¡Chivas, campeón!
Para Pablo Salazar Mendiguchía, Chiva de Corazón
Presencié el primer partido de la final del futbol mexicano en la ciudad de San Cristobal, mientras acudía a un simposium invitado por el CIMSUR-UNAM. La verdad es que no existía en la ciudad un clima de exaltación o una expectativa notable a causa de la celebración del partido. Es más, en el bar en donde nos instalamos varios colegas, no había un lleno absoluto como era de esperarse dada la importancia del juego.
Con todo, disfruté el partido que las Chivas ganaban hasta que faltando unos 10 minutos para el final, André Guiñac se acordó de jugar y marcó dos goles, el primero, notable por la técnica empleada y el segundo gracias a un error de Cota, el portero Chiva. Las Chivas regalaron el medio campo en el segundo tiempo y lo pagaron con el empate, que, al final de cuentas, no era un mal resultado. Pero es tal la amplitud y distribución de la corrupción, que varios comentaron haber observado “rarezas” en el transcurso del partido. Escuché a más de uno opinar que los Tigres habían fallado goles hechos, lanzando el balón hacia las tribunas además de errores muy evidentes de un portero de las habilidades del de Tigres, el argentino Nahuel Guzman. ¿No será que el empate estaba negociado para hacer que las expectativas en el segundo partido crecieran haciendo más jugoso el negocio de las apuestas? Alegaban varios.
Lo cierto es que es tal la presencia y el peso de la corrupción, que despierta estas interrogantes en la sociedad mexicana prácticamente en cualquier ámbito. Mi opinión es que los Tigres salieron como favoritos, jugando en su cancha, ante una de las aficiones más militantes, y confiaron en que las Chivas serían presa fácil. Pusieron sus expectativas en las extraordinarias cualidades de su delantero francés y en el juego habilidoso de Javier Aquino y Jürgen Damm, que demostraron sus cualidades a lo largo del torneo. Por supuesto, también cuenta la buena fama del legendario “Tuca” Ferreti, entrenador de los Tigres, para apoyar la opinión de que todo se conjuntaba para que el equipo norteño saltara a la cancha suponiendo que habían ganado sin haber jugado.
Lo cierto es que el empate fue sorprendente y aumentó la expectación por el juego final celebrado en la cancha de las Chivas en la ciudad de Guadalajara. Hacia once años que los aficionados de las chivas no tenían la oportunidad de ganar un campeonato. La sequía era larga tratándose del equipo de que se trata.
Regresé a Jalisco el sábado anterior al domingo en que se jugó el partido. Observé a varios grupos de aficionados desde el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez que se dirigían a la Ciudad de Guadalajara. Esos grupos se multiplicaron en el aeropuerto de la Ciudad de México y se convirtieron en una respetable multitud en la estación aérea de Guadalajara. Al introducirme a la ciudad, los contingentes aumentaron. La expectativa por el partido era evidente y multiplicada. En los restaurantes de una “Plaza Gourmet” en donde comimos con mis familiares, las personas lucían sus camisetas y la “comidilla” era, por supuesto, el próximo partido.
No noté preocupación en la gente sino actitudes de seguridad en el triunfo. El domingo la ciudad despertó temprano. Uno podía observar en las calles de los barrios o en las grandes avenidas, a grupos de personas vestidos con los colores chivas, portando banderas, cantando, arengando. Los autos circulaban con las banderas de las chivas desplegadas. Los restaurantes agotaron sus reservas, los primeros situados en las cercanías de la Glorieta de la Minerva, el ombligo de la identidad tapatía.
Además, en estos días la estatua de la Minerva luce espléndida, recién instalada después de un período en que fue limpiada cuidadosamente. Imposible ingresar al Estadio si uno no había adquirido los boletos con bastante anterioridad o en la reventa pagando precios inimaginables. Con todo, la Casa de las Chivas se llenó por completo y desde temprana hora. Los restaurantes ganaron torrentes de dinero porque la gente llegó desde horas de la comida –y aún, antes-para asegurar un buen lugar ante la pantalla televisiva.
El Ayuntamiento instaló gigantescas pantallas en varios puntos de la ciudad. Un formidable alarido colectivo coreó el silbatazo que inició el partido. Cayó el primer gol anotado en maniobra rápida, de primera intención, con precisión, por Alan Pulido, a solo 17 minutos de juego. El rugido de la multitud recorrió toda la ciudad, se esparció por bares y restaurantes, casas y edificios, traspasó las fronteras, y unió a una congregación alrededor de un símbolo. El clímax se alcanzó con el segundo gol, anotado por el “Gallito” Vázquez, en jugada de sorpresa. El campeonísimo resurgía. Uno de los símbolos del nacionalismo popular caminaba de nuevo. Cayó el gol de los Tigres pero ni mella hizo. La multitud seguía cantando, gritando, gesticulando. Chivas era el nuevo campeón del futbol mexicano. La noche alrededor de la Minerva fue de apoteosis, con una multitud que convivió con los jugadores, el dueño del equipo, el entrenador Matías Almeyda erigido en héroe salvador después de años de tribulaciones. Para un país que como el nuestro atraviesa uno de sus peores momentos, con la desesperanza presente todos los días, con los horizontes de la población agotados ante el desempleo, las farsas cotidianas, las mentiras, el triunfo de las Chivas es una corriente de agua fresca que recorre el alma mexicana.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. 29 de mayo de 2017.
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