecerse alianzas como las que incluyen al Partido Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática (PRD), ubicados en las antípodas en sus respectivos idearios, sin que nadie parezca cuestionarlas por algo tan sencillo, como sensato, que es ese diferendo ideológico.
Solo estableceré dos puntos para reflexionar sobre esta fiebre de las alianzas, se produzcan o simplemente se piense en ellas. El primero refiere a la crisis profunda que sufren los partidos políticos tradicionales en todo el mundo, y no digamos en México. Ejemplos recientes, como el de Francia, muestran la estrepitosa caída de los partidos que han gobernado países durante décadas; aunado a lo cual aparecen nuevas propuestas que se estructuran, al menos inicialmente, de distinta manera a las clásicas. El futuro de estas nuevas formaciones políticas no es claro, pero sí lo son las mutaciones que se están viviendo conducidas por el desencanto ante formas de hacer política demasiado estáticas y ajenas a los intereses de la ciudadanía. En México esa decepción ha tenido reflejo en las candidaturas de independientes, en crecimiento por mucho que los partidos tradicionales quieran limitarlas para evitar sonoros triunfos de diputados o, incluso, de un gobernador en el país, aunque “El Bronco” de Nuevo León tuviera un pasado partidista.
El segundo responde al nexo que, desgraciadamente, une a estos partidos alejados en lo ideológico. Punto de encuentro establecido en la manera de concebir el ejercicio del poder caracterizado por el patrimonialismo, forma que describe el uso de los bienes públicos y los recursos que genera como si el funcionario fuera su propietario, en vez de pertenecer a la nación, en definitiva, a todos los ciudadanos. Llegando a casos tan extremos como lo son el enriquecimiento ilícito de muchos gobernantes y sus allegados. Situación que se complementa con el clientelismo, esa manera de actuar desde la política para beneficiar a aquellos que les han apoyado y donde se incluye la compra del voto a cambio de prebendas y favores.
Por mucho que aleguen o construyan discursos, todos los partidos en México actúan gracias a esa manera de concebir la política, y es ahí donde se encuentra su nexo que aparta las ideologías. Ese conglomerado de ideas ya no existe, o es un recuerdo utilizado retóricamente cuando se cree conveniente, y no como soporte a las propuestas que se desarrollarían si se obtuviera el triunfo electoral.
Sin duda, en los próximos años veremos cambios en las hechuras del accionar político tradicional, el que involucra a los partidos políticos con más largo aliento histórico. Cambio no significa mejora, no hay que llamarse a engaño, pero en buena medida la ciudadanía tendrá, o debería tener, algo que decir. Ese es un reto para una sociedad demasiado golpeada o entramada en las redes de la corruptela, a veces sin ser consciente de ello.
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