Ser zurdo sin intolerancia
A nadie sorprende hoy conocer a zurdos, o hablar sobre ellos, porque ya sea entre la familia o amigos hay alguien que usa mano o pie izquierdo para efectuar sus principales actividades motrices. Cuestión que hace no tantas décadas era considerada una mancha, incluso algo perverso. Esas situaciones han desaparecido en nuestro entorno pero lo no extinto es que ese 4% de la población mundial, aproximadamente, es discriminada en muchas cuestiones básicas para la vida cotidiana del mundo moderno.
Realmente nuestra única diferencia es utilizar una mano o pie distintos porque la mayoría de los zurdos usan el hemisferio cerebral izquierdo, como los diestros. También cuando los dos padres son zurdos es más factible que sus hijos, o alguno de ellos, lo sean disminuyendo notablemente el porcentaje si es solo uno de los progenitores el que usa la mano izquierda.
Al leer recientemente un artículo me encontré con cosas tan sorprendentes como la existencia de distintos tipos de zurdo:
- Zurdos “verdaderos” o “puros”, aunque no me guste ninguno de los nombres, son aquellos que tienen el predominio cerebral derecho para todo. Es decir, todas sus actividades están realizadas con precisión con las extremidades izquierdas, y también ojo y oído.
- Zurdos “falsos”. Aquellos que han perdido el uso de la mano derecha por distintos motivos, los ambidextros y los que utilizan la mano izquierda como oposición o para identificarse con alguien zurdo.
- Zurdos “contrariados”, aquellos que fueron corregidos como reeducación motriz o castigo.[1]
Ni siquiera esa clasificación suena bien, para cualquier lector sensible, pero es posible encontrarla consultando páginas de internet. En lo personal recuerdo el libro publicado por Robert Hertz llamado La muerte y la mano derecha (1990), originalmente impreso en 1960 y donde el sociólogo francés, desaparecido en uno de los frentes de la Primera Guerra Mundial, mostró como un hecho natural, una singularidad biológica, producía un sistema simbólico de opuestos en donde la mano izquierda era relacionado con lo malo y la muerte, y la derecha con todo lo contrario. Textos con claras resonancias de lo que después estudiaría Claude Lévi-Strauss en muchas de sus obra, y que se ejemplifican con claridad en los orígenes de los nombre como son mencionadas ambas manos en distintos idiomas. La diestra en nuestro idioma tiene, como no puede ser de otra forma, su antónimo en la siniestra. Es fácil sacar deducciones del contenido implícito en ambas denominaciones.
Discriminaciones lingüísticas que se prolongan cuando se usan instrumentos tan comunes como cubiertos de mesa, tijeras, o visible en la ubicación de los pomos de las puertas, los cambios de velocidades de los vehículos, los instrumentos musicales, o algo que sufrimos todos los zurdos que son los pupitres o sillas escolares. Estos ejemplos son ampliables ad infinitum, aunque recientemente ya han aparecido tiendas especializadas con diseños para zurdos. Si se logran localizar no siempre el bolsillo de los compradores, y más en estos tiempos de crisis, podrá adquirir alguno de sus productos por su elevado costo.
Como zurdos somos tan incluyentes que en el conjunto de este colectivo no organizado están presentes todas las tendencias políticas, edades, condiciones sociales y preferencias sexuales, eso sí, en ningún caso ofrecemos modos de acción consensuada, ni representamos una opción de reivindicación contra la marginalidad de nuestra vida práctica.
Quien durante años lleva escribiendo sobre esta condición de discriminados de los zurdos es el narrador Javier Marías, que además de autor de novelas como Corazón tan blanco, forma parte de esta minoría que “en estos tiempos quejicas, nunca protesta de nada”. Efectivamente, a pesar de ser un grupo discriminado desde el nacimiento, hemos sido silenciosos frente a la dictadura diestra, y que va más allá de la ideología política de derechas. Como dice Marías, debemos tener un gen extraño que nos impide dar “lata” para “mostrarnos conformes y caballerosos”.[2]
Aunque esté dentro de ese grupo de caballerosos, conformistas o silenciosos, lo que no puedo evitar es sentir envidia, nunca sana esta última, por aquellos ambidiestros con capacidad de utilizar cualquiera de sus manos para llevar a cabo las actividades cotidianas. Discriminaciones en el mundo son muchas, demasiadas, pero alguna vez habrá que reconocer que no todas merecen la misma atención de estudios académicos o de los medios de comunicación. La historia avala la continuidad de las marginaciones y rechazo a los zurdos, pero el vivir en sociedad nos ha hecho tolerantes, no cabe duda. No somos ejemplo en este mundo de generalizada protesta, pero sí lo somos en comprensión y transigencia. Tal vez una mezcla de ambas posturas ayudaría a solventar discriminaciones, urgentes de erradicar, y vivir con mayor tranquilidad personal. Buena falta nos hace.
[1] Osvaldo Castilla Contreras, “El mundo del zurdo”, en Revista Colombiana de Psiquiatría, Vol. XXVIII, N. 2, 1999.
[2] http://elpais.com/diario/2011/05/08/eps/1304836023_850215.html: consultado el 17 de enero de 2017.
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