La guerra de los kurdos es de mujeres y hombres

El llamado Estado Islámico, conocido por distintos nombres, se ha convertido en referente de políticos y periodistas para hablar de sus horribles atentados en Europa, narrar la guerra que se vive en Irak y Siria, o mencionar sin mucha profundidad el drama que ese conflicto bélico ha causado en la población civil con los miles de refugiados que se han lanzado al mar Mediterráneo para huir de la muerte.
La combinación de despropósitos e intervencionismos que han llevado a esta situación en tierras históricas de la civilización humana, son demasiados, así como las coaliciones entre países que apoyan a distintas facciones y que muestran los movimientos geopolíticos que construyen el mundo, ahora organizado a través de Estados. Y hablando de esta última institución casi mágica, como la denomina Michael Taussig, hay que hacer referencia a un pueblo sin Estado que lleva muchos años involucrado en conflictos políticos y bélicos, y que en la actual guerra está jugando un papel fundamental en el acoso contra los islamistas fundamentalistas.

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Este pueblo, dividido principalmente en cuatro Estados: Siria, Irán, Irak y Turquía, pero que cuenta también con presencia en otros países de la región, fueron históricamente nómadas y ganaderos y nunca han logrado obtener un Estado propio, algo nada excepcional en minorías ubicadas en uno o varios Estados, aunque hayan construido un discurso nacional.

El derrocado régimen iraquí de Saddam Husein, que incluso los atacó con armas químicas, la ortodoxia chiita de Irán deseosa de asimilarlos y Turquía desde que era imperio otomano han perseguido los intentos de sobrevivencia cultural y autonomía política de los kurdos, algo visible en la actualidad con el acecho, encarcelamiento y asesinato de miembros de este pueblo a manos del régimen de Erdogan, el actual presidente turco.
Musulmanes suníes o practicantes del yazidismo, una religión preislámica, los kurdos han visto fracasar todos sus esfuerzos diplomáticos y bélicos en busca de que les fuera reconocido un Estado propio, como ocurrió tras la Primera Guerra Mundial con el Tratado de Sèvres de 1920, que nunca entró en vigor. Y hoy en día están involucrados, de nuevo, en una guerra destinada a defender o recuperar sus territorios en Siria e Irak, además de aguantar los embates dictatoriales de Erdogan, crecido tras el supuesto golpe de estado que recibió hace unos meses.
Las modalidades para su persecución han sido muchas, y también las que han tenido los kurdos para defenderse. Hoy en día tal vez lo más visible sean las Unidades de Protección Popular, conocidas como YPG, milicias armadas compuestas por mujeres y hombres kurdos de Siria que luchan contra el Estado Islámico. Incluso las redes sociales hicieron famosa a una de sus combatientes, Asia Ramazan Antar, a quien se llamó la Angelina Jolie kurda, y que murió en combate este año como muchas milicianas mujeres dispuestas a enviar al infierno a los islamistas, quienes creen que eso les ocurre si fallecen a manos de una mujer.
No se sabe el desenlace de este conflicto que ha destruido vidas, países y desplazado a demasiadas personas de su lugar de origen, sin embargo lo lógico es que los kurdos no tendrán fácil su reconocimiento futuro como Estado a pesar de su actual lucha, y eso ocurre porque el reparto geopolítico del mundo está correlacionado con los intereses de las grandes potencias involucradas en esta guerra, en especial Rusia y Estados Unidos, aunque el gran ganador del mismo sigue siendo Israel que ve como sus vecinos se desangran, y un declarado aliado es electo como presidente de los Estados Unidos.
Todo ello habla de las dificultades que las minorías, en cuanto a población, y que están asentadas en un Estado o divididas en varios, tienen para ser reconocidas políticamente. Los kurdos, un pueblo numeroso pero difícil de cuantificar por su dispersión, son un modelo claro de esta situación y ofrece un espejo para otras minorías que con proyecto nacional, o sin él, ven la imposibilidad de tener un reconocimiento de su diversidad. El mundo está lleno de estos casos, muchos desconocidos, pero Chiapas y México, con todas sus diferencias, hacen visible estas realidades ocultadas o convertidas en folklore pero que con asiduidad brotan como reclamo político ante el desconocimiento de muchos ciudadanos.

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