El desastre
El imaginario popular es sabio. Uno sube a cualquier taxi o escucha conversaciones en el autobús o combi colectiva y puede tomar el pulso político de lo que siente el ciudadano de a pie. El imaginario popular casi no se equivoca, por la sencilla razón de que son esas personas quienes padecen más las tomas de decisiones que se hacen en su nombre, desde sendos y mullidos escritorios, en cerebros con cabellos rubios envaselinados, con una copa de vino importado pagado por el erario público y con personas que quizá nunca se han subido en su vida a un metro.
Ese imaginario no entiende de macroeconomía, pero sí de elemental y contundente lógica política. Por ejemplo, ¿por qué demonios no meten a la cárcel de una buena vez a Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, en uno de los episodios de corrupción más asquerosos de los últimos tiempos en este país? Solapado, cobijado por el poder priista, informado para poder fugarse, campante con sus millones de pesos, disfrutando las navidades como rey, Duarte se fue y, tan campante, nadie lo molesta desde su huida. Pero sobre todas las cosas, impune, absolutamente impune. Y no es el único. En este sistema, ser político es el más jugoso de los negocios porque se puede obtener, a costa de todo, dinero, poder e inmunidad. Todo al mismo tiempo y si que nadie les toque un pelo.
La gente se pregunta ¿cómo es posible que un solo hombre pueda poner en jaque al sistema de seguridad de todo un país y los sistemas de inteligencia del Estado colapsen al no poder encontrarlo? La gente se responde: no lo capturan porque el propio Peña Nieto está metido hasta la médula de esa misma podredumbre corrupta, la cual ha solapado todo este tiempo. El imaginario trabaja: quizá le financió la campaña electoral el narco; el gordo Duarte los tiene amenazados, si él cae, caen todos; tal vez el mismo Peña Nieto es beneficiario directo del saqueo multimillonario a todo un pueblo, y a toda la nación. Tal vez, piensa el pueblo.
Por tanto, desde la estupidez discursiva, la justificación del Presidente ante la ola de ira e indignación que permea en todo el país, no solo deja ver un personaje solitario, carente de toda proporción de la realidad, ante un pueblo que ya sabe dónde irán a parar las supuestas ganancias millonarias que nuestros hijos agradecerán dentro de ¿siglos?
Deja ver, asimismo, el grado de inmundicia moral al dejar libre a todos los servidores públicos que han saqueado las arcas de los estados de la República, pero eso sí, conmina a que, simplemente, todos paguemos lo que ellos mismos se han robado. Mientras, sus sueldos y canonjías, intactos. Ni un solo centavo se bajaron de su nómina, nada que se apretaran sus carísimos cinturones y muchos menos dejar los vales de esa famosa gasolina, ahora por las nubes, que para ellos sigue siendo totalmente gratis.
Por eso, el imaginario popular asienta: o todos parejos, o todos boludos. O lo que es lo mismo, los argumentos del jefe del gobierno para justificar otro más de los actos que prácticamente pone en guerra al pueblo contra los gobernantes, pueden irse a las cañerías más profundas. O al carajo, es lo mismo.
El desastre en el cual han sumido a México entero estos impresentables priistas y aliados verdistas y aliancistas y todo el desperdicio político que en este país solemos llamar “democracia”, deja ver que la moral del gobierno imperante es la del virtual secuestro de nuestra nación por unos cuantos oligarcas que no cejarán en su empeño de robarnos nuestra historia y nuestra esperanza. Y si no son los politicos los adecuados para administrar los recursos nacionales, toca a la sociedad civil hacernos cargo de nuestro futuro. Llegó la hora de hacer valida la máxima que cabe perfectamente en los tiempos actuales: que se larguen todos.
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