Definición de simiente

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Margarita siempre dividió la palabra en dos. Destrozaba el significado de simiente. Si buscamos en un diccionario sencillo, hallamos que simiente es “Grano contenido en el interior del fruto de una planta y que, puesto en las condiciones adecuadas, germina y da origen a una nueva planta de la misma especie”; por su capacidad de germinar, la palabra simiente también se emplea de manera metafórica para señalar que es “Causa u origen de algo” y para ejemplificar esto último, el diccionario escribe: “Fue la simiente del conflicto”.

En los últimos tiempos escucho que la palabra simiente es más empleada en el segundo de los casos. Para hablar del grano que germina escucho que medio mundo emplea la palabra semilla. La tía Elena, como es una persona mayor sí usa la palabra simiente, dice: “La simiente del mal está incubando en el mundo”, con lo que presagia tiempos nefastos para el porvenir. Por ello, todas las tardes entra a la penumbra del oratorio, prende una veladora ante la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y reza cincuenta padres nuestros y cincuenta aves marías, en intento de exorcizar el mal que se avecina.

Margarita dividía la palabra en dos, siempre que doña Cata, en la clase de doctrina, leía aquella oración del libro: “Historia de la beata que se convirtió en mártir” y que era una biografía de Santa Bernardette Soubirous. Bernardette (todo mundo lo sabe) fue la niña a la que la Virgen de Lourdes se le apareció en varias ocasiones. Doña Cata enseñaba doctrina a un grupo de diez o doce niños. Conforme llegábamos, nos sentaba en una mesa que había en uno de los corredores de su casa y nos daba un boletito, hecho con cartulina verde, que, a fin de año, podíamos canjear por dulces o juguetes que ella adquiría para nosotros. Margarita siempre se sentaba entre Laura y yo. Ella nos regalaba paletas de dulce, nos las pasaba por debajo de la mesa para que los demás no se dieran cuenta. Cuando daban las cuatro de la tarde y todos los niños ya estábamos reunidos, doña Cata abría el libro y leía: “Historia de la beata que se convirtió en mártir”, que ese era el título del libro, y luego leía el subtítulo: “Santa Bernardette, la simiente de la verdad”. Y ya luego buscaba la página donde había quedado en la sesión anterior y nos leía unos párrafos más. Así, poco a poco fuimos avanzando en la historia de la santa.

Cada vez que doña Cata leía el subtítulo, Margarita colocaba su mano izquierda sobre mi pierna derecha y me daba unos toquecitos con sus dedos. Lo hacía para indicarme que yo pusiera atención en esa oración. Yo, que ya sabía a qué se refería, colocaba mi mano sobre la de ella y se la apretaba, como para decirle que ya había comprendido, había comprendido lo que Margarita siempre me decía al final de la clase, cuando íbamos a sentarnos en la rotonda de un árbol de jocote, donde esperábamos que doña Cata nos repartiera vasos con agua de temperante. Margarita separaba la palabra simiente y decía que si Santa Bernardette mentía no podía ser ejemplo de verdad. “Si miente, si miente, ella es una mentirosa” y, casi molestaba, se botaba de la risa.

Por ello, tal vez, casi no empleo la famosa palabra, porque, desde que Margarita decía lo que decía, comencé a oírla también separada. A veces jugaba a decirla rápido, de tal suerte que no se percibiera que por ahí podía haber un espacio. Me paraba a mitad del patio y, con gran rapidez, como si fuera un tren en bajada, decía: “Simiente, simiente, simiente, simiente”, pero llegaba un momento en que me agotaba y la palabra se dividía en dos sílabas y escuchaba: si miente, si miente, y mi mente que siempre ha sido una traviesa, completaba lo que Margarita aseguraba: Si miente, la santa es una mentirosa. Y entonces me sentía mal, como si estuviera cometiendo un pecado, como si echara lodo a la historia limpia de la santa.

Por eso, cuando la tía Elena, persignándose y con cara de tragedia griega, dice que la simiente del mal está incubando en el mundo, yo traduzco la palabra y coloco la palabra semilla, semilla, semilla.

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