Muros nuevos, viejas murallas
El 25 de enero pasado Donald Trump firmó una orden ejecutiva donde se establece la construcción del muro entre Estados Unidos y México. Cumplía así su promesa de campaña, convertida en una de sus ideas más controversiales y deseadas por sus seguidores, quienes le vitoreaban al ritmo de “construye el muro”. Las justificaciones para esta separación entre los territorios que hoy en día conforman dos Estados distintos son reprobables o defendibles, según la visión y el posicionamiento político de quien opine.
No fue un republicano, sino un demócrata, quien inició la edificación de muros en partes de dicha frontera: Bill Clinton. En el caso del actual Presidente de los Estados Unidos su discurso gira alrededor de una crisis migratoria conformada por el creciente arribo de ilegales, la presencia de criminales y las actividades que llevan a cabo. Lo anterior le da pie a justificar la construcción -y el interés que deben tener ambos países- porque serviría para contar con una frontera segura, ante la delincuencia, de las Repúblicas involucradas, y como forma de salvar vidas debido a la inmigración ilegal. Junto a esta discutible medida y razonamientos también piensa aumentar la presencia, de por sí espectacular, de guardias fronterizos a lo largo de esa frontera de alrededor de 3000 km de longitud.
Una de las cuestiones más polémicas del tema ha sido la afirmación de que será México quien pague el muro, hecho que provocó, incluso, la cancelación del viaje a Washington del Presidente Peña Nieto. Tensión palpada más allá de los funcionarios del país en forma de campaña nacionalista en redes sociales y que ha incitado al mismo presidente mexicano a relanzar, desde el 1 de febrero, la campaña “Hecho en México” con el objetivo de que en el país se consuman los productos elaborados en suelo patrio. Resabios del nacionalismo hecho frase por Lázaro Cárdenas con el “México para los mexicanos”; consumación del proteccionismo que se denominó “campaña nacionalista”, tras la crisis de 1929, y que se puede seguir con detalle en un libro escrito por uno de sus destacados impulsores y participantes: José Manuel López Victoria, La campaña nacionalista (1965).
Sin tomar en cuenta el desmesurado costo de esta megalómana obra, Trump también aprobó otra orden dedicada a suprimir fondos del Estado dedicados a las conocidas como “ciudades santuario”, aquellas donde los inmigrantes ilegales encuentran una especie de paraíso legal, al no ser perseguidos. Ciudades con tanta presencia política y mediática como son Nueva York, Chicago, Washington, Miami, Seattle, Baltimore, San Francisco o Los Ángeles.
A lo anterior se añaden un sinnúmero de consecuencias o reflexiones ligadas a la idea del muro, y que van desde la macroeconomía unida al Tratado de Libre Comercio con los países del norte, a las cuestiones más personales y vívidas como la muerte en las arriesgadas travesías del desierto, el tráfico humano organizado por delincuentes, o las remesas que los inmigrantes en Estados Unidos mandan a sus países, y todo ello consecuencia de las expectativas de una nueva y mejor vida a la dejada en sus países de origen. Sin embargo, aquí sólo trataré algo relacionado con muros y fronteras. Cuestión que, por desconocimiento, le llevó a decir a Trump que “Una nación sin fronteras no es una nación. A partir de ahora Estados Unidos recupera sus fronteras”. No hay que discutir mucho sobre la idea de frontera con este empresario hecho político, ya que dudo incluso que conozca el clásico trabajo de F.J. Turner y que a finales del siglo XIX justifica la expansión poblacional en lo que hoy conocemos como Estados Unidos. Ignorar el surgimiento de las naciones modernas, reciente en la historia, no le impide, eso sí, que sea consciente de que la naturaleza de los muros es absolutamente defensiva. Y hoy mismo existen otros ejemplos, como el que está construyendo Turquía en su frontera con Siria, parte de ella conformada por los míticos ríos Tigris y Éufrates. División ante la avalancha de refugiados por la guerra y símbolo vergonzante de una Europa ofreciendo su peor versión.
En la época actual, cuando el turismo ha adquirido un carácter de consumo universal, a veces en pos de un exotismo folklorizado y sin riesgo, los muros y las murallas son destino de viaje y admiración patrimonial. La muralla china es el ejemplo más evidente del placer por una barrera construida para evitar invasiones; similar circunstancia que ocurre con los muros, fosos y otros aspectos defensivos de los castillos medievales y modernos de la vieja Europa, y bello ejemplo, por solo citar uno, lo constituye la ciudadela o Cité de la ciudad francesa de Carcassonne. Si estos casos reflejan la necesidad de evitar que “otros” armados lleguen a nuestro territorio, otras barreras se han conformado para segregar a seres humanos considerados contaminantes con discursos y justificaciones diversas, aunque en la memoria cercana se encuentran los guetos judíos en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, continuación de una larga tradición de separación de los hijos de Israel.
Así, lo considerado patrimonio histórico de la humanidad se convierte en rechazo actual, aunque el discurso defensivo de Trump sea coincidente con la idea de protección de los míos frente a los otros, siempre tildados de bárbaros, en definitiva, distintos y peligrosos.
Si ello refiere a los muros, otra cosa hay que decir de las fronteras, nunca delimitadas por obstáculos geográficos e, incluso, por la construcción de murallas. Los seres humanos jamás han tenido barreras, por muy difíciles de superar, para viajar y trasladarse entre territorios. Las fronteras de los actuales Estados, conformadas de manera arbitraria por los seres humanos pero simbólicamente relevantes en nuestro decir y sentir identitario, siguen siendo permeables por cuantiosos sean los controles instalados. Nos movemos por necesidad o deseo, y ello será inevitable, y no únicamente para los narcotraficantes que usan distintas modalidades para introducir sus productos en los Estados Unidos.
El ser humano actual vive ese contraste que ensalza muros en forma de patrimonio y cuestiona los actuales, aunque todos han tenido la misma intención. Lo que hoy vemos no es nuevo en la historia, sin duda, pero la construcción propuesta por Trump la identifico más con muchas películas de ciencia ficción que muestran la separación de seres humanos por su condición social o por algún tipo de enfermedad. En nuestro caso se unen ambas, desde la perspectiva del nuevo presidente norteamericano, puesto que la enfermedad es la otredad en forma de pobreza. Si ello causa repudio, y con razón, también deberían hacerlo las separaciones cada vez más evidentes al interior de nuestras fronteras, y donde las ciudades reflejan el alejamiento entre seres humanos con distintas condiciones sociales, aunado a la eliminación de los pocos espacios de reunión ciudadana donde importaría poco su estatus económico. Así que el proteccionismo y las barreras van más allá del muro de Trump; sería bueno no olvidarlo para no ser, simplemente, políticamente correctos.
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