El jersey numero 12
Con la gran cobertura mediática al robo del jersey de Tom Brady, pone de manifiesto que en el mundo interconectado de hoy ningún acontecimiento puede desligarse de las posturas sociales, políticas y culturales que esto genera, como consecuencia del gran flujo de información que tenemos ante nuestros ojos.
Para quien no sepa, el famoso jersey número 12 fue usado por Tom Brady en la mayor remontada de la historia de los super bowls, el evento deportivo más visto del planeta, y convierte a este juego del pasado febrero, por su espectacularidad y emoción a todo nivel, en quizá el mejor de toda la historia de estos campeonatos. El equipo que remontó, los Patriotas de Nueva Inglaterra, fue dirigido por el quarterback Brady que se convirtió por esa hazaña en uno de los cinco mejores de todos los tiempos, o bien, en el mejor de todos, según muchos analistas. Por tanto, el juego en el que se involucró el jersey robado y ahora recuperado cobra especial interés no por la prenda en sí, sino por todo lo que concierne más allá de lo deportivo.
El robo del jersey hecho por un periodista mexicano da la razón al discurso xenófobo de Donald Trump con respecto a los “bad hombres” que dice que somos todos los que vivimos en México. Trump no quiere a los mexicanos por “ladrones y violadores”, según su arenga de campaña, y si alguien roba un emblema del deporte más popular de los Estados Unidos, para un allegado al fanatismo como lo es este presidente, es lógico que puede ser usado para generar más tensión. Brady es su amigo y héroe nacional siendo uno de los diez deportistas más populares de Estados Unidos.
La fama que tenemos en México de corruptos y transas se refrenda. Si ya los mexicanos tenemos mal prestigio en eventos internacionales (recordar cuando un bolo orinó en la Llama Eterna al Soldado Desconocido en, nada más ni nada menos, que el Arco del Triunfo en el Mundial de Francia 98), ahora quedamos peor. De los cientos de periodistas internacionales que había en el super bowl solo a un mexicano se le ocurre robar.
Esto orilla a pensar que si la corrupción es parte de la cultura nacional, como dijo Peña Nieto, no es difícil que todo el mundo nos vea así. Ante la ausencia y dirección de Estado, el país se torna anárquico: fosas con cientos de cuerpos en Veracruz, violencia sistemática por todo lados, ineptitud galopante de todo el espectro político, corruptos y ladrones (esos sí) en el poder, etc. El robo del jersey es un síntoma, un diagnóstico de la escasa utilidad de los buenos valores que hay en México, tal y como los mirreyes que golpearon a una persona en el Mundial de Brasil, o cuando la Primera Dama presume una mansión producto de una transa. Todo ello repercute en el ánimo ciudadano, forma parte de ese sinsabor nacional que tenemos desde hace un tiempo, que no hay rumbo, no hay visión y, desde luego, de que quizá no haya final feliz en el túnel tan sombrío en que nos han metido ciertos personajes que se campean como si nada.
Este robo es una muestra de que tan capaces puede ser algunos que viven en la corrupcir alguien que vive en la corrupción perpetua, como personas desvaloradas, ausentes de la más elemental ética. Digo, porque no creo que a nadie le deje de escandalizar que dos de los candidatos a ser Fiscales Anticorrupción hayan plagiado un texto y presentado en el mismo acto evaluador. Sin embargo, en este país tal vez eso se vea como normal y hasta cómico. El jersey es un pretexto para saber cómo en realidad no queremos ser como país, pero al mismo tiempo, es una muestra irrefutable de la descomposición que vivimos. Y por supuesto, la PGR y el FBI dieron muestras de eficacia y vinculación internacional con el jersey de Tom Brady, pero Javier Duarte de Ochoa, ex gobernador de Veracruz, sigue tan libre y tan campante como siempre.
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