Cuba y Fidel en Tuxtla y Sxbal II
A Gumaro Díaz López, mi segundo padre
Por tal razón, supongo —aún no reflexiono esta parte de mi vida, aunque creo, no será de mi interés escribir memorias—, muy pronto a una camisola de mezclilla, yo mismo, con mis propias manos, bordé en la espalda, con hilos rojos, la hoz y el martillo de los partidos comunistas del mundo. ¡Claro! Como era natural —aunque entonces nadie me había advertido… ¡Hacer eso era flagrante blasfemia!—, en el Seminario me hicieron quemarla en cuanto los preceptores me vieron con ella. Igual que tiempo después, quien fungía como guía espiritual, tras encontrar debajo de mi colchón una novela “sediciosa”, él mismo formalmente me la confiscó. Se trataba de Los de Debajo de Mariano Azuela.
A ese gusto inicial se deben todos mis coleccionismos asociados a papel, antigüedades, libros y revistas; muy en especial mis series de Life, antiguas, y las modernas National Geographic, Artes de México y Arqueología, estas dos últimas, inmejorables. A ello se debe que, en cuanto me voy a la Universidad, a San Cristóbal de Las Casas, opto por la licenciatura en Sociología; pronto nos enrolamos a un seminario de Marxismo y Movimientos Obreros, luego nos incorporamos a alguna organización campesina… de las que tiempo después dan origen al EZLN.
Desde la Prepa, naturalmente, todos escuchamos algo de música de protesta, latinoamericana. Pero es ahí, en la actual Facultad de Ciencias Sociales, en donde me enamoro de música y reflexiones, las que se transmitían por onda corta en Radio Rebelde y Radio Habana Cuba. Es cuando me acerco al rock en inglés, al blues, al jazz y al Bossa Nova, pero sobre todo a Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa, Quilapayún, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa y toda la Nueva Música Latinoamericana que en México circula, gracias a Discos Pueblo ¿Se acuerdan?, pequeña empresa ligada a las izquierdas.
Es el tiempo en que algunos leemos con fruición todo lo escrito por el Che Guevara: los diez pequeños volúmenes de sus Escritos y discursos, El diario del Che en Bolivia, el Libro Verde Olivo, El hombre nuevo… Cuando además de la música afroantillana, los ritmos cubanos y la Nueva Trova, conocemos a Silvio Rodríguez, a Sara González y a Pablo Milanés; pero también a Noel Nicola, Pedro Luis Ferrer y Amaury Pérez. En 1979 somos por primera vez “ponentes”, ante el Primer Congreso Nacional sobre Problemas Agrarios, el mismo que se efectúa en Chilpancingo. Ahí conocemos, a la entrada de la Sierra Guerrerense, los verdaderos, densos retenes militares del Ejército Mexicano, al gran Virulo polifacético humorista y a alguien más de la Nueva Trova.
Debo agregar que se debe a todo ese caudal de prácticas, conocimientos y toma de conciencia, que al medio-terminar la Universidad y casarme con Blanqui —Blanqui la de las buenas, las malas y las peores—, muy pronto, año 83 u 84, hacemos viaje a Guatemala para conocer de cerca las atrocidades del genocidio guatemalteco, y un año después, por fin tenemos ahorros suficientes para nuestro primer viaje a La Habana y Varadero. Lo demás, diría mi abuela Mariantonia… es lo de menos. Pues aunque algo hemos caminado desde entonces, es Cuba, después de México, el país que mejor conocemos hasta la fecha.
Finalmente, amigos, es en el Seminario Diocesano de Guadalupe, ratifico, en donde comienza toda esta experiencia entrañable de solidaridad, comprensión, incredulidad, crítica, oposición e izquierdas. Esas ideas que, en mi caso, vienen de finales de la Prepa y hasta hoy perduran en algún resquicio de mi voluntad. Época de nuestra adolescencia y primera juventud… De cuando recuerdo —y ahora mismo exalto con gratitud—, a los religiosos Daniel Mora Panduro, Rafael Martínez Cano (QEPD), Gumaro Díaz López, José Severo Castellanos (1939-2016) y José León Morgado, a quienes debo la porción más sólida de mi formación humana.
Aunque en esa misma repisa ubico a los recordados profesores del Colegio La Salle: José de la Luz León Martínez, Carlos Hernández Rizo, Joaquín Gutiérrez, Jesús Aquino Juan, Jaime Ramírez Padilla, Víctor Manuel Reina, Guadalupe Méndez Toscano, Porfirio Gómez García y Jorge Guillén Navarro, entre quienes vuelvo a ver a algunos en el CECyT del ICACH, actual Prepa Número Uno… a donde emigro tras desertar del Seminario en 1976, previa admisión por parte del maestro Romeo Bustamante Abadía, quien por esos días funge como director del plantel.
Y del mismo modo… tal como expresamos coloquialmente, “es el caso que” ahí precisamente, muy pronto me reencuentro con Fidel Castro, ahora hombre de Estado, líder indiscutible de la Revolución Cubana, aunque en ese momento junto a otros demonios mayores: Lenin, Marx, Mao e incluso el dirigente vietnamita Vo Nguyen Giap… entre las páginas didácticas y aún terapéuticas del bien ponderado historietista Rius, Eduardo del Río. Entre cuyas publicaciones destacan el famoso ABChé, Cuba para principiantes y su larga retahíla: Filosofía para principiantes, La revolucioncita mexicana, El mito guadalupano y todas las que hoy forman parte de la bibliografía gráfica mexicana. Fase durante la cual —finales del bachillerato— apenas inicio (o con los de mi generación, apenas iniciamos) las lecturas de Gabriel García Márquez, entre ellas Cien Años de Soledad, o las de Friedrich Nietzsche, entre las que se encuentran Así habló Zaratustra.
Y ya. Me despido, amigos, con las consignas popularizadas por Fidel y El Che; las mismas que pintamos una y otra vez en rojo o negro, durante nuestros estudios en la Universidad, sobre las bardas y muros de Tuxtla y San Cristóbal: “¡Hasta la victoria, siempre!”, “¡Patria o muerte, venceremos!” y “¡Hasta siempre, Comandante!”. Expresiones a las que hoy agregaría: ¡No al conformismo y a la mediocridad!, ¡Vivan las revoluciones, siempre!
cruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.
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© Fidel y el Ché, Ernesto Guevara De la Serna. Revista Life en inglés, 1959 (2016)
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