Relax y Rolex
Casa de citas/ 299
Relax y Rolex
Héctor Cortés Mandujano
Lo terrible de The Act of Killing: Theatrical Cut (2012), de Joshua Oppenheimer, es que no es una película de ficción, sino un documental que replica lo que pasó en Indonesia en 1963 (o entre 1965 y 1966, como también dice el mismo trabajo fílmico): mataron a más de un millón de personas por el sólo delito de ser “comunistas”.
El director entrevista a los asesinos y les pide que narren y recreen cómo cometieron sus asesinatos y éstos, con cinismo y desparpajo, lo hacen: dirigen las escenas entre ellos, usan a personas de la calle para que representen a los torturados, los visten, los maquillan según sus deseos; uno de ellos se traviste repetidamente.
Un asesino cuenta, por ejemplo, que al principio mataban a la gente a golpes, pero el problema era la sangre; entonces ideó estrangularlos con un alambre (otro hombre le ayuda para que explique su procedimiento; luego el asesino, ya un viejo, baila, baila con alegría). El espectáculo es terrible, patético, animal. El gobernador actual, que aparece a cuadro (panzón, desdentado), también habla sin empacho de las matanzas: “Los asesinos son libres, actúan con libertad, el asunto es saber dirigirlos”.
El editor de un periódico, cuyo trabajo era interrogar a los supuestos comunistas (“No importaba lo que contestaran, cambiábamos las respuestas”), dice que su trabajo era hacer que la gente odiara a los jóvenes acusados que eran, sólo con eso, muertos a golpes: “Yo hacía un guiño y los mataban”.
El viejo asesino filosofa: “Yo soy un pandillero, un hombre libre, un marginado. Personas como yo hay en todo el mundo […] Puedo hacer cosas más sádicas que las que se ven en las películas sobre nazis”.
Dice el vicepresidente de Indonesia: “Los pandilleros no trabajan para el gobierno. ‘Pandillero’ significa ‘Hombre libre’. E Indonesia necesita hombres libres. Necesitamos pandilleros para hacer las cosas”.
Un asesino reflexiona: “Si la película tiene éxito vamos a demostrar que los comunistas no eran crueles, como decíamos; vamos a enseñar que los crueles éramos nosotros. Hay verdades que no deben salir a la luz pública. Hasta Dios tiene secretos”.
Los pandilleros lo tienen claro: los del Parlamento “son ladrones con corbata” y todos los partidos pagan para que la gente vaya a sus mítines
y vote por ellos. En eso México (Chiapas no se diga) es exactamente igual que Indonesia: “Hoy en día, nadie cree en las promesas de campaña. Todos nos hemos convertido en actores de telenovela”.
La conductora de un programa de televisión, que entrevista a las “estrellas” de este documental, dice que según un general (del que cita su nombre) los muertos fueron dos y medio millones. ¿Por qué no se han vengado?
“Porque no pueden”, responde el asesino mayor.
Lo dice un miembro del Parlamento, que participa en un momento de la filmación: “Lo que acabamos de filmar es horrible. Pero podemos ser peores”.
“Las violaría a todas, mejor si tiene 14 años; sería un infierno para ella, pero un placer para mí”, dice uno que violó a muchas “cuando éramos el poder”.
Han pasado más de cuarenta años. Los asesinos tienen mujeres, hijos, nietos, se mueven con total libertad. Sólo necesitan, como dice uno de los políticos millonarios que aparece jugando al golf, relax y Rolex. “Nadie puede castigarnos por lo que hicimos”.
En la secuela de este documental (The Look of Silence, 2014, también dirigido por Joshua Oppenheimer; los dos están en Netflix) el hermano de una las víctimas interroga a uno de los asesinos; éste afirma que la matanza no fue importante. El entrevistador explota:
—¡Mataron a un millón de personas!
El asesino responde, con tranquilidad:
—Así es la política.
En mi obra Acteal, guadaña para 45, escribí el discurso de un asesino que para justificar su trabajo decía al final (antes, en una escena fea, cruda, mataba de un balazo a una niña; era una espléndida actricita que hacía su personaje tan bien, que erizaba la piel): “Si en cada hombre, como dice el poeta, está representada la humanidad, entonces todos ustedes son asesinos como yo”. Y la gente aplaudía, casi invariablemente en las más o menos cien funciones que dimos. Nunca entendí, nunca entendimos por qué.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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