Crear y simbolizar

 

El concepto de Cultura ha sido trabajado por los antropólogos desde el nacimiento de esta disciplina de las ciencias sociales. En medio de los desacuerdos que existen en torno a su definición, es posible enunciar que en antropología, Cultura se refiere a la capacidad humana de crear y simbolizar. Los seres humanos han sido capaces de transformar a la naturaleza en un medio ambiente cultural, creando su propio mundo, simbolizándolo y transmitiéndolo a través de las relaciones sociales. Es decir, los seres humanos se cultivan así mismos. De hecho, Cultura es sinónimo de Cultivar. De aquí se desprendió la noción de que la Cultura es el ámbito de los creadores, refiriéndose a los intelectuales, compositores, escritores, pintores, dramaturgos y demás. La noción de Cultura se divulgó como sinónimo de creador y erudito (“culto”, dice el pueblo) de donde se difundió la noción de que existen seres humanos “cultos” y seres humanos “incultos”. Pero en la noción antropológica de Cultura, todo ser humano porta Cultura, siendo esta el sello mismo de humanidad. Solo que los Estados Nacionales manejan la noción de que la Cultura es el ámbito de la creatividad individual, las bellas artes, la literatura, y similares. Por ello, las agencias de los Estados Nacionales dedicadas a “difundir la cultura” a lo que se refieren es a ese ámbito de la creatividad individual, con sello propio, con autor localizado. En ese mismo ámbito, los Estados Nacionales dividen a la Cultura en “La Cultura” y en “Popular”, otorgando a esta última un sitial subordinado. Desde esa perspectiva, no es dado comparar un tejido de los Totiques de Venustiano Carranza, en antiguo San Bartolomé de los Llanos, con un cuadro de Diego Rivera. El primero corresponde al ámbito de “lo popular” mientras el otro es arte de “la Cultura”. Un antropólogo no acepta lo anterior, por las razones que expusimos. ¿Qué es entonces lo que difunden las Secretarías o los Institutos de Cultura? ¿Cómo se relaciona el poder con la noción de Cultura? La respuesta comienza por hacer notar cómo en la era de los Estados Nacionales y del capitalismo que vivimos, la noción de cultura que priva desde el poder, es la de los productos de creación individualizada, convertidos en mercancía. Lo que importa es la Cultura que resulta en dinero. Es el interjuego entre la política y el mercado en donde se decido qué es la cultura y qué se difunde y apoya como tal. En ese ámbito está la decisión de qué es lo financiable y que no es financiable. La política decide qué es lo que se debe vender por “cultura” mientras el mercado impone el precio. Pero lo más importante es la diferencia que se hace desde el ámbito de la política, de que la cultura es el medio propio de las bellas artes y de las humanidades y que la ciencia pertenece a otra dimensión. Y en  este sentido, los financiamientos para la ciencia “dura” son privilegiados por sobre los de la cultura, porque los Estados Nacionales bajo la égida del capital financiero necesitan el conocimiento para la guerra. Es esta el gran productor de capital. El capitalista contemporáneo no vive del trabajo, sino del dinero que produce dinero y el manantial más próspero para ello es la guerra. Así que Donald Trump habla el lenguaje que le dicta el capital financiero. ¿Para qué las humanidades, las ciencias sociales y las bellas artes? si ello no reditúa en dinero. En cambio, “la sociedad del conocimiento” basada en  una ciencia que aporta para la guerra, es lo prioritario. El otro miembro de esta ecuación es la tecnología de la comunicación convertida en arma de enajenación masiva. La dependencia de las sociedades hacia las computadoras y los teléfonos celulares es uno de los grandes logros del capital financiero, lo que les permite el manejo masivo de la opinión y la inculcación del deseo de consumir. Cada aparato es mejor que el otro. La máquina total en donde todo es posible se lleva en la palma de la mano. Menos la conciencia crítica que se queda en algún lugar del espacio sideral. La Cultura como capacidad creativa por excelencia queda expuesta a un estira y afloja por conseguir financiamiento. Dado que la Cultura es esa capacidad de los seres humanos para modelarse a sí mismos-a través de la creatividad simbólica y las relaciones sociales-resulta la parte medular que el poder necesita enajenar para que el orbe del capital financiero no pierda su hegemonía. Así que la gran cuestión de nuestro tiempo es el de la Cultura y a esta no podemos abandonarla en los brazos del mercado y del poder. ¿Qué hacer? es la gran interrogante sobre la que hay que incidir colectivamente. La cuestión está abierta: el camino apenas se inicia.

Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. 23 de diciembre de 2016.

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