Diversidad y disidencias sexuales
¿Qué es el patriarcado? ¿Qué significa luchar contra el sistema binario? ¿Sólo hay mujeres y hombres? ¿La categoría “mujer” es dada de una vez y para siempre? ¿La masculinidad debe ser siempre machista, sexista y misógina? ¿La masculinidad debe expresarse con violencia y si no lo hace así, no se es masculino, no se es hombre?
Si el Primer Congreso Feminista de noviembre del año pasado ya fue histórico en el sentido de congregar, por primera vez en la historia contemporánea de Chiapas, a prácticamente todas las vertientes del feminismo, lo es más aún con la inclusión de dos mesas dedicadas a las disidencias sexuales, la diversidad y el transfeminismo. Así lo reconocieron quienes acompañaron estas reflexiones.
No se quiere decir que son inexistentes las diferencias y los posicionamientos políticos. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, más allá de toda diferencia el hecho de abrir un espacio para el encuentro de voces tan distintas nos deja ver la riqueza de pensamientos trascendentes, de militancias políticas novedosas en toda la línea.
“Pienso que estamos en un momento histórico, profundamente hermoso y con mucho poder de desestructurar desde dentro del movimiento feminista. Me parece un espacio indispensable, novedoso, tengo tantas palabras lindas para hablar sobre este momento ahora, pero sí quería señalar: ¡qué bien que nos están dando la bienvenida a las personas trans, personas no binarias, en Chiapas!”
Quizá como en ninguna otra mesa del Congreso Feminista, en éstas se reflexionaron todas las preguntas (y más) arriba aludidas. Y no es fortuito.
Ser lesbiana, gay, homosexual, transexual, transgénero, queer, marica, es una de las grandes subversiones contemporáneas, aunque –como también se habló- ha habido diversas culturas en las que no se ha reconocido tan sólo a hombres y mujeres sobre la base de la genitalidad. Incluso las hay en donde un tercer sexo, un cuarto, es un don, no algo maligno ni mucho menos blanco de ataques y discriminaciones. Los muxes zapotecas, los winkte, los ninauposkitzipxpe, son tan sólo algunos entre muchos ejemplos.
En las etnografías feministas incluso se han referido comunidades en las que el género no es ni con mucho un eje estructurante, diferenciador, marcador de desigualdades entre las personas que conforman a aquéllas.
Ni la biología es un fatalidad inmutable.
La biología no define siempre ni necesariamente.
Hay que leer también a las culturas más antiguas para confirmar que la práctica que, desde el siglo XIX, llamamos “homosexualidad” estaba plenamente incorporada a la vida. La cultura griega es un buen ejemplo, como lo ha detallado magistralmente Michel Foucault, el pensador a quien más le debemos las reflexiones contemporáneas sobre el cuerpo y la sexualidad.
Por otro lado, estudios y reflexiones recientes –tanto históricos como antropológicos- nos muestran también que la mirada pornográfica no es propia de pueblos originarios y tribus. Cartas de conquistadores españoles que arribaron con violencia a nuestras tierras nos enseñan claramente que tal mirada pornográfica fue transmitida a las culturas vernáculas.
Hablamos de la misma mirada que censura cuerpos disidentes, si bien desde ángulos distintos.
¿Qué ha pasado, entonces, durante siglos, que hemos llegado al punto de hoy, cuando se sataniza, discrimina y asesina a las personas del movimiento Lésbico, Gay, Transexual, Transgénero, Trasvesti, Bisexual, Intersexual y Queer (LGTTTBIQ?
¿Qué ha ocurrido para que las mujeres tengan, en muchas de las sociedades que conocemos, un estatus inferior y secundario?
El tema, el problema, la cuestión, es demasiado compleja y extensa como para darla por terminada en esta pequeña contribución. Podemos al menos enunciar varias de las ideas centrales que en el Congreso se virtieron.
Hay quienes reivindican los derechos iguales para todas las personas, entre ellos el derecho al matrimonio y el derecho a la paternidad y maternidad.
Hay quienes libran una lucha inagotable por ejercer, plenamente, el derecho a una identidad, la que se ha elegido por voluntad propia.
Hay quienes reivindican ser mujer o ser hombre, de acuerdo al binarismo cultural asociado a la biología, pero transformándolo… Es decir, se ha nacido genitalmente de una manera, pero se vive de otra.
Hay quienes se reconocen no-binarias, no-binarios.
Hay quienes se reconocen en los pasados afro y negro.
Hay quienes impulsan nuevas masculinidades desde el ser transgénero.
Las enseñanzas son diversas, pero confluyen en algunos puntos básicos.
La biología no es destino.
El sexo también es algo cultural.
Y se puede cambiar de sexo.
Se puede abolir el género, deconstruirlo…
La clase social, el género, la pertenencia étnica son, además de la diversidad y/o las disidencias sexuales, dimensiones de las desigualdades actuales: tal fue una de las conclusiones (y no de sólo de estas mesas).
Estas mesas, como pocas, tocaron varios de los nudos centrales que atañen al feminismo, a los feminismos. Temas que nos convocan a descolonizar las mentalidades, descolonizar las formas de vida que nos han impuesto, e incluso descolonizar las formas de enunciarlas, como se sugirió.
Estas mesas, quizá más que en otras, insisto, se vio que la experiencia y la consciencia de las personas –dos conceptos clave en las teorías feministas- sigue aportándonos mucho para desestructurar los férreos cánones que dañan, hoy por hoy, a millones de personas en el mundo.
Por eso es importante cerrar esta contribución con la seguridad de que los feminismos, el feminismo (si cabe hablar en plural) lucha contra lo mismo que luchan las personas trans, homosexuales, lesbianas, maricas: el patriarcado, el machismo, el racismo, el sexismo.
Los miedos, los enemigos, dijo alguien, son los mismos que asechan al feminimo.
Habrá quienes lean con desdén estas notas, o directamente las rechacen, pero, hoy por hoy, no es posible pensar una democracia, una sociedad igualitaria, sin que estemos todas las personas ahí incluidas, ahí reconocidas.
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