El dedo de Dios
Moisés creció en el Palacio de Faraón, pero su ombligo es plebeyo. Pertenece a los israelíes, que se multiplican como conejos y trabajan como mulas para subsistir en Egipto. Es el mismo Moisés al que Dios elegirá para operar el más espectacular rescate de la historia.
Y, claro, Moisés no está de acuerdo, duda, tiene miedo. ¿Cómo convencer al poderosísimo Faraón? Dios le da a su paladín ciertas magias y deja caer plagas de piojos, ranas, pulgas, granizo… para que el Rey de Egipto se convenza de que la cosa va en serio. A cada prueba divina, más se endurece el corazón de Faraón, hasta que, finalmente, es sepultado con su ejército bajo las aguas del Mar Rojo.
Han terminado 400 años de esclavitud. Moisés puede saltar de alegría, porque echó a la mar los carros de faraón. ¡¡Qué viva el paladín, nuestro quijote, el Nelson Mandela de Israel!!
¡No y no! Sus problemas apenas comienzan. ¿Qué hará en el desierto con millones de niños y adultos preguntando dónde está la tiendita, dónde los parques, dónde las escuelas, los baños? ¡Qué vamos a comer hoy!
¡¡¡¡¡Beeeeeeeeee!!!! También los animales tienen hambre.
“¡Para esto nos sacaste, para traernos a morir a este fuego de arena? Estábamos mejor en Egipto, esclavos pero comiendo bolis y jícama con chile y limón”.
Dios opera nuevos milagros: hace que de la roca brote agua y caiga cada día, de una nube, hojuelitas que saben a nada, pero que alimentan muy bien. En vez de lincharlo, el pueblo tiene una mejor idea: echar sobre Moisés todas las cargas y quejas del pueblo mientras algo nuevo suceda.
Y cuando Moisés está a punto de tirar la toalla, casi loco, su suegro Jetro le dice:
“Moisés, escúchame, debes elegir un gobernador, alcaldes, regidores, diputados, senadores, policías y ministros. Ellos atenderán los miles de asuntos públicos. De los más complicados te encargas tú.”
Entonces Moisés le sacó punta a su dedo y comenzó a señalar: Tú serás gobernador, tú y tú alcaldes, tú y tu tía serán diputadas y ustedes mismas jalen de su familia a las regidoras…
¡Pues no, amados lectores! Veamos lo que dice Moisés en
Deuteronomio 1: 13:
“Dadme de entre vosotros, de vuestras tribus, varones sabios y entendidos y expertos, para que yo los ponga por vuestros jefes”.
Ah caray, ¡eso suena a democracia! Y así es:
Dios, a través de Jetro, a través de Moisés, estaba delegando al pueblo el poder para elegir a sus gobernantes. ¿Y quién puede conocer mejor a los honestos, a los trabajadores, a los líderes, hombres y mujeres, de cualquier pueblo o ciudad, que el pueblo mismo? ¿Quién conoce mejor al tranza, golpeador, gritón, avaro y ambicioso, quién mejor que su vecina?
Así de sencilla debe ser la democracia. Los puestos públicos deben ser ocupados por los amados del pueblo: aquellos en los que el pueblo confía, porque los han visto crecer y trabajar y servir entre ellos. ¿Tiene un perfil así tu Presidente, tu Gobernador, tus Diputados o Senadores o Ministros o Regidores? ¿Crees que tú los elegiste, de todo corazón, con toda tu inteligencia y en consenso con tu familia y tus vecinos? ¿Son parte de ti?
Llevan, los Partidos Políticos, décadas abusando del pueblo, repartiéndose el dinero y los poderes públicos a su antojo, de acuerdo a sus más mezquinos intereses. De ahí que, aunque cambien los colores en el poder, nunca se castiguen los más grandes casos de corrupción. ¿Dónde andas, Juanito?
Jóvenes irresponsables y frívolos, pero también lagartos de colmillos retorcidos despilfarran miles de millones de pesos mientras el pueblo padece hambre y enfermedades, no en el desierto, sino en una tierra abundante, donde fluye leche y miel y ríos y cascadas y abundan minerales y mares y selvas y bosques…
¿Cuáles son las fórmulas, dónde los caminos a seguir para que la ciudadanía pueda ejercer su derecho de elegir a sus representantes? ¿Cómo lograremos que universitarios, campesinos, obreros, empresarios y vos y yo y todos, entre todos, vayamos sumando servidores auténticos que se conviertan en ojos y tímpanos y boca del pueblo?
En tan grande crisis de hartazgo y credibilidad pudiera suceder que a un Partido se le ocurra decir:
¡Dadme de entre vosotros, de vuestros pueblos y colonias, a las mujeres y hombres sabios y entendidos y luchones que pondremos de candidatos en las próximas elecciones!
Pd. ¿Y en qué acabo la historia de Moisés?
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