Definición de inocencia
¿Existe este concepto? ¿De veras? Si uno acude a un diccionario encuentra la siguiente definición: “Estado del alma limpia de culpa”. ¡Qué! Cualquier persona, al escuchar eso tomaría del inventario popular la siguiente frase bíblica: “El que esté libre de culpa que aviente la primera piedra”. Esta sentencia borra de un brochazo la definición de inocencia, porque, ya lo dijo la Biblia (¡ah, qué ganas de joder el espíritu!), desde que Adán y Eva cometieron el pecado original, todos los demás mortales debemos cargar con el pecado; es decir, nadie es inocente. Esto es un absurdo, pero es algo de llamar la atención.
Uno, romántico e idealista, quisiera definir a la inocencia como un estado mental ideal, pero la realidad se contrapone. ¿Quién, Señor mío, puede sobrevivir en un mundo donde la inocencia está considerada como un sinónimo de candidez? Los cándidos canarios no sobreviven en territorios donde los gatos están al acecho.
Según los católicos a los pichitos hay que bautizarlos para borrarles el pecado original. Esto significa que las criaturas nacen con el estigma de la no inocencia. ¡Qué tonto! Los niños que deberían ser la encarnación de las almas puras, resulta que vienen, “de fábrica”, con la mancha del pecado que cometieron los primeros padres. ¡Qué bobera tan más grande! Así, pues, para la cultura occidental, dominada por la religión católica, todos son unos impuros y no existen inocentes. Perdón, ¡qué estúpidos!
¿Por qué no tomamos el origen de la palabra y partimos de ahí? Los que saben dicen que la palabra inocencia deriva del latín innocens, así, con doble ene, una ene es de in y la otra es de nocens. Medio mundo reconoce, aún sin tener mucha conciencia de ello, que el prefijo in significa negación. Cuando decimos ingrato, por ejemplo, sabemos que decimos que algo no es grato, así pues, decir in nocens significa decir que algo no es dañino, porque nocere es algo nocivo. De acá podemos colegir que los latinos cuando hablaban de la inocencia decían que algo no era dañino.
El origen salva el absurdo. Digamos que no existen los “estados del alma limpia de culpa”, porque para eso está la cita bíblica de que quien sí lo tuviera “que arroje la primera piedra”. Pero, lo que sí podemos asegurar es la existencia de personas que no dañan. Y estas personas son, gracias a Dios, los que se acercan al estado de pureza donde pueden proclamarse como inocentes. Es decir, será inocente todo aquel que no jode al otro; es inocente el creador que procura brindar una muesca de arte al prójimo, para hacerle más llevadera su estancia en este mundo que está plagado de cabrones impuros. Dicho esto, los pichitos, los recién nacidos, son inocentes porque no dañan al prójimo. ¿Qué daño pueden hacer cuando berrean reclamando un poco de leche materna? Así pues, los cabrones son los otros, los que armaron esa historia del pecado original y echaron lodo a las caritas de los inocentes limpios de culpa. Por eso, pues, decimos que la definición de inocencia es un desatino, dado que existe una carga semántica que es como una lápida.
Digamos que son inocentes todos aquellos que no dañan. Los miserables, los malandros, los irracionales no son inocentes, ¡claro que no!
La definición de inocencia pareciera ser un acto innoble; es decir, sin nobleza, con ganas de joder.
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