Definición de collar
A Martín le pregunté qué imagen llegaba a su mente al oír la palabra Collar. Él se llevó la mano al cuello y, con sus dedos pulgar e índice, formó un medio círculo. “Perro”, dijo. Explicó que la primera imagen que le llegó fue la de un perro con collar.
Ya luego se explayó, dijo que también pensó en el collar que llevaban los negros esclavos de las plantaciones del sur de los Estados Unidos; es decir, Martín relaciona la palabra collar con sujeción, con esclavismo.
Fui a la oficina de Martha, me senté frente a ella y le pregunté lo mismo que a Martín. Ella echó para atrás su sillón de piel, entrecerró los ojos y dijo que había visto uno precioso con diamantes en su más reciente viaje a Nueva York. Lo había visto en un aparador de la calle 23, en Manhattan; es decir, Martha relaciona la palabra collar con el glamur.
Los defensores de derechos de animales sostienen que los collares de castigo que los entrenadores de perros les colocan son objetos de tortura. Y no están equivocados, porque los collares que llevaban los esclavos no era más que un elemento que cancelaba su libertad.
Martha dice que es uno de los objetos más bellos que una mujer puede ostentar. Si algún varón desea obsequiar una joya debe pensar en un collar para la mujer amada. Siempre que una mujer acude a una ceremonia o un acto protocolario elige un collar para realzar su belleza física.
La tía Nelita decía que todo era pura vanidad. Ella ensartaba ajos en un hilo de cáñamo y, en gesto amoroso, todas las noches, antes que la nieta se metiera debajo de las colchas, le pedía que agachara su cabeza y le ponía el collar para evitar los visitantes malignos. Cualquiera que entraba al cuarto de Rome recibía la bofetada del tufo de ajo.
Juan De la Barrera, narrador colimense, tiene un cuento cursilón pero interesante, en el que narra cómo un modesto fabricante de joyas en filigrana se atrevió a enamorar a una muchacha hija del mayor hacendado de la región. La muchacha se burló de su deseo, entonces él se empecinó más. El joven fue al bosque y levantó las hojas secas más delicadas de un arce. De igual manera que hacía la tía Nelita, él hizo un collar hermosísimo con tales hojas. Luego, con hilos de oro manufacturó un collar que era réplica exacta del collar con hojas secas. La mínima nervadura de la hoja natural estaba impresa en la hoja de oro. El día de cumpleaños de la joven, el enamorado colocó ambos collares sobre almohadones forrados con terciopelo rojo y los puso sobre una mesa de cedro. La joven los vio y tomó el que la razón dictaba: el collar de oro. Se lo colocó y fue hacia el espejo para admirarse. La encargada de la limpieza halló el collar de hojas secas y preguntó qué haría con él. La hacendada le dijo que lo tirara a la basura, pero ella lo llevó a su pecho y pensó en conservarlo para siempre. En la noche se lo puso y se vio al espejo, se sintió feliz.
De todo esto se enteró el joven (el narrador nunca cuenta cómo), así que, como en clásico cuento de final feliz, no volvió a insistir con la joven hacendada y se casó con la mujer sencilla.
El final del cuento mejora cuando la hacendada, a la mañana siguiente, se pone el collar y siente un desasosiego que no sabe bien a bien porqué sucede. Hasta que se da cuenta que el collar es tan perfecto que, en lugar de realzar su belleza, la opaca. Toma el collar y lo lanza tan lejos que cae en el patio de la casa del joven artesano. La mujer toma el collar y el joven duda, porque cree que se decidirá por éste, pero la muchacha levanta el collar por lo alto y dice que podrán venderlo y así lo hacen y con el dinero pasan una luna de miel en Cancún. Y tan tan. ¡Final feliz!
Martín dice que las muchachas que se subliman con los collares de oro aderezados con brillantes tienen propensión a la sujeción, que, tal vez (malcriado), en alguna vida anterior fueron chuchas.
Sin comentarios aún.