La pornografía del poder
Quizá como nunca antes el país vive una de sus peores crisis institucionales de su historia. Desde el México pos-revolucionario no se veía una desazón que rebasa, en mucho, la coyuntura de un partido en poder. En realidad, es el sistema político en su totalidad la que está en juego.
Desde luego, eso no exenta al PRI de la debacle nacional; por el contrario, ha sido este partido quien se ha encargado, sistemáticamente, hacer más patente la monumental brecha entre gobernantes y gobernados, y la ineficacia de una institución política que dentro del imaginario popular únicamente sirve para robar, para servirse de la población. El “nuevo PRI” resultó ser lo que todos sabíamos, pero a grados de cinismo y degradación realmente inimaginables.
Tan indudable es esta “nueva” crisis que nos toca de nuevo vivir, que puede verse en la nula confianza de la gente en cualquiera de las instituciones. Ni una sola se escapa en el imaginario de la población: todo está mal. No hay justicia, no hay empleo, no hay atención a la salud, mucho menos a la educación, no hay incentivo de nada, no hay futuro. No hay gobierno.
¿Y dónde está el piloto? Muchos analistas han comentado lo innegable: desde Ayotzinapa no hay gobierno en el país. Pareciera ser que vamos en un avión donde el piloto desapareció y cada vez vemos más cerca una colisión de resultados aún no previstos. Se esfumó el Presidente. El Estado está vulnerable porque no hay quien administre la toma de decisiones. No es casual el aumento de la violencia en todo el país y la ola de crímenes que se suceden en todos lados. En Tuxtla cada vez hay asaltos en las vías públicas, robos en casas, crímenes de género donde nunca jamás existe un culpable, ni nadie pisa la cárcel por tal motivo. Ante la ausencia de legalidad y justicia, dos de los valores ciudadanos que el Estado debe de garantizar, la violencia del narco se aposenta como si nada, como si fuese parte de una normalidad en donde a todos se les busca menos a ellos.
Con el peso devaluado de nueva cuenta, se viene encima una crisis de enormes proporciones y no hay estrategia alguna que no sea elevar precios e impuestos mientras los jugosos bonos de los funcionarios estarán a resguardo este fin de año. Con una credibilidad cero, los gobernantes, enloquecidos por la marejada de millones de pesos en juego, apuestan a hacer aún más punzante la tensión entre ellos y nosotros los gobernados.
Decía la periodista Guadalupe Loaeza que el caso del exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, es vomitivo. Se quedó corta. Nunca antes se había visto una historia de robo, de tráfico de influencias, de crimen realmente organizado desde el gobierno de Veracruz para saquear todo, absolutamente todo, lo que pudieron este personaje y todo su séquito de gandallas y ladrones al servicio del PRI y de todo un gobierno. La transa sistemática y puntillosa anunciada desde hace seis años (y si nos apuramos, desde Fidel Herrera, o sea doce años), lo que significa la impunidad a todo nivel, a todo nivel de decisión, desde el estatal hasta el federal. Duarte, un político gris, segundón, que siempre cuidó su imagen obesa y su escaso capital político, ahora símbolo de la desvergonzada corrupción de gobierno, quizá la más en toda la historia, salió campante de su despacho cargando sus millones de dólares después de realizar el performance mediático y decirle al periodista en cuestión y a todo el país: “no soy rico, soy inocente”, para luego convertirse en prófugo de una Ley que todo el tiempo debió haber invocado para “gobernar” Veracruz. Todo visto por la federación que no hizo nada para frenar el quebranto de todo un estado y su población.
Entonces, todo se acomoda, y en cascada, todo resulta cierto. Con su anuencia Duarte cobijó el asesinato a periodistas y activistas; los Porkys violaron porque se sabían impunes; golpear a pensionistas forma parte de la normalidad en cualquier gobierno déspota; dejar sin presupuesto a la universidad pública, es mucho mejor que dejar de comprar residencias en Texas, en Madrid y en Polanco, pagadas por el erario, para todos sus familiares y prestanombres; que los trabajadores de Veracruz no puedan recibir sueldo de diciembre ni aguinaldos, no es tan malo porque es mejor ser multimillonario a costa de todos. Es el sistema. Así se sirve y así se gobierna en este país.
¿Culpable Duarte? Lo es, sin duda, pero también el congreso de mayoría priista que aprobó todas las tropelías. ¿O no se llevaron una cacherita de algunos milloncitos en esta danza de la pornografía del poder? Si estuviésemos en un país con un real Estado de Derecho, faltarían uniformes para los nuevos presos de la penitenciaria.
Lo peor: ni los Duarte, ni Borge, ni Padrés, son los únicos. Al parecer son todos los gobernantes y funcionarios en turno quienes, con el discurso de aplicación de la Ley en mano, son los verdaderos delincuentes, ya ni siquiera de cuello blanco, sino de los que no tienen llenadera y cada palabra y declaración que sale de su boca es de una de impudicia que no se puede creer. Obsceno. No se salva nadie. La máxima del imaginario popular es que si el Presidente roba, yo también puedo hacerlo. Luego nadie se espante si salen los “justicieros solitarios” o que se haga escarnio público si un gobernador se cae de su caballo mientras en los hospitales públicos no hay medicinas.
Si lo pornográfico es la frivolización de una parte de la vida cotidiana -en este caso el sexo-, o el escarnio de una experiencia que anula los buenos valores éticos y morales, cualquiera que estos sean, lo político en México, hoy día, sin duda entra en la escala de inmundicia que diario vemos en los comportamientos de estos acaudalados personajes que, sin el menor asomo de toda recato, se dedican a robarnos todo el dinero posible. Ojalá que no les alcance para robarnos la mínima dignidad. ¿Hasta cuándo aguantaremos?
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