De la invisibilización a la lucha reivindicatoria: Ser afrodescendiente
¿Quién no recuerda a Memín Pingüín? ¿Quién ha olvidado a Rarotonga?
Las personas nacidas en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado saben bien de qué preguntamos.
Con los populares personajes enunciados en ambas preguntas se cultivó un imaginario social sobre personas negras que osciló entre la hiper sexualización, el exotismo y la diferencia más profunda y cruda posible. De ahí se saltó a muchos de los personajes que hacían/hacen las veces de ladrones y asesinos en las películas extranjeras –sobre todo norteamericanas-, la mayoría negros.
¿Cómo no asociar entonces lo negro con lo malo en el imaginario social?
¿Quién quiere llamarse negro o negra si lo negro es igual a maldad? ¿Quién puede hacerlo si lo negro es igual a esclavitud?
Mientras las historietas y películas hacen su papel, los libros de textos gratuitos en la enseñanza primaria, a su vez, no decían, ni dicen, palabra alguna sobre la población afrodescendiente (apenas lo hacían, lo hacen, sobre los pueblos indígenas). No había entonces referente posible para niños y niñas que se sabían diferentes en medio de las marcas negativas que otros niños y niñas les hacían notar: “oye, tú, niña, eres una chamaquita negra”.
“Yo sabía que era negra, pero trataba de que no se notara”, recuerda. Y, sin embargo, era/es imposible ocultarlo.
Las miradas y el trato cotidiano te lo recuerdan siempre.
La mesa del Primer Congreso Feminista de noviembre de 2016 sobre Feminismo Afrodescendiente –histórico, según las ponentes, el hecho de incluir una mesa sobre afrodescendencia- tocó uno de los temas/problemas más fuertes, más hondos, más lacerantes de la humanidad: la invisibilización y discriminación de la población negra.
¿Negra o afrodescendiente?
Si “negra” viene del vocabulario del hombre blanco, colonial y patriarcal, entonces usamos “afrodescendiente” para reivindicarse como mujer u hombre con raíces ancestrales, como parte de una población que se trajo a la así llamada América con el fin de esclavizarla. Ser negro o negra es estar en la escala más baja: a la población afrodescendiente se la situó por debajo de la indígena. Se dice que el mismísimo Fray Bartolomé de Las Casas sugirió la idea de traer población africana para ayudar a la diezmada población indígena, para no sobrepasarse con ésta.
Tanya dio el contexto necesario para entender el presente. Pese a ser de antigua data la presencia de la población afrodescendiente en América, sólo nueve países han cambiado su Constitución para reconocer e incluir a los pueblos afrodescendientes. En México, desde hace diecisiete años la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca libran una batalla por el reconocimiento de estos pueblos.
Y es que hay una invisibilidad histórica, reconocieron todas las participantes en esta mesa. La pluriculturalidad reconocida en la Carta Magna no alcanza para la población afrodescendiente. Eso se dijo.
Y también se habló del racismo profundo.
El racismo abierto: “eres una mujer negra, una niña negra” (aunque alguien dijo que más bien la reconocían como “negro” porque la mujer negra está incluso por debajo de los hombres negros).
Y también se refirió el racismo “benevolente”: “negrita, te lo digo de cariño”, “negrita, pero bonita”, “enséñame a bailar”. “Yo no bailo para divertir a nadie”, reviró una de las participantes, “bailo porque me gusta”.
El racismo interno no pudo faltar, porque también existe.
Hay que reconocer que hay quienes tienen/tenemos privilegios.
En nuestras sociedades no hay igualdad.
Hay que reconocer las jerarquías de todo tipo, aunque nos duela reconocernos racistas, dijo alguien más. Lo somos.
En mi experiencia, fue Chiapas quien me hizo ver la profundidad del racismo en México. Su hiriente presencia.
A partir de lo reflexionado en la mesa, se pueden identificar al menos dos grandes posturas políticas en el movimiento afrodescendiente, además del –o junto al- posicionamiento feminista explícito: buscar el reconocimiento de derechos, en la Constitución Política y la elaboración de políticas públicas, o ir más allá de esto, no quedarse en esto, sino librar batallas desde la corporalidad y desde los territorios.
Sobre todo para esto último el feminismo es una herramienta política indispensable.
El feminismo negro (Black feminism), el feminismo, fue abordado por las participantes como un posicionamiento político que ha permitido el autoreconocimiento como mujeres negras, es decir, superar la negación histórica que comienza en la propia familia. La anécdota del abuelo que arrincona a su nieta cuando ésta le pregunta por qué tiene el color negro (Helen niña también es negra), muestra dolorosamente la autonegación aprendida en la historia.
Lo negro es malo, es de poco valor o no tiene ningún valor. No se puede decir, por lo tanto, que se es negro o negra.
Las salidas son el arte, la poesía (ya lo sabe y dijo Audre Lorde). La salida es el feminismo.
El feminismo posibilita reivindicar la corporalidad en su plenitud, rechazar la idea del cuerpo hipersexualizado para los otros; poner en diálogo político la cabellera misma. Lo colocho, como se dice en Chiapas.
Por ello, Cristina finalizó así, reconociendo el papel del feminismo en su vida: “Nos reivindicamos rotundamente negras, rotundamente hermosas, rotundamente feministas y rotundamente chiapanecas, afrochiapanecas”.
El feminismo es una ventana liberadora, no cabe duda. Siempre lo es.
Con él, Astrid dio el toque político final: “Desde una experiencia feminista negra, la experiencia como grupo oprimido nos pone en una posición diferencial de aquellos que no experimentan tales opresiones. Por tanto la posición particular y única de las sujetas oprimidas o subalternizadas que habitan la exclusión y los márgenes brindan condiciones epistémicas que permitirían realizar críticas o análisis más profundos de estos sistemas de opresión. Es decir [y sin ser mecánico] constituir un punto de vista autodefinido como grupo oprimido en el contexto de una experiencia compartida permitiría desarrollar una consciencia como grupo”.
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