La inconsistente sociedad civil en Chiapas
En los últimos años, por no hablar de alguna década, uno de los conceptos constantes en los medios de comunicación nacionales ha sido el de “sociedad civil”. Con el levantamiento zapatista en Chiapas adquirió connotaciones que transcendían su origen liberal y, como digo, se hizo presente como una ocasión de cambio en el país o de participación de la ciudadanía en la vida pública. Tal cual ocurre con todos los conceptos, repetidos sin contenidos definidos y concretos, se tornan recurso retórico o acaban invocándose de manera pseudomágica, como si solo su nombre posibilitara situaciones deseadas por periodistas, políticos, militantes o cualquiera que lo use.
De su origen liberal en la Europa que estaba conformando el Estado moderno ha pasado mucho tiempo, y también desde cuando Tocqueville puso como ejemplo lo ocurrido en los Estados Unidos, algo que ha tenido continuidad en ese país con la tradición asociativa que se convierte en un contrapeso, un contrapoder, frente al Estado y sus instituciones. Un alegato a favor de la defensa del ciudadano a través de la participación en organizaciones no ligadas al gobierno en turno.
En definitiva, lo que se ha querido comprender como sociedad civil tiene muchas definiciones desde su origen hasta el presente, pero se puede resumir como la oportunidad de participación política y social de los ciudadanos en organizaciones, fuera del ámbito político convencional, para convertirse en un balance o contrapeso a las decisiones estatales o de grupos de poder, y todo ello mediante su intervención a través de movilizaciones o propuestas efectuadas por distintas vías, siempre con la idea de defender derechos individuales y sociales.
Siguiendo esta lógica, se podrá decir que en Chiapas existen muchas organizaciones no gubernamentales. No lo dudo. Pero también se constata que su influencia en la toma de decisiones o confrontación con los poderes legislativo y ejecutivo, y no digamos del judicial, son todavía escasas. Movilizaciones muchas, a veces demasiadas para algunos ciudadanos, pero su impacto no suele responder al papel de la sociedad civil en democracias consolidadas. Claro está que ni México, ni Chiapas como parte de la Federación, son ejemplo de vida democrática, y quien lo dude que lea cualquier manual para principiantes o aprendices del hacer democrático y no tendrá forma de negarlo. Pero dicho esto, tampoco se cuenta con formas de actuar donde buena parte de los ciudadanos se encuentren representados o deseen participar; también es aprendizaje, no cabe duda, pero habrá que iniciar con aquellos movimientos que encarnen el sentir y las preocupaciones de muchos. Todo cuesta, y más a la hora de construir iniciativas de carácter político en sociedades atravesadas por demasiado patrimonialismo y formas dictatoriales de ejercer el poder, aunque hoy en día estamos en un momento sensible de la población para iniciar participaciones en busca de defender sus derechos y destino. Lo único peligroso es que las propuestas se dirijan a propiciar, con otros actores, los mismos defectos de la política local. Las tentaciones para que esto suceda son muchas, y sobran ejemplos en el mundo actual. Habrá que pugnar por fórmulas que realmente hagan partícipes a los ciudadanos de la sociedad civil, una que sea visible y constante en un Chiapas urgido de ella.
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