La novela de la novela
Casa de citas/ 322
La novela de la novela
Héctor Cortés Mandujano
Para quienes escribimos novelas resulta natural encontrarnos que luego de una aparece otra con el mismo tema. Cambia la mirada, el tono, la forma, pero de algún modo una novela, a veces, no nos deja medio vacíos, sino medio llenos. Eso ocurrió, creo, con dos recientes novelas de Alejandro Molinari.
En Yo también me llamo Vincent (Coneculta, 2012) personas reales eran contratadas para que se convirtieran en personajes ficticios y lo que el novelista iba inventando para el personaje le iba ocurriendo a la persona en la vida real, es decir, la fantasía modificaba la realidad, el libro se volvía la vida.
En Historia triste de un cuentahistorias (Coneculta, 2014), de nuevo una metaficción, las personas deciden convertirse en personajes literarios (Casimiro, por ejemplo, se convierte en Chanoc) y el narrador, con todos los guiños para identificar a Molinari (se llama Alejandro, tiene 56 años y vive en Comitán), juega con una galería de espejos donde todo parece tener un referente real (un Alejandro identificable, la ciudad de Comitán, etcétera) y al mismo tiempo ficticia: los juegos que la novela propone son esencialmente literarios y los hechos son vistos más de una vez desde distintos puntos de vista; como la historia de José y el tigre, por ejemplo.
Esta novela, que se devora a sí misma, que renace en sí misma, es un ejercicio de conocimiento novelístico y, al mismo tiempo, un divertimento de creación que, al mismo tiempo que crea, reflexiona sobre la creación (p. 56): “El escritor que es incapaz de dar el salto hacia el territorio de la imaginación se queda instalado para siempre en la realidad y ya se sabe que la realidad es muy limitada; asimismo, el escritor que no regresa de la ficción corre el riesgo de entrar en un territorio más pantanoso: el de la demencia”.
Hay momentos, incluso, en que los párrafos se repiten, pero puestos en lugares distintos cambian de sentido, lo que evidencia el trabajo de construcción meticulosa, de juego en serio. Me gustó mucho esta nueva novela de mi querido amigo Alex, a quien agradezco mencionarme (p. 53) como novelista.
Esta reflexión final es de los dos Alejandros, el real y el ficticio (p. 84): “¿Y ahora? ¡Nada! ¿Seguir escribiendo? ¿Para qué? Nací en un pueblo triste, acá nadie lee”.
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En “Estudiantes zapatistas” (Cuadernos mexicanos, número 94, SEP, Marte R. Gómez cuenta la aventura que él y sus compañeros viven (y mueren) en los tiempos revueltos de 1911. En la página 24 se asombran ante un promontorio pétreo: “Ninguno de nosotros había leído todavía Pablo y Virginia, ni podíamos saber, como Bernardin de Saint-Pierre, que en diferentes partes del mundo hay montañas cuyas cumbres aparentan la forma turgente de un seno de mujer y que a todas ellas, en todas las lenguas, las llaman: Las Tetillas”.
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“El que ha perdido a la mujer amada queda como el hombre al que le estalla una bomba en el cuerpo y no muere”, dice Ricardo Piglia en La ciudad ausente.
Piglia propone, en esta novela que he leído en eBook, que el amor no muere fácilmente con la muerte, porque queda impregnado en los huesos: “Grabada en los huesos del cráneo, las formas invisibles del lenguaje del amor siguen vivas y quizás es posible reconstruirlas y volver viva la memoria, como quien puntea en la guitarra una música escrita en el aire”.
Y dice: “Sólo los asesinos tienen algo que contar, la historia personal es siempre la historia de un crimen.”
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
Como siempre lo hago, leí con atención esta Casa de Citas. Confirmo la idea de que Héctor Cortés es un lector inteligente. Nunca imaginé que una Casa de Citas hiciera tanto bien al espíritu. Me acostumbré, en la adolescencia, a verlas como sosiego para el cuerpo. Agradezco a nuestro escritor porque, en esta ocasión, dedicó su tiempo a leer mi novelilla y a comentarla.