Definición de tarjeta roja
Se usa en serio y en broma. En este país, futbolero hasta las cachas, debería emplearse la tarjeta roja como un recurso legal y justo. A veces, de broma, alguien dice “Tarjeta roja” y muestra la mano derecha empuñada, con el dedo pulgar como candado, imaginando que dicha mano sostiene una tarjeta roja. Esto significa (todo mundo lo sabe) que el aludido está expulsado, que es persona non grata. Pero en el fútbol sí se usa en serio y cuando un jugador, por faltas cometidas, acumula dos tarjetas amarillas (que tal vez funcionan como las luces preventivas del semáforo), se hace acreedor a una tarjeta roja, significa que debe salir del campo de juego.
El movimiento de la mano que sostiene una tarjeta roja es decidido, rotundo. El que la saca lo hace con vitalidad, como si con ello se le fuera la vida, cuando en realidad, a quien le está extrayendo un poco de vida es al otro. Quien se hace merecedor de una tarjeta roja (¿merecedor?) se enoja, patalea, mueve los brazos como si nadara en un río de caca. Todo es una mera representación teatral, todo es un exceso de coraje, porque sabe que, al final, como si fuera perro con la cola entre las piernas, debe abandonar el partido.
¿Es justo tal castigo? Esteban, quien es experto veedor de partidos de fútbol desde que tenía cuatro o cinco años (ya tiene cincuenta y cuatro de edad), dice que sí, que es un recurso fabuloso para evitar la violencia innecesaria, aunque, admite, en ocasiones la violencia se desborda y la tarjeta de cualquier color sirve para maldita la cosa.
El abusivo que, así lo dice Esteban, se dedica a acosar a los contrarios, debe recibir una reprimenda y el mayor castigo es que lo expulsen, porque se sabe que todos los jugadores quieren jugar en el campo. Fabio, hijo de Esteban es un muchacho que heredó la afición de su papá (le va a Los Cholos. Rara elección, pero, bueno) y ve todos los partidos que se transmiten por la televisión. Una vez, Esteban recibió el reporte escolar de secundaria (nivel que Fabio estudia) y vio que su hijo había reprobado dos materias, Esteban, un poco en juego y un poco en serio, sacó una tarjeta roja de la bolsa de su camisa y, a mitad de la sala, se la mostró a su hijo y le dijo que estaba expulsado del partido y ya no permitió que su hijo siguiera viendo la televisión. El niño, como clásico jugador del Cruz Azul, pataleó, berreó y lloró. Llegó a decir que era injusto el castigo, que su papá le impusiera otro, pero que dejar de ver los partidos en la televisión ¡no! Esteban supo que había dado en el clavo. Cuando llegó el siguiente reporte escolar, la boleta no mostró ningún cinco, impreso en color rojo (es decir, ninguno de los maestros le había sacado la tarjeta roja a su hijo). Fabio jaló el sillón al centro de la sala, prendió la televisión y disfrutó el encuentro entre los Cholos y el América. Como agregado divino esa tarde ganó su equipo favorito.
De ahí que Esteban dice que se debería implementar el uso de la tarjeta roja en este país ciento por ciento futbolero, al que, tal vez por eso, siempre le va de la patada. ¿El gobernante no cumple con su encargo? ¡Tarjeta roja! ¿La novia se pone sus moños y no quiere aceptar la propuesta generosa y caliente del novio? ¡Tarjeta roja! ¿El novio es un bobo que insiste en acostarse por el simple acostón? ¡Tarjeta roja! ¿Los periodistas son unos tontos y no saben redactar? ¡Tarjeta roja! ¿El secretario de educación es casi analfabeta y no sabe “ler”? ¡Tarjeta roja!
Esteban dice que el país mejoraría. Claro, advierte, habría que regular la medida. Porque no faltaría el individuo que las repartiría como si fuera lluvia. No faltaría el abusivo que a la hora de la comida dejara el plato lleno en la mesa advirtiendo que lo preparado por la mamá no tiene semejanza con lo que sirven en el Maxim’s, de París, y le sacara la tarjeta roja a la madre. Pero, en este caso absurdo estaría el recurso del otro lado, la mamá bien podría sacarle tarjeta roja, con esto el hijito no tendría más que ir a un restaurante, donde, con el coraje contenido tendría que comer una comida sosa y cara.
Esteban insiste en que cuando dos que no se toleran sacan la tarjeta al otro el mundo toma un color amarillo afectuoso y todo se soluciona. Cuando los dos se van con la satisfacción de haber mandado a volar al otro, nadie siente haber recibido un castigo injusto.
¿Pueden los diputados lanzar una iniciativa para legalizar el uso de la tarjeta roja en México?
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