La ciencia, esa nueva religión

Casa de citas/ 302

La ciencia, esa nueva religión

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo de mi admirada Doris Lessing Instrucciones para un descenso al infierno (Ediciones B. C. A., 2007), novela que prescinde de un narrador convencional y cede la voz a documentos, cartas, trascripción de charlas médicas. Un poco más allá de las cien páginas, es casi de 300, la historia comienza a ser inteligible, porque está basada en los recuerdos, tal vez falsos, de un hombre que no recuerda quién es. Me gustó. De uno de sus epígrafes, acreditado a Mahmud Shabistari, sabio del siglo XVI, son estas líneas: “En cada grano late un millar de cosechas./ El mundo entero está en el corazón de un grano de maíz./ En el ala de un mosquito se halla el universo”.

Charles Walkins, catedrático de literatura clásica y protagonista de la novela, escribe (p. 135): “Cada individuo de esta especie está encerrado en su propio cerebro, en su experiencia personal (o así lo cree él mismo), y pese a que la mayor parte de sus valores éticos, religiosos y de otras clases, establecen la Unidad de la Vida, la religión más reciente, llamada Ciencia (que, por ser más reciente, es la más poderosa), ofrece una visión muy inadecuada e incierta de esa realidad incontestable. De hecho, el rasgo más distintivo de esta nueva religión, motivo principal de su ineficacia, es su empeño en dividir, compartimentar, encasillar…”

 

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Aunque aparece sin crédito, evidentemente fue Emilio Carballido quien escribió la página editorial del cuaderno de teatro Tramoya número 11 (abril-junio 1978), que dice, a propósito de los “150 años de Ibsen” (p. 3): “Los clásicos viven en un larguísimo día de hoy. Y los que ya no lo hacen, es que no eran clásicos, eran difuntos”.

Ilustración: Manuel Velázquez

En este número publican la obra “Los papeles del infierno”, de Enrique Buenaventura, dividida en varios cuadros. En uno de ellos, “La orgía”, un personaje dice (p. 17): “¡Así son los hombres! ¡Se pasan nueve meses luchando por salir y toda una vida luchando por entrar!”

Tomás Espinoza, en “Ben Jonson y sus Zorros”, cita lo que dicen ciertos personajes (p. 43): “Si no tuviese para hacerme el amor más que a mi marido, me ahorcaría” y “Los muchos partos hacen a una mujer vieja, como las muchas cosechas hacen a una tierra estéril”.

Faustino Pérez Vidal en una nota sobre Alberto Moravia, también cita (p. 94): “Los pobres todo lo quieren regalado y si ponemos el dedo en la llaga: los ricos todo lo consiguen regalado”.

 

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Fui, hace tiempo, a un encuentro de escritores al pueblo mágico de Tapijulapa, Tabasco. En un tendido al piso unos muchachos vendían libros. Allí me compré, en casi nada, este tesoro: Octavio Paz: Fernando Pessoa. El desconocido de sí mismo (UNAM, 2010), selección, traducción y ensayo de Paz. Pessoa y Paz juntos, ¿no es un sueño?

Dice Paz (p. 23): “Hay algo terriblemente soez en la mente moderna: la gente, que tolera toda suerte de mentiras indignas en la vida real, y toda suerte de realidades indignas, no soporta la existencia de la fábula. Y eso es la obra de Pessoa: una fábula, una ficción”.

Dice Pessoa (en “Poemas de Alberto Caeiro”, p. 61): “Cada poema dice lo mismo,/ Cada poema mío es diferente,/ Cada cosa es una manera distinta de decir lo mismo”.

Y habla del ser humano en “Tabaquería” (p.91): “Esclavos cardiacos de las estrellas,/ Conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;/ Nos despertamos y se vuelve opaco;/ Salimos a la calle y se vuelve ajeno”. Más adelante dice (p. 93): “Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él/ y no yo”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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