Definición de noche
El diccionario más elemental dice: “Periodo que transcurre desde que se pone el Sol hasta que vuelve a salir”. Juan pregunta: ¿Qué pasaría si noche fuera un deseo?
Emilio, cuando alguien le pregunta algo de lo que no tiene idea, dice: “Pasé de noche”, como decir que se camina en la oscuridad y, por lo tanto, nada se percibe. Es una pena, dice Emilio, que no tengamos la visión del lince, la del gato, la del puma. Estos animales, concluye Emilio, pasan de día durante la noche.
¿Y si la noche fuera un deseo, tal como Juan lo plantea?
Si la noche fuera un deseo, todo mundo tendría su propia noche. El niño, la noche del papalote; la muchacha bonita, la noche de la caricia; el viejo, la noche del vuelo; la vieja, la noche de la noche infinita.
Si la noche fuera un deseo, mi mano tendría la noche de tus pechos; mis labios, la noche del jugo de lima; mis pies, la noche del camino de Santiago; mi espíritu, la noche del universo en la cascada que se deshace en mil gajos de agua.
Si la noche fuera un deseo, el escritor tendría una noche para escribir un arcoíris; la secretaria, una noche para prender la flama del tiempo.
Si la noche fuera un deseo, Castro Ruz tendría una noche para prender otra estrella a mitad de la isla; una celda tendría una noche para iluminar los barrotes que cancelan el vuelo del pájaro llamado libertad.
Pero la noche no es lo que Juan desea. La noche es el aullido de la ambulancia en la madrugada; es la caricia de la puta que tiembla en el aire; es la línea recta que siempre esquiva el borracho; es la mano titubeante del hombre que quiere bendecir la entrepierna virgen de la muchacha.
La noche es la piedra donde el cristal se quiebra y se deshace como azúcar en medio del vaso. La noche es el barco que, siempre, choca contra el iceberg del deshielo. La noche es la bandera que besa el culo del viento. Es el par de nalgas que besa la arena de la playa. Es la verga que siempre despierta ante la noche.
Sería bueno que la noche fuera el deseo para que todas las mujeres acariciaran una noche en su corazón, en sus labios y en su húmeda entrepierna. Sería bueno para que los hombres soñaran con la noche y se volvieran expertos caminantes en la madrugada.
Pero la noche no es el ideal de Juan. La noche es apenas el viejo que tose y esputa sangre; es el perro que ladra y se avienta contra la cerca; es la enfermera que abre sus piernas para recibir el miembro del médico internista, mientras la vieja de la cama ocho se retuerce de dolor.
La noche es la avenida solitaria con mil lámparas que son como luciérnagas que calman el hambre del lobo. La noche es la tarascada al incauto, al pobre velador que vuelve a casa.
La noche es el periodo en que el hijo duerme, después de oír el cuento que su abuela cuenta. La noche es el instante que se diluye en medio de la caricia del hombre que toca el pecho de su amada. La noche es la hora en que el mundo se coloca un par de audífonos y escucha a los Rolling Stone en intento de acallar el rasguño del silencio.
La noche es la boca sin dientes, el malecón sobre el desierto. La noche es la pausa donde el tic tac del reloj se magnifica; es la recta que se dobla como si fuera una espiga azotada por el viento.
La noche es la mano que busca el paso del pie que duerme.
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