Definición de recorrido
Tienen razón las mujeres. Hay muchos hombres que emplean el lenguaje para herir. Recuerdo que, en una ocasión, nos escapamos de la escuela preparatoria para ir a tomar unas cervezas en una cantina comiteca, ya inexistente. En la tercera ronda de cervezas ¡el estilete apareció! Como en cualquier plática de cantina, donde todos los de la mesa son hombres, no tardó en aparecer el tema favorito: ¡Mujeres! Aparecieron algunos nombres de chicas que en ese tiempo nos gustaban, pero cuando asomó el nombre de Equis (y brilló sobre la mesa y en nuestros rostros, porque era una chica muy bella), uno de la mesa dijo: “Pues será todo lo que ustedes dicen, pero Equis ya es lancha muy recorrida. Yo no la tendría de novia.”
Equis, en esa ocasión (ahora lo advierto) fue comparada con un mero objeto: Una lancha. De entonces a la fecha (siempre en relación a mujeres) he escuchado el término “recorrido”, aplicado con una gran carga negativa.
Todo mundo entiende que una chica que ya lleva un buen “recorrido” es una chica que se ha acostado con más de dos chicos.
Jamás he escuchado el término aplicado a hombres y eso que conozco a varios que se han acostado con muchísimas mujeres y que andan en mesas de cantinas o de café pavoneándose porque su odómetro personal marca decenas de kilometrajes, bien recorridos.
Es una bobera. Es una bobera desde la aplicación grosera y machista que se hace del término, pero lo es más, porque pareciera que el término se confunde. Las chicas que han tenido actividad sexual frecuente (muy sus gustos, muy sus cuerpos, muy sus ganas) no tienen relación alguna con lo que hacen los aviones o carros o trenes o lanchas (como decía el amigo de la cantina en nuestra época adolescente).
Una vez comenté con Alondra lo que “uno de la mesa” dijo. Ella lo lamentó. Como estábamos en el jardín de su casa, tomó una flor del tallo, lo detuvo varios instantes, mientras veía la flor, que derramaba algunas gotas del agua con que la había regado. Me dijo que mi amigo era un pendejo y que yo también era un pendejo por andar repitiendo tal estupidez. Dejó la flor y me dijo que las mujeres, todas, eran como esa flor y que todas, ¡todas!, eran lanchas muy recorridas. Y entonces me llevó al corredor, nos sentamos y, desde esa sombra, viendo los árboles de durazno y de jocote, dijo que todas las mujeres eran botes, cayucos, trasatlánticos; que todas, ¡todas!, llevaban miles de millas náuticas, porque cada una recorre mil cielos, mil corredores con helechos, mil campos llenos de árboles. Dijo que cada mujer es una lancha con mucho recorrido, porque cada deseo es un viaje. Por eso, me dijo, mientras se quitaba las chanclas y movía sus pies como si fueran pececitos, cada mujer tiene en la mirada una luz infinita, una luz que ha pepenado en los miles de kilómetros que ha recorrido con sus manos, con sus pies, con sus ojos, con sus labios, con sus pechos, con lo más íntimo de su intimidad. Sí, concluyó, tu amigo es un pendejo y más pendejo sos vos por seguir repitiendo la brutalidad que vomitó.
Por eso, comencé esta Arenilla diciendo que las mujeres tienen razón: Hay muchos hombres que emplean el lenguaje para herir.
Si admito lo que Alondra me dijo aquella tarde prodigiosa en el patio de su casa, debo admitir que soy un pendejo, pero en mi descargo digo que la repito en afán de que el lector llegue al párrafo donde Alondra da la mejor definición de recorrido que jamás escuché. Si las mujeres tienen razón, Alondra también la tiene. Recorrido es la cuenta que alguien hace mientras avanza en medio de nubes, de cielos, de bosques, de miradas, de deseos, de sueños, de bollos de vida.
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