Esperando el Super Bowl: un espectáculo como reflejo de una sociedad
En América Latina, aunque no como único lugar del planeta, el estudio del deporte espectáculo no ha sido considerado hasta los últimos años algo de interés para la sociedad. Sorprendente dada la expectación, actividad y dependencia social que comporta, y el significativo papel que juega en el vivir cotidiano de mucha población. Lógicamente entre las críticas hacia este hecho social, el deporte profesional, se encuentra la misma, o similar, a la que se utilizó para la religión siguiendo la expresión de Karl Marx, es decir, el deporte espectáculo es el opio del pueblo. Cada quién hará su lectura, pero no cabe duda que hoy estos espectáculos se han convertido en algo que aparece en medios de comunicación, vocabulario diario o representan, con distintas modalidades, identificaciones personales tan o más trascendentes que las ofrecidas por otro tipo de comunidades de representación.
Es evidente que no se mira de la misma forma la práctica deportiva que el deporte espectáculo, la primera considerada beneficiosa para la salud de los individuos, a pesar de que no siempre esa afirmación se refleje en todos los casos de los practicantes de una actividad física, organizada o no, dadas las lesiones, repercusiones físicas e incluso fallecimientos causados por ella.
No resulta casual, si se observa el funcionamiento del fútbol americano, que naciera en los Estados Unidos hace más de 100 años, con una mezcla del fútbol europeo y el rugby en su idea principal. En la lógica de confrontación entre equipos, que caracteriza a buena parte de los deporte de competición más seguidos en el mundo, una especie de guerra simbólica entre defensa y ataque, el fútbol americano pretende conseguir anotaciones al rival a través del enfrentamiento entre hombre que chocan para impedirlo, mientras la cabeza del equipo, el jefe o director, distribuye o lanza el balón a sus obreros, especializados en sus tareas en el campo, como si de una empresa fordista se tratara. Más si se toma en cuenta el control de los tiempos de ejecución que implican las jugadas.
Una liga que hace que jueguen equipos entre ellos conduce al momento más esperado, la final de la National Football League (NFL) para confrontar a los campeones de las dos conferencias, la Nacional y la Americana. El 5 de febrero será la edición 51 del Super Bowl y se celebrará en Houston, Texas. Ciudad que lo recibirá por tercera vez y se transformará en la semana previa al partido final, como todas lo hacen, por el alud de espectadores, periodistas o, simplemente, visitantes.
La final, como no podía ser de otra forma en el vecino país del norte, es un espectáculo en todos los aspectos que se contemplen. Desde cómo son tratados los equipos participantes y su relación con la prensa, hasta el show del medio tiempo que este año estará encargado a Lady Gaga. En ese mismo sentido, la transmisión televisiva es fundamental para que, al menos, 170 millones de televidente vean en directo el encuentro que será cubierto por 100 cámaras. El evento del año más visto en Estados Unidos provoca que una entrada al estadio cueste precios estratosféricos, al igual que los anuncios que se emiten en la televisión en los constantes descansos, incluso se realizan expresamente para el evento con lanzamientos originales de productos, y los precios pagados por segundo son también desmedidos. En tal sentido, la generación económica de este evento del deporte espectáculo se hace difícil de calcular con precisión, puesto que son muchas las empresas beneficiadas por esta actividad anual. Para ello es bueno recordar que en el encuentro de 2016 se consumieron 1.300 millones de alitas de pollo, 14.500 toneladas de patatas fritas y 3.600 de guacamole, por solo citar algunas cifras.
Como dije al principio, el deporte es un buen reflejo de la sociedad donde surge o se lleva a cabo, y en ese sentido el fútbol americano no puede ser distinto, sino todo lo contrario. En su ruedo se juegan muchos de los aspectos visibles en la sociedad que lo practica o lo mira desde la condición de espectadores de sus ciudadanos.
Además de la distribución fordista del trabajo, existe la recompensa diferenciada por rendimiento o puesto, y la condición de seres humanos desechables si no cumplen con el objetivo diseñado para lograr las metas. A lo anterior hay que añadir, como en otros deportes en Estados Unidos, una clara discriminación racista, en especial por esa condición de especialización que tiene el juego.
A nadie se le escapa que la mayoría de jugadores de este deporte son negros, una proporción no equivalente a la distribución de la población total del país. Algo que ha conducido a pensar, de manera repetida, que su condición biológica permite que destaquen en el deporte, sin que sean considerados condicionamientos sociales imprescindibles para entender que practicar un deporte, para ser profesional del mismo, es una de las pocas salidas para cambiar de condición social de los “afroamericanos”.
Cuestión que en el campo de juego del fútbol americano se ha demostrado con la diferencia existente entre los obreros, la ofensiva y defensiva del equipo, que demuestran su poderío con la fuerza física y que es ocupada, con alrededor del 90%, por jugadores negros. Frente a ellos se encuentra el jefe, el Quarterback o mariscal de campo, puesto durante años ocupado por blancos, aunque en los últimos años se han incorporado algunos que no lo son. Dicho mariscal de campo no sólo evita el esfuerzo físico sino que es el director intelectual de los avances mediante el conocimiento y decisión de las jugadas que se emplearán. La fuerza negra ante el intelecto blanco. Estos y otros razonamientos pueden ampliarse, sin duda, pero lo que no debe echarse en saco roto es que el deporte espectáculo actual, y el ejemplo mayor en el mundo es el Super Bowl, además de lo que despierta y representa para la sociedad no son una nimiedad. Guste o no, es imposible lanzarlo al saco de lo inexistente dado lo que representa, en nuestro mundo contemporáneo, es el ritmar la vida cotidiana de gran número de seres humanos.
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