La muerte por inanición de Jaguares de Chiapas
Juan Pablo Zebadúa Carbonell
La historia del club de futbol de Chiapas, los Jaguares, estaba destinada a lo que sucedió, desde un fracaso en inversión empresarial a un elefante blanco como política del gobierno en turno. Pero algo olvidaron todos los involucrados: que un equipo de futbol, el deporte más popular del país, lo que más importa es el arraigo que se tenga ante un equipo, la identidad de masas que promueve un color, un nombre o una idiosincrasia. Por eso extinguieron al Jaguar, nunca importó como club deportivo sino como sinónimo de las más evidentes trapacerías del gobierno en turno.
El deporte profesional es un gran negocio. Se invierten grandes cantidades para generar espectáculo y con ello grandes ganancias. Además, se genera un capital cultural como posibilidad de generar arraigo en la gente, entonces todo suma y todos ganan. En materia de política pública, bien puede ser una gran inversión, porque procura la necesidad del deporte como referencia entre la gente. Esta idea, aparte de ser loable y de una facilitar una visión de salud pública, también proporciona referencias e imaginarios en cómo debemos pensarnos en lo colectivo. O sea, un equipo de futbol también es metáfora para enarbolar banderas comunes, de sabernos en grupo y en contubernio de que algo nos pulsa y nos divierte. Es como ir al cine a ver un estreno, cuando podemos rentar una película en casa; o en Tuxtla es como ir a un botanero, ¿de qué sirve comerse una carraca y tomar cerveza cuando lo podemos hacer en casa? Obviamente no es tan solo la comida ni la bebida, sino el contexto que genera, estar en comunidad, estar con nosotros.
El futbol eso hace. Genera identidad y da cabida a las más inverosímiles acciones sociales (recordar los suicidios en el “maracanazo” o la guerra ocasionada por un juego entre Honduras y El Salvador), pero también une a los pueblos y nos acerca a un goce social como no tiene comparación en deporte o espectáculo alguno. El ejemplo más digno es la celebración de Islandia, a su regreso después del gran papel desempeñado en la Eurocopa de 2016. Por algo es el deporte más popular sobre el planeta.
Todo esto en Chiapas ni por asomo se entendió. Como tantas cosas que suceden en este estado, el proyecto Jaguares resultó ser un proyecto de cabeza, al revés, sin entender la importancia de tener un club de futbol en primera división y, en vez de brindar todas las garantías de que fuese un negocio donde la identidad chiapaneca sería la primera en ganar y cosechar la efervescencia por el acontecimiento, lo dejaron sin sustento y sin base social alguna. Como tantos proyectos fallidos que cotidianamente suceden en la entidad, los Jaguares son sinónimos, para variar, de los malos manejos empresariales y del gobierno que vieron en el equipo solamente intereses de corte político sin escuchar la opinión de los aficionados y de la trascendencia que igualmente hubiese podido tener para Chiapas. Para nadie es un secreto los adeudos que tenían con los jugadores, ¿cómo salir a jugar en nombre de qué si no te pagan? ¿Dónde quedó ese dinero? Todo mundo sabe que el cambiar de color naranja a color verde no era más que la asqueada maniobra, burda y tonta, de que todo o el poco capital simbólico de Jaguares fuese para el “verde” gobernador Velasco y sus faraónicos afanes políticos. No le puedes cambiar de color a un equipo de la noche a la mañana. Eso es confundir la más elemental regla de oro de cualquier equipo en competición profesional, con una voraz forma de entender un negocio donde solo unos cuantos ganan, la casta política en turno.
Dejando de lado las mínimas neuronas políticas deportivas aparte, ningún equipo puede sobrevivir sin identidad popular y eso pasó con Jaguares, lo dejaron morir de inanición al juguetear, literalmente, con la forma de entender el club, menospreciando a la gente y dando prioridad a la publicidad, también fallida, en el calzoncillo del inerme, vapuleado y casi noqueado Julio César Chavez Jr. Una alegoría de otra terrible política pública para Chiapas.
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