Víctor Manuel Esponda Jimeno: Antropólogo Chiapaneco
El pasado 11 de enero murió Víctor Manuel Esponda Jimeno a los 65 años. La noticia me conmovió y me llenó de dolor. Estuve todo el día pensando en que al final, la vida es frágil pero permite que pasemos por el tiempo con la sensación de que este es el que pasa. Víctor Manuel fue mi alumno, colega y amigo en el más amplio sentido de la palabra. Como tal, me consta que era un lector insaciable, con un sentido de la erudición que le dotó de una suerte de brújula para leer antropología. Comprendió el invaluable legado de los clásicos a los que leyó profusamente. Rehuyó encasillarse en un molde teórico y más bien insistió en que era antropólogo, etnógrafo, un cronista de la Cultura y la Sociedad. Hacia los años 1970, diseñamos juntos el primer curso que se dictó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia sobre sistemas de parentesco. Nos dimos a la tarea de explicar a los jóvenes mexicanos, a la antropología social que desarrollaban los maestros británicos: Radcliffe-Brown, Max Gluckman, Meyer Fortes, Bronislaw Malinowski, al tiempo que discutíamos la importancia de entender los principios de la filiación y la descendencia, la configuración variada de la familia, las formas de matrimonio incluyendo la poliandria y la poliginia, y, por supuesto, las genealogías y cómo se dibujan. El curso era difícil porque el tema había sido excluido por años de la ENAH. Una parte de nuestro curso se dedicó a mostrar cómo las primeras formas de organización y de estructuración social arrancan con el parentesco. En un medio académico y político como el de aquellos años, enseñar un curso de parentesco era correr el riesgo de ser tachado de “reaccionario” y de hacer el juego a las fuerzas de la “burguesía” para distraer el examen de los verdaderos problemas. Pero recuerdo que supimos traer la discusión de los sistemas de parentesco a nuestra propia vida social y mostrar cómo aún operan sus lógicas cuando analizamos las alianzas matrimoniales que dan lugar a la configuración de las oligarquías y los grupos de poder. Nos dividíamos el pago del curso en partes estrictamente iguales. Víctor Esponda aplicó lo que aprendió de aquel curso al análisis de las sociedades indígenas de Chiapas, escribiendo con solvencia sobre los sistemas de parentesco entre tzeltales y tzotziles. No se redujo a esos temas. Víctor exploró en los caminos de la antropología para descubrir la trayectoria de una disciplina que tanta presencia ha tenido y tiene en Chiapas. Fue un excelente historiador de la antropología con el mérito de llamar la atención hacia los esfuerzos de los propios intelectuales chiapanecos por conocerse a sí mismos, a través de descubrir los hilos estructurales de su propia sociedad. Abrevó en los trabajos clásicos de Calixta Guiteras Holmes, “la hermana del héroe” como se conoció en su tierra a esta insigne antropóloga Cubana. Acusó también la influencia de Ángel Palerm (maestro de todos), Enrique Valencia (antropólogo colombiano, iniciador de la antropología urbana en México) y Gonzalo Aguirre Beltrán (maestro del indigenismo). En ese camino, fue amigo de otro coleto ilustre, inolvidable, don Prudencio Moscoso, en cuya biblioteca alimentó Víctor su espíritu y su sed de saber tardes enteras. No exagero si escribo que Víctor Esponda fue un erudito de la antropología, uno de los antropólogos chiapanecos que mejor conoció a esta disciplina sin perder el entusiasmo de los primeros días. Fue toda su vida un antropólogo. Cuando hablamos de Franz Blom y Gertrude Duby, nos remitimos a Víctor Esponda, a un tiempo de Chiapas que murió con él. Además, enfatizó su chiapanidad. Víctor Esponda no se sació de Chiapas y buscó y buscó en sus entrañas los secretos de su Historia.
Juntos con otro chiapaneco insaciable en la lectura, Julio Sarmiento, platicamos largo y tendido con Lawrence Krader, el finado antropólogo norteamericano-alemán que le dio nuevas perspectivas al enfoque crítico. Justamente Víctor me pidió un texto para introducir un artículo de Krader que él mismo tradujo. Lo hice con el gusto de saber que colaboraba con Víctor como en los añejos tiempos de la ENAH. Cuando recibí el Doctorado Honoris Causa por parte de la UNICACH (emoción continuada), de los primeros en acercarse para darme el abrazo fueron Víctor Esponda y Julio Sarmiento. Conservo la foto en la que estamos con Julio Sarmiento y Víctor Esponda retratados en las afueras del Auditorio del CESMECA. Víctor vestido impecable con su traje (su “terno” o su “centro”, como decimos los chiapanecos) con una corbata a tono con el azul de su saco. Se le ve sonriente, con su gran bigote y los ojos bien abiertos. Al recibir la noticia de su muerte me quedé suspendido. Víctor Esponda murió con su vocación de antropólogo intacta. Su erudición lo llevaba ahora por los senderos de la arqueología, el oficio de otro amigo común: Tomás Lee Arvol, que también pasó por Chiapas y nos dejó un legado invaluable de obra científica hecha con profunda estima hacia el pueblo chiapaneco. Hago votos porque sepamos honrar la memoria de Víctor Esponda ahora que navegamos en aguas turbulentas, con Hitler de nuevo a la cabeza, en un tiempo en el que la simulación y el cinismo están por doquier. Nos deja Víctor una obra notable y el ejemplo de una vida dedicada a una antropología enraizada en la sociedad chiapaneca.
¡Hasta luego, amigo!
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala, 12 de enero de 2017.
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