Chiapas entrampado en el populismo
Todos se acusan de lo mismo. Pero todos lo practican.
Todos señalan a los demás de serlo; pero no reconocen que ellos también actúan igual. Son los políticos de este país, que unos a otros se acusan de populistas.
En este caso, el fenómeno del populismo no ha dejado nada bueno a México -ni a cualquier otro país- pero se niega a desaparecer. Y no se erradica porque a la clase política no le interesa desaparecerlo. Se utiliza sobre todo en épocas electorales y sirve también para ocultar
los defectos y los saldos negativos del ejercicio diario de la administración pública.
Término polémico que no se entiende igual en varias partes del mundo; el populismo crecía a medida que las conquistas sociales hacían que las clases medias y obreras -especialmente en Latinoamérica- también participaran en política.
Los líderes se oponían a las clases sociales y económicas establecidas. A la oligarquía pues; aún y cuando formaran parte de ella, y se ponían de lado del pueblo.
Con el populismo -pero sin ciencia económica de por medio- se busca distribuir la riqueza. Las élites reaccionan a ello, sacan su dinero; ante ello el populista interviene en las instituciones artificialmente, es decir a su antojo y el resultado es el totalitarismo.
En México, esos totalitarismos duran seis años y tienen un caldo de cultivo asegurado; la desigualdad del país. Es decir la falta de inclusión, quienes son excluidos del desarrollo son la clientela de los populistas.
Hoy no es lo mismo el populismo de hace más de 80 años. Muchos de los líderes políticos eran caudillos, caciques, militares, jefes políticos que se eternizaban en los puestos políticos. Pero los unía una característica: el carisma personal, que luego se convertía en “culto a la personalidad”.
Pero tres características le sobreviven al populismo -latinoamericano- de antaño; la demagogia, el ansia de parecer del “pueblo”, en este caso pretendiendo ser “ciudadano” y también la movilización social.
Definitivamente, el carisma ya no existe. Por eso hoy los líderes políticos -especialmente los de la derecha y los del centro político- son ungidos por su grupo político donde privilegian intereses de grupo y económicos. Por su parte los líderes de izquierda aspiran a convertirse en un referente moral de la política nacional. En este caso, primero fue Cuauhtémoc Cárdenas y ahora Andrés Manuel López Obrador.
Y es que también existe el populismo de derecha; el ejemplo más reciente a escala mundial es Trump. Quien mucho prometió y ahora se estrella contra el muro del equilibrio de poderes. Y existe el populismo de izquierda, donde en Latinoamérica los ejemplos abundan. El último ejemplo es Nicolás Maduro, a quien la gobernabilidad de “la pequeña Venecia” se le va de las manos.
Ahora mismo vemos en todas partes del mundo con populistas de derecha y de izquierda, que sus estrategias han logrado lo impensable para un populista de hace ocho décadas; dividen políticamente a los ciudadanos, cuando antes, acarreaban masas de gente.
Lo mismo sucede en Venezuela, que en Francia, que en Gran Bretaña y seguramente seguiremos viendo ese fenómeno.
En cuanto a populismo; en Chiapas -sobre todo en épocas electorales- la clase política no se queda atrás. Pero carece de liderazgo y de carisma. Sin embargo los suple con total impunidad por la propaganda política que se observa, sustituye también el carisma y el liderazgo con falta de transparencia en los programas públicos que evita la calificación ciudadana.
Regalan baratijas, organizan eventos masivos; se aplauden ellos mismos, promocionan su imagen en todos lados. Y por si fuera poco no responden financieramente por ello. El resultado tangible a corto plazo de ello es el gasto irresponsable de los recursos públicos y -lo que venimos padeciendo desde hace años- la quiebra de las finanzas públicas.
Pero en el fondo, el populismo es un atentado a la democracia y al Estado de Derecho; puesto que alguien que practica la demagogia; es decir la mentira; lo más probable es que no respete nunca a las instituciones.
El resultado es que ya estamos como dice en “La importancia de llamarse Ernesto” el gran Oscar Wilde; “En cuestiones de gran importancia lo esencial es el estilo y no la sinceridad”.
En ese sentido y por ejemplo; varios de los candidatos a elección popular en el estado -especialmente los aspirantes a la gubernatura-, insisten en su promoción personal; cada uno en su particular estilo.
Un ex gobernador que se auto promociona y promociona su movimiento político, recordando tiempos que ya se fueron y que es probable, en estas elecciones del 2018 no se repetirán.
El Senador Luis Armando Melgar perdiendo los estribos, negando que organiza eventos para pedir “el pinche voto”.
Otro Senador -Roberto Albores Gleason- que con sus excesos de acarreos evidencia la compra de votos.
Un diputado -Eduardo Ramírez Aguilar- que ya lleva tres campañas publicitarias sin que responda con transparencia por los gastos. Primero fue “Una Nueva ERA”; después “SI PODEMOS” y ahora es la “Fundación Jaguar Negro”.
Cada caso de populismo chiapaneco es singular. Pero el de Eduardo Ramírez es para Ripley. Tres veces lanzando lemas políticos, lo que significa que lleva años en campaña política y yo me pregunto ¿Alguna campaña ha pegado en el ánimo popular si tiene que cambiar de lema?.
La próxima fase del populismo chiapaneco será ofrecernos a todos, alimentos todos los días, vivienda, empleo dignos y servicios sociales básicos. Otra vez; porque siempre lo han ofrecido y los indicadores sociales del estado siguen a la baja.
Pero recordemos como están las finanzas públicas estatales. Esa falta de recursos financieros hará que ya siendo gobierno, nadie pueda cumplir lo que prometerá en campaña. Recordemos otra vez a Oscar Wilde; “Nadie es sincero” sobre el estado actual de las finanzas públicas estatales actuales y futuras; ni lo será.
El estado de derecho en Chiapas hoy es deforme, sin rumbo, entrampado, con un gobierno que no encuentra la salida y que solo dispone del recurso de la publicidad para promocionar logros que nadie ve.
Pero su estructura social y económica, con poca productividad que la hace adicta a los subsidios públicos como único motor de su desarrollo, es también el campo idóneo para el populismo y lo arraiga porque ello implica que se expanda el paternalismo.
Los chiapanecos ya estamos como decía -y parafraseo- de los campesinos Alexander Chayanov “trabajando hasta el límite de nuestras fuerzas y obteniendo sólo la cantidad de ingresos que necesitamos para sobrevivir”.
Así nunca lograremos insertarnos en los modelos de desarrollo globales, que nos guste o no; privilegian la productividad, la competencia y la innovación.
No creo que Chiapas aguante otro gobierno populista en fila. A un gobierno las elecciones le dan legalidad. La legitimidad se gana día a día. La tarea es ciudadanizar la toma de decisiones. El Estado de Derecho en Chiapas es débil y fortalecerlo es precisamente lo que falta y lo primero que hay que hacer.
Correo: geracouti@hotmail.com
Twitter: @GerardoCoutino
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