De la incidencia a la demanda de representación política
Si aceptamos que no hay un solo feminismo, sino “varios”, distintas maneras de luchar por los derechos, la igualdad y la libertad de las mujeres y de todas las personas, con énfasis diferenciados entre tales modos, entonces hay, claramente, un feminismo de incidencia política. “Feminismo institucional” sería el término adecuado si no fuese por el hecho del desprestigio contundente que lleva en sus espaldas: mujeres que se “institucionalizan”, que no las anima las transformaciones profundas.
Gisela Espinosa Damián, en su libro Cuatro Vertientes del Feminismo en México (2009) distingue el feminismo histórico, el feminismo civil, el feminismo popular y el feminismo indígena como las vertientes feministas. Quienes organizamos y confeccionamos el Primer Congreso Feminista de Chiapas de noviembre de 2016 partimos de esta obra pionera –fundamental para todas las personas interesadas en la historia de los movimientos de mujeres-, pero estábamos convencidas de que no son las únicas vertientes feministas sino que hay más.
Pensamos que –siguiendo a Espinosa- el feminismo civil, el de las mujeres nucleadas en organismos no gubernamentales, de la sociedad civil- no define concepciones y prácticas diferenciadas entre quienes rechazan las instituciones gubernamentales y entre aquellas otras convencidas de trabajar con el Estado.
Tan importante clivaje [1] o escisión, tema-problema que rompe y divide a unos grupos de otros, ciertamente define a movimientos de mujeres, partidos políticos, organizaciones de todo tipo. Trabajar o no con el Estado, trabajar o no con las instituciones gubernamentales.
Gran clivaje en el estado de Chiapas.
Se podría escribir un libro de los últimos cincuenta años a partir del mismo clivaje.
Viejo tema- problema en la entidad, que, a mediados de la década de los noventa del siglo XX, alentó debates entre grupos de mujeres y definió posicionamientos decisivos, definitorios en las formas de hacer política.
Hacer o no hacer incidencia política. Ese fue el tema.
Incidencia que consiste en gestionar apoyos para las mujeres, vincularse a sistemas de salud, seguridad, buen gobierno, planes municipales, diseñar política pública, participar en la elaboración de leyes, etcétera. Una participación ciudadana con perspectiva de género.
La ruptura a nivel nacional en el movimiento feminista a partir de tal clivaje, hacer o no incidencia política, también se tradujo en Chiapas en la existencia de un “feminismo institucionalizado”: feministas vinculadas a las instituciones que –como se afirmó en la mesa de “Incidencia política en las instituciones gubernamentales” del Congreso Feminista- se quedan en el cambio inmediato, carentes de una visión profunda y transformadora.
Ese es un lado del asunto. Ésta es la perspectiva de quienes no creen en este trabajo de incidencia política.
Quienes han apostado fuertemente por tal incidencia como una de sus líneas de acción están convencidas de que, poco a poco, se generan cambios que favorecen a las mujeres.
Quienes están en contra aseguran que el pesado aparato del Estado, dominado por hombres, o bien por hombres y mujeres no interesados en el cambio real, hace poco probable, y hasta imposible, generar sinergias en dirección a toma de decisiones profundas.
Quienes están en contra hablan de que, si bien “se abren puertas” con tal incidencia, a favor de diversos sectores de la sociedad, en tal caso de las mujeres, lo que también ocurre es que “se cierran de inmediato”.
Quienes están a favor de la incidencia política observan avances.
¿Cómo se explicaría hoy por hoy la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia sin el trabajo de orfebrería de una feminista por excelencia, Marcela Lagarde, en la Cámara de Diputados?
No se puede dejar de citar in extenso a Marcela Lagarde al respecto:
Aprendí muchísimo porque tuve que explorar lo jurídico, que casi no conocía. Hice antropología jurídica feminista al construir la ley, que es construir un mundo. Fue algo que me apasionó y que me permitió sobrevivir esos tres años de mi vida [cuando fui diputada, ICA] en los que me levantaba todos los días con reportes de lo que había pasado el día anterior en diversas partes del país, inmersa en la muerte violenta de mujeres, que era algo terrible. Sobrevives porque piensas que sí se puede erradicar la violencia. Y, como antropóloga, estoy convencida de que se puede erradicar la violencia.
[La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia] fue una obra de orfebrería, porque, claro, en el Congreso éramos quinientos en la Cámara de Diputados. ¡Convence a quinientos! Pues no, allí aprendí cómo se le hace: tienes que convencer a unos cuantos, saber quiénes deciden. Y cómo soy antropóloga, pues yo todo el tiempo estaba investigando, observando, analizando y entendiendo quiénes decidían allí. En unos meses yo ya sabía eso. También aprendes de otras colegas que ya habían sido legisladoras y que me enseñaron todo. Y aprendí a saber quién era quién en la política, porque yo no sabía. Yo nunca he sido política profesional. Entre los que lo son, se conocen, porque son como un clan. Pero aprendí eso e hicimos un trabajo logrando el acuerdo con el grupo político popular. La ganamos por el sistema jerárquico y vertical que hay. Y si no lo hubiéramos hecho así, nunca habría pasado la ley. Si hubieran votado por sí mismos, muchos hubieran votado en contra. Pero votaron con línea de partido. [2]
La lectura obligada de la experiencia de Marcela Lagarde es que sí se puede. La lectura política de la cita es también que se necesita estudiar el entorno, saber negociar, tener alianzas, conocer la temática que interesa promover, tantear bien el terreno que se pisa.
En la mesa del Congreso Feminista se dijo de modo claro: no basta con ser mujer para promover política pública a favor de las mujeres, no basta.
Hay que especializarse, hay que saber hacer política pública y es necesario, por supuesto, tener una agenda de género, una visión feminista.
En la línea de la incidencia política, por otro lado, quienes han optado por ésta han derivado en los últimos años, de una u otra manera, en la demanda de la paridad de género. No hay espacio para profundizar en este arco de 180 grados, natural, desde una visión de la democracia genérica que ha cobrado tanta fuerza en las últimas dos décadas en todo el mundo.
Democracia genérica sin la cual ya no es posible creer ni sostener una democracia.
Podemos limitarnos por ahora a problematizar algunas ideas.
Quienes no creen en la posibilidad de transformar desde dentro del Estado afirman –como se hizo en el Congreso Feminista- que las mujeres interesadas en participar en cargos de elección popular y en la administración pública tienen que tener agendas de género…
Entonces, ¿sí es posible el cambio con una agenda de género?
Una mujer sola no puede hacerlo. También se dijo esto en el Congreso Feminista.
¿Y varias podrían?
Si en el Proceso Electoral Local 2014- 2015 pusimos el acento en el respeto y la aplicación por todos los partidos políticos del principio de paridad establecido en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, vale preguntarse:
¿Ahora se tratará de ir por la incidencia feminista en la confección de las listas de los partidos políticos?
¿De todos los partidos? ¿De algunos?
[1] Clivaje o cleavage (en inglés) fue un término usado en los años sesenta del siglo XX por Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan, originalmente centrado en los partidos políticos.
[2] http://www.aibr.org/antropologia/04v01/entrevistas/040101.pdf
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