A toro pasado: Donald Trump
Es imposible estar hoy en día sorprendido ante la avalancha de páginas escritas tras el triunfo electoral de Donald Trump en el vecino país del norte. Estamos en un mundo donde la información fluye más rápido que nuestro segundero y en una cantidad imposible de revisar, y mucho más de depurar. Ante tales hechos, que constituyen la galaxia conformada tras el nacimiento de internet, se comprenderá que reflexionar sobre las interpretaciones del triunfo del conservador republicano resulta prácticamente imposible, y más cuando ellas se producen a toro pasado, es decir, cuando hacer una lectura del electorado y del mensaje del candidato se producen después de saltar por los aires las encuestas y los vaticinios de los más sesudos analistas, o al menos así es como se venden y los comercializan los medios informativos donde se pasean en platós o escriben en sus páginas.
Ya dije en marzo de este año, y en la misma columna, que el mensaje político no era original de Donald Trump sino que él simplemente condensó lo que sin estructurar creían sus futuros votantes. Ahora las vueltas de tuerca de los análisis hablan de colores de piel, de condición económica o de ubicación geográfica del electorado a favor de Trump, pero a toro pasado, repito, hay que dejar a otro tipo de analistas esas explicaciones que tendrán más tiempo y herramientas para afinar las apreciaciones de esta victoria electoral que tanto ha sorprendido a algunos.
De manera breve señalo que ahora lo más preocupante, dentro de las muchas medidas que supuestamente va a tomar el nuevo Presidente estadounidense cuando se siente en el sillón de la Casa Blanca, el día 20 de enero del próximo año, creo que se centra en su política exterior. Muchos hablan, y lo seguirán haciendo, de la macroeconomía, del muro entre países o de las futuras repatriaciones de compatriotas o de otros migrantes ilegales en el gigante del norte, sin embargo uno de los aspectos fundamentales para comprender los significados de este inesperado triunfo de Donald Trump es la política exterior.
La inestabilidad mundial, nada ajena a la historia si se revisa cualquier siglo o lugar geográfico, está hoy sustentada en equilibrios bastante inestables dada la situación de Oriente Medio. Además de ello hay que estar atentos a las reacciones de los gigantes asiáticos frente a posibles rupturas de pactos económicos o a la imposición de aranceles extraordinarios a sus productos, que es imposible ver únicamente como problema relacionado con intereses pecuniarios o de relación comercial. Por lo tanto, considero que lo más prudente es esperar a las acciones internacionales emprendidas por el nuevo presidente estadounidense para vislumbrar la tranquilidad mundial y de los mercados, pero ello, hay que asegurar también, no producirá grandes cambios en la situación de injusticia social que se vive en México. Siempre es mejor pensar que el peligro viene de afuera, en vez de razonar, proponer y, si es posible, aplicar medidas internas para subsanar la gran distancia social entre ciudadanos del país y de la gran mayoría de América Latina. El nacionalismo cobija, sin duda, aunque sin soluciones es un canto de sirenas que obliga a amarrarnos como Ulises, aunque en este caso no para sucumbir a sus irresistibles reclamos, sino para no actuar.
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