¡No al muro de la ignominia!
Pero qué mala pata, amigos! Por fin nos estábamos animando a visitar Estados Unidos, ir a Nueva York y a Washington, recorrer la costa oriental norteamericana, las trece antiguas colonias fundadoras del imperio gringo o… atravesar el país mediante sus trenes de largas distancias, desde el Este al Oeste. Pensábamos seriamente, por primera vez, conocer los cimientos histórico-geográficos de la América de los “americanos”, tras el probable triunfo electoral de Hilary Clinton. Pero es el caso… que los pronósticos de las averiguaciones y sondeos estadísticos valieron pa’pura… perdón, valieron una pura y dos con sal. Prueba de que el vulgo ya no confía en los inventos de la demoscopia.
No iremos a los Yuraresteis entonces, camaradas. Y lo peor del asunto: tampoco vamos a garabatear las crónicas-remembranzas de nuestros varios viajes a Cuba, pues pensábamos escribirlas, por fin, ahora que el compa Barack Obama iniciaba la apertura y el descongelamiento de las malas relaciones cubano-americanas; el desmantelamiento del “embargo comercial” con el que nunca se logró doblegar a Cuba; el bloqueo económico norteamericano sobre la isla, iniciado —por si ya se olvidaron o nunca supieron— en octubre de 1960.
¿Qué porqué? Porque esas crónicas se publicarían al mismo tiempo que aquí, en alguno de los medios electrónicos que lee la población hispanohablante en California; en los estados sureños, en la peninsula floridana y en la ribera de los Grandes Lagos. Naturalmente, en el entendido de que el gobierno de madame Clinton continuaría la estrategia de descongelamiento diplomático-comercial iniciado por el presidente Obama, verdadero hombre de Estado, hay que reconocerlo. Y entonces, la idea era que esas crónicas se decantaran al río de la difusión-sensibilización para favorecer el viaje de los latinos radicados allá, a la amada Cuba.
Pero… ¡Nanay de piña! Ni el mundo, ni las naciones, ni los gobiernos, ni la gente en general, ni los individuos particulares (Usted o nosotros), podremos concluir lo que deseábamos hacer con o en Gringolandia. Y mucho menos en un ambiente de relativa distención, comprensión, cooperación, liberalidad y tolerancia al nivel mundial, tal y como se venía oteando en las políticas internacionales del imperio: aperturistas, condescendientes, demócratas.
De aquí en adelante mejor —y como decimos coloquialmente en Chiapas—, machete estate en tu vaina: vamos a mantenernos informados y a la expectativa respecto del rumbo que toma el gobierno del reaccionario y ultraconservador Donald Trumph. Vamos a gastar o a invertir nuestros pesos en valores propiamente mexicanos. A viajar al interior del país con nuestros ahorros en pesos (pues salir ahora mismo a EEUU y a los países en donde rige el dólar, la libra y el euro, implica perder casi el 50 % del valor de nuestro dinero). Pero, por sobre todas las cosas, lo que debemos hacer es consumir lo nuestro y estimular la producción nacional, hasta donde nos sea posible. Preferir los mercados públicos, las tienditas y las empresas que hayamos detectado como auténticamente mexicanas, antes que visitar los supermercados de las grandes cadenas.
Se abre pues —cuando quienes creemos en las utopías, en la paz, en la convivencia armónica, en el buen vivir, en el bien estar, en el libre flujo de las personas y sus ideas, en la tolerancia y en el respeto absoluto a las diferencias—, un tiempo de grises nubarrones para la geopolítica y los flujos humanos-comerciales al nivel mundial; tiempo aciago, lóbrego y adverso… no sólo para los latinoamericanos ilegales radicados en ese país, o para los mexicanos, quienes hemos padecido a la pérfida y expansionista Gringolandia, desde el momento mismo de su constitución. ¡Pobre México! ¡Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!, dijo alguna vez don Porfirio Díaz.
Tiempo adverso y expectante, entonces, para el mundo entero. Cuba prepara movilizaciones militares en previsión de cualquier estupidez. Venezuela se pone aún más nerviosa ante las maquinaciones yankis. Europa teme el giro que pueda tomar el relanzamiento de su relación con Inglaterra y Rusia. Irán se previene ante la posible reversión de sus acuerdos nucleares y de seguridad con los Yuraresteis. El mundo musulmán observa la probable escalada militarista norteamericana en sus territorios (al igual que el aplastamiento del proyecto de recomposición de Irak y la fundación del Califato Árabe). Rusia afrontaría posibles desequilibrios en sus áreas de influencia comercial y geopolítica. China se las tendrá que ingeniar para continuar su revolución industrial y su expansión comercial hacia Occidente y… un largo etcétera.
Lo cierto es que estamos nuevamente ante el precipicio y la prédica de la supremacía norteamericana sobre el mundo, probablemente de alcances históricos; ante la posibilidad de la anulación de las libertades y preferencias públicas obtenidas hasta hoy: tránsito, empleo, libre empresa, libre contratación, ideologías, religiones, sexualidad, cultura y servicios públicos y asistenciales en general, pero sobre todo… Estamos —sin ninguna pizca de vacilación— ante la desnuda e impávida faz conservadurista de la sociedad norteamericana de siempre: mayoritariamente blanca y anglosajona… profundamente racista, guerrerista y xenófoba.
Ello se deduce, al observar el resultado de las elecciones, en donde más del 50% de los electores votaron sostenidamente en contra de la paz y en contra del respeto a la diversidad. A favor de las invectivas antinmigrantes y a favor de la misoginia y la homofobia, sello particular de las organizaciones supremacistas blancas, del Ku Kux Klan y demás organizaciones de extrema derecha.
Ojalá todos; los mexicanos, los latinoamericanos, y en general las mujeres y hombres, ciudadanos de todo el mundo, nos pongamos las baterías y nos mantengamos alertas. ¡No al muro de la ignominia!, ¡No a la intolerancia y al militarismo!, ¡No al racismo y al menosprecio del ser humano por razón de género, etnia, nación, ideología o religión.
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