Juan Bañuelos: la profecía hecha poema

 

Se ha muerto Juan Bañuelos a sus 84 años de edad. Su biografía está circulando por todo el mundo a través del internet. Hay cientos de notas sobre la obra del poeta chiapaneco que enteran al lector interesado acerca de la vasta obra de esta importante voz de la poesía en lengua castellana. No fui cercano a Juan Bañuelos por diferentes circunstancias aunque las escasas veces que nos encontramos siempre hubo cordialidad y de mi parte, respeto y admiración por su escritura. Lo conocí durante mi niñez porque llegaba a visitar a mi padre, el maestro Andrés Fábregas Roca, a la casa en la que habitábamos en la Tuxtla Gutiérrez de los años 1955-1960, en la primera avenida sur número 40. Juan Bañuelos, todos lo saben, pertenecía a un grupo de “poetas enojados”, “airados” dicen otros, que formaron la asociación La Espiga Amotinada y publicaron su primer libro, con ese título, en 1960, en el Fondo de Cultura Económica, lo que era un señalado suceso editorial. En ese libro se dieron a conocer los poetas Juan Bañuelos, con Puertas del Mundo; La Voz Desbocada, de Oscar Oliva; La Rueda y el Eco de Jaime Augusto Shelley; Los Soles de la Noche, de Eraclio Zepeda y El Descenso de Jaime Labastida. El mismo grupo de poetas publicaría cinco años después el libro Ocupación de la Palabra, en la misma casa editorial y después cada uno siguió su camino por  muy diferentes veredas. Sobreviven de aquel puñado de jóvenes poetas Jaime Labastida, excelente ensayista y gran director de la casa editorial Siglo XXI; Jaime Augusto Shelly, poeta de trazos finísimos, de poesía dolorosa, que vive en la Ciudad de México y Oscar Oliva, el poeta de Trabajo Ilegal, contestatario, guerrero de la palabra, soñador de mundos mejores, que vive en Tuxtla Gutiérrez. A todos les abrí la puerta de la casa de mis padres y a todos los oía reír mientras se reunían en la biblioteca a platicar con aquel “sabio catalán” que escribió Eraclio Zepeda. Cuando alcancé la edad suficiente, empecé a comprender los comentarios de mi padre, que, con satisfacción platicaba en las sobremesas que Chiapas tenía a un conjunto de poetas notables, que darían a conocer al Estado en todo el mundo, que revolucionarían la literatura en México, como Rosario Castellanos lo hacía en la narrativa. Recuerdo como entre nubes, el día en que la Espiga Amotinada llegó a casa de mis padres a entregar el libro que daba cuenta de aquellos poetas, entre ellos, Juan Bañuelos. No tengo el ejemplar a la mano, pero lo vi muchas veces en los anaqueles de la biblioteca de mi padre, dedicado a él por todos los jóvenes poetas que levantaban su voz para pelear por un mundo mejor. Cuando tuve la edad suficiente y la experiencia para entender la poesía, leí varias veces La Espiga Amotinada y después, Ocupación de la Palabra. De este último libro siempre me pareció un gran poema el que escribió Juan Bañuelos:

Me salgo de esta hoja

No sirve ya el papel

No sirve el llanto

 

Vengo de dar un doble puñetazo

En la mesa del hambre y de la usura

Vengo de atar el miedo a un rayo desbordado

De recoger la nieve que desciende

De convertirse en una seca piel

Vengo de dibujar el blanco

De una bala en mi frente

De llevar la mañana a los ojos nublados

De sacar a la calle al luto y a la fiebre

 

No sirve ya el papel

No sirve el llanto

Escribo en las paredes

Samuel Ruiz, Subcomandante Marcos y Juan Bañuelos. Foto: Archivo

Aquella “ciudad de flamboyanes” que decía Bañuelos vio florecer una poesía de excelente factura, sensible a su tiempo, a sus momentos, a su localidad y a su universalidad. Los nombres de los “espigos” se unían a los de Daniel Robles Sasso, poeta de versos conmovedores, que recorrían a través de su voz los oráculos del tiempo. Ahí estaba Jaime Sabines  con su cotidianidad y sencillez profunda, hablando desde Tuxtla Gutiérrez de las cosas de la vida. Venía Raúl Garduño y más tarde, Joaquín Vázquez Aguilar, para apuntalar ese árbol de voces que fue la poesía de esos momentos. Me quedó la fijación de leer poesía, de descubrir los sentidos del mundo a través de ella, y desde luego, en esa presencia de la letra, está la poesía de Juan Bañuelos. Años pasaron. Pude  saludar a Juan Bañuelos una mañana hermosa en la Plaza de Tlaquepaque, Jalisco. Venía Juan, orondo, rodeado de sus alumnas de un taller de poesía que él dirigía en Guadalajara. Me acerqué con júbilo a saludarlo y él me saludó cordialmente y aprovechó la ocasión para platicar a sus alumnas del “sabio catalán” que en Tuxtla Gutiérrez les había alentado a seguir escribiendo. Falta un examen de la influencia de Juan Bañuelos en la poesía de Jalisco. Es una tarea pendiente.

Descanse en paz el poeta de la flama encendida, al que no le servía ya el papel para gritar su furia ante las injusticias del mundo. Toda pared es una invitación a fijar la palabra crítica y ajustar las luchas que no parecen cejar. Como bien lo dijo Jaime Labastida, a Juan Bañuelos lo recordaremos siempre por su poesía, su magnífica intimidad con el idioma, su audacia en el manejo de la palabra.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. 31 de marzo de 2017.

 

 

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