El monte quiere huir y el árbol habla
Casa de citas/ 303
El monte quiere huir y el árbol habla
Héctor Cortés Mandujano
La selección que hizo Francisco Montes de Oca de Poesía mexicana (SEP-Porrúa, 2004) va del viejísimo Francisco Terrazas, nacido en uno de los brumosos años de 1500 (¿1525?) y muerto tal vez en 1600, hasta Homero Aridjis, nacido en 1940. El volumen, claro, tiene versos admirables. Apunto algunos:
Sor Juana dice (p. 38): “Si tú fueras capaz de ser querido,/ fueras capaz de olvido…”
Manuel Acuña dice “Ante un cadáver” (pp. 118-120): “Ni es la nada el punto en que nacemos/ ni el punto que morimos es la nada./ Círculo es la existencia, y mal hacemos/ cuando al querer medirla le asignamos/ la cuna y el sepulcro por extremos. […] Tu cráneo lleno de una nueva vida,/ en vez de pensamientos dará flores. […] La materia, inmortal como la gloria,/ cambia de formas, pero nunca muere”.
Dice Salvador Díaz Mirón, en “El arroyo” (p. 137): “Quisiera, menos alma que piensa, serlo todo”.
Manuel Gutiérrez Nájera dice en “Tristissima Nox” (p.175): “La noche es formidable: hay en su seno/ formas extrañas, voces misteriosas;/ es la muerte aparente de los seres,/ es la vida profunda de las cosas” (de ese poema tomé, también, el título de mi columna).
El Arcano ha concedido, creo, a infinidad de políticos lo que pide Amado Nervo en “Al cruzar los caminos” (p. 218): “Sólo pido una cosa:/ ¡Que me libres, oh Arcano, del horror de pensar!”
A muchos poetas, a muchos poemas los he leído tanto que son consejos que me repito, como este verso de Ramón López Velarde en “Todo” (p. 270): “Uno es mi fruto:/ vivir en el cogollo/ de cada minuto”.
No han perdido vigencia los versos de López Velarde en “Suave patria” (p. 275): “Como la sota moza, Patria mía,/ en piso de metal, vives al día,/ de milagro, como la lotería”.
Un verso genial de Jaime Torres Bodet en “Prisa” (p. 319): “Todo instante es una herida”.
Octavio Paz dice en “Elegía interrumpida” (p. 354): “Quizá morir con otro no es morirse. Quizá morimos sólo porque nadie/ quiere morirse con nosotros, nadie/ quiere mirarnos a los ojos”.
Me encantaron estos tercetos de Griselda Álvarez en el final de “III. Vida”, de “Tríptico de primavera” (p. 376):
Nací para morir. No llevo prisa
porque avanzo a mi fin de igual manera,
corto la flor, abrevo la sonrisa,
tomo la sangre de la vida entera
porque un día seré polvo, ceniza,
y de ahí, nacerá la primavera.
Y son de “Hortus conclusus”, de José Emilio Pacheco, estos con los que me despido (p. 389): “Un hombre, a veces,/ puede mirarse vivo. Pero el tiempo/ le quitará el orgullo; y en su boca/ hará crecer el polvo, ese lenguaje/ que hablan todas las cosas”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
Sin comentarios aún.