Corrupción nacional
Uno de los valores más importantes a proteger es la confianza de la ciudadanía en la gestión pública y en el ejercicio de las funciones publicas por parte de los encargados de la misma. Esa confianza es la que se ha visto seriamente lastimada al conocer la grosera disposición de fondos públicos para beneficio personal.
Se ha convertido en una regla que toda persona que ocupa un cargo público haga uso de la corrupción y se enriquezca rápidamente. Entre los gobernadores ni siquiera es de extrañarse que se corrompan y enriquezcan a costa del erario público. En todo caso, lo que genera enconos es la manera tan burda y grotesca en que lo hacen. Tal es el caso del ex gobernador de Veracruz.
La corrupción encuentra un medio propicio en la falta de transparencia y rendición de cuentas, y esas omisiones se dan en todos los niveles de la administración pública. Desde el Presidente de la República para abajo nadie transparenta debidamente el uso de los recursos públicos.
La desviación de los recursos públicos para fines personales o la utilización del cargo para obtener beneficios personales constituyen conductas que se presentan a lo largo y ancho del país. Chiapas no es la excepción.
Los gobernadores se enriquecen impune y groseramente a costa de los necesitados recursos públicos. Aunque Chiapas es una de las entidades con mayor pobreza, esta situación no ha cambiado a lo largo de su historia debido a la corrupción.
A pesar de que la corrupción es evidente, no siempre los responsables son castigados, y menos aún que los fondos aprovechados sean devueltos al erario público. Hace algunos años, un ex gobernador que aprovechó los dividendos de la esperanza fue encarcelado por corrupto; ordenó la compra de seguros de vida con recursos públicos para él y sus colaboradores y aprovecharon sus beneficios después de concluir su mandato. Tras su pactada liberación, nunca se supo el monto real de los recursos desviados ni el monto de su patrimonio después de concluido su mandato; sin embargo, la impunidad de que se benefició le anima a volver por más.
La corrupción, aún más grosera, de otro ex gobernador, hizo que nos olvidáramos de las fechorías de su antecesor. En este caso la corrupción no solo resultó impune sino aún más, premiada con una posición diplomática. Por supuesto que esa desbordante corrupción alcanzó no solo a quien lo cobijo en el Servicio Exterior, sino a quien protegió con la impunidad.
El actual gobernador se encuentra en la fase del aprovechamiento del cargo y la desviación de los fondos púbicos. Las denuncias sobre el aprovechamiento millonario comienzan a presentarse; sin embargo, todavía no es momento para fingir investigaciones y por eso los mecanismos y recursos legales contra la corrupción no se ocupan de ello.
Evidentemente que la corrupción mantiene una conexión con los derechos humanos: la corrupción impide la satisfacción de los derechos sociales, como la educación y la salud; a veces incide directamente sobre las causas de los derechos humanos que se defienden ante los órganos de la administración pública. Otras veces, la misma corrupción genera violaciones a los derechos humanos, como cuando no se investiga un caso por razones de favoritismo o protección al funcionario-a implicado. En ese sentido, la sociedad civil organizada y expresada en organismos de vigilancia y control del ejercicio público, cuenta con razones de más para involucrarse en el combate y prevención de la corrupción.
La corrupción también se presenta cuando la vía para acceder a una posición laboral o de servicio público se utiliza el amiguismo, el compadrazgo o el soborno. De hecho, ésta es una de las prácticas más utilizadas en el servicio público; ninguna persona que confíe en sus méritos profesionales o sus capacidades personales arriba a una posición si no es con el “apoyo” del amigo, el compadre o el familiar. Bajo esas circunstancias, no se puede esperar que el servidor público se conduzca con pulcritud en su trabajo.
En fin, la corrupción se encuentra en la mayoría de los ámbitos de nuestra vida en sociedad, y erradicarla, requiere, efectivamente, una nueva cultura.
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