Definición de compañía
Cualquier diccionario dice que compañía es “Cercanía de personas, animales o cosas que están juntas en un lugar al mismo tiempo”. Como ya todos advirtieron, es una definición muy pedestre. Siempre me ha parecido una ingratitud de la vida tener como compañía a quienes están cerca de mí y no a quien yo quisiera cerca de mí. La compañía, en muchas ocasiones, es como un tormento que debemos soportar, como si fuésemos primos de Adán o de Eva y hubiéramos pecado y este pecado nos obligara a abandonar el Paraíso.
Un clásico dice que “Más vale solo que mal acompañado”. Esto tiene relación directa con la compañía; es decir, con lo que a veces nos acompaña sin nosotros haberlo pedido o deseado.
Digo que es una definición muy pedestre, porque limita la compañía a lo cercano y se desatiende de aquello que sin estar ¡siempre está! Nadie puede decir que está acompañado por energías que están más allá de la Vía Láctea, porque sería tildado de demente; nadie puede afirmar que tiene como compañía a espíritus de seres que ya fallecieron, porque, de igual manera, sería condenado a ser visto como un desequilibrado. Es decir, las personas, para ser consideradas normales, tienen que conformarse con admitir que sus acompañantes son los que están en la proximidad.
Una canción de los setenta, interpretada por Rocío Dúrcal, decía: “Acompáñame, porque puede suceder (…) que me llegues a querer. Pon tu mano sobre mi mano…”. No sé qué digan los teóricos del amor y de la pasión, pero parece que estas líneas reafirman la definición de diccionario; es decir, para que una pareja coincida en sentimientos debe haber una cercanía física: mano sobre mano, pechito sobre pechito y demás cositas sobre las otras cositas. La narradora chiapaneca Ethel Beatulspacher decía que nos enamoramos de las personas que tenemos cerca. Siempre pregunto a mis conocidos cómo se enamoraron de sus parejas y siempre escucho las mismas respuestas revolcadas: “Una tarde, a la hora de comprar palomitas en el cine, la vi y me acerqué a ella”; “Nos tocó el mismo taller de dibujo en la universidad”; “Fui a un partido de fútbol y él se sentó a mi lado. Todos los de ahí le íbamos al América, sólo él le iba al Guadalajara”; “Nos conocimos en un viaje que hice a Guadalajara. Ella trabajaba en una librería del aeropuerto”. Todas las respuestas coinciden en la cercanía. Por un instante, prodigioso, dicen muchos, hubo cercanía del uno con la otra, o de una con la otra, o del otro con uno.
¿Qué pasa en estos tiempos cibernéticos cuando el Internet posibilita extender la cercanía más allá del mero contacto físico y una chica que vive en Londres puede conocer a un chico que vive en Argentina y comenzar una relación amorosa? Los expertos dicen que esta relación se consumará en el instante en que el argentino viaje a Londres para encontrarse con ella. ¿Y el sexo cibernético? Los conocedores de la experiencia humana dicen que es mera ilusión, porque el contacto es esencial entre los seres humanos; la virtualidad es una mera utopía. Y, sin embargo, esta posibilidad virtual abre el espectro de esa definición tan limitada. La compañía no sólo debería aplicarse al plano donde lo cercanía está a la mano y lo lejano está en la esquina.
Hay compañías permanentes que están ausentes en el plano de lo físico. Hay amantes que aman en exceso a personas que están distantes; hay personas que sueñan con ciudades lejanas y las tienen más próximas a su corazón que la ciudad donde viven y padecen.
La definición de compañía debería conservar el concepto de cercanía, pero eliminar el concepto espacial, que obliga a entender a un acompañante como aquel que está al lado de uno, siempre.
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