El ocaso del gobernador
Muy lejos quedaron aquellos días en que el gobernador y sus afines festejaban día tras día el abultado cúmulo de votos que lo llevó a ganar las elecciones y ungirse como “el gobernador más joven”. De hecho, el festejo duró poco, y ahora se evocan esos tiempos no con cierta pena ante el fracaso evidente del gobierno que encabeza.
Sus primeros meses, quizás años, de inactividad y desgobierno tuvieron como justificación la carencia de recursos económicos derivado del millonario desfalco llevado a cabo por su antecesor. A pesar de reconocerse el fraude y que, ni el gobernador ni quienes integran su equipo lo negaron, nunca se movió una sola tecla del sistema de fiscalización y procuración de justicia para al menos simular investigación y deseos de combatir la corrupción. La inacción evidenció la complicidad en el desfalco y el disfrute de los recursos públicos, y de paso, le hizo perder una oportunidad para mostrarse como el gobernante que se distingue de sus antecesores.
La remodelación de parques, jardines y boulevares en distintas ciudades de la entidad pretendían marcar el inicio de su gobierno. Esas obras, aunque probablemente le redituaron ingresos personales, no fueron suficientes para reconocerle como un gobernador diferente de todos quienes privilegian la obra pública por sus dividendos.
Después comenzaría el conflicto magisterial, y probablemente fue lo que reveló que el gobernador es absolutamente prescindible. Durante meses se dejó de saber de él, salvo por sus esporádicas apariciones en revistas de distracción. Mientras tanto, la dinámica conflictiva de Chiapas continuaba, y a pesar de que se le reclamaba nunca apareció.
Los conflictos postelectorales de Chenalhó y Oxchuc también han contribuido de manera importante a evidenciar la ineficacia de su gobierno para atender y resolver un conflicto generado por sus mismas necesidades políticas. Es muy probable que al fin de su gobierno ambos municipios también concluyan por prescripción el conflicto político.
En el ocaso de su gobierno, el gobernador mismo ha generado la percepción prescindible de su gobierno y su opacidad personal permanente. Un número importante de los aspirantes a sucederlo en el cargo forman o han formado parte de su gabinete, y comenzaron a evidenciar sus aspiraciones tan pronto como asumieron los cargos públicos.
El contexto era y es propicio para iniciar campañas tempranas para sustituirlo. La carencia de un proyecto político claro de corto, mediano y largo plazo a desarrollar en el sexenio, generó las condiciones para que desde diferentes dependencias del gobierno sus titulares utilicen los recursos públicos, no en función de un inexistente plan de gobierno, sino de sus intereses personales y políticos. El resultado es que todos tienen prisa para concluir el periodo y para asumir otros cargos.
En el ocaso de su gobierno, el gobernador nunca habrá mencionado la palabra derechos humanos, quizá para ilustrar que nada le compromete con ellos. Tampoco habrá admitido que sobre su gobierno pesa una Alerta de Género y por tanto, ninguna acción eficaz puede esperarse para cumplir con ella. Del mismo modo, tampoco le interesa generar condiciones adecuadas y propicias para el ejercicio de la libertad de expresión. En el ocaso del gobernador comienza a destaparse la cloaca del manejo impropio de los recursos públicos y aflora la corrupción.
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