Infalibilidad gubernamental
(Para el buen amigo Sarelly Martínez, siempre preocupado por el futuro de Chiapas)
Si algo caracteriza a la Iglesia católica es contar con un máximo dirigente, el Papa, cuyas palabras y reflexiones son infalibles, es decir, que lo que dice es imposible de ser rebatido por ostentar como máximo pontífice la representación de Dios entre los hombres. No cabe duda que para cualquier ser racional esta barbaridad tiene poco sentido, ya que se trata de un simple ser humano ungido por elección de otros seres humanos de la jerarquía católica cargados de intereses de toda índole. Si el espíritu santo los ilumina y los posee para nombrarlo sería magnífico que sus sesiones fueran abiertas y así poder, los creyentes, observar cómo se produce este milagro anatómico y paranormal. Como tal circunstancia no ocurre ni sucederá, tendremos que seguir dudando o creyendo, depende de la postura que se tenga ante tal institución religiosa.
También otros pueblos en la historia consideraron a ciertas personas infalibles y así cometieron múltiples atrocidades, aunque con certeza los monarcas absolutos europeos, ubicados en su trono por la gracia divina, fueron muy visibles en su decir y actuar. Su posición de rey no la otorgaban los súbditos, como eran considerados sus conciudadanos, sino que el propio Dios les daba esa potestad. Ridiculez en la actualidad pero que en muchos de nuestros países de América Latina se repite, y México no es la excepción, como siempre.
Solo observando el caso de Chiapas es suficiente para darnos cuenta que hay cosas que tardan en modificarse. Si nuestro cuerpo se transforma con más lentitud que la comprobable en los cambios tecnológicos, algo similar es visible en las prácticas políticas que se niegan a desaparecer e, incluso, se agudizan como ha ocurrido en los últimos sexenios en la entidad chiapaneca. Hoy, como ayer, los primeros mandatarios e incluso muchos miembros de sus gabinetes creen –porque es cuestión de creencia- que su mandato es pseudodivino. No sólo son intocables o quieren ejercer casi como reyes taumatúrgicos medievales, curando heridas y enfermedades del pueblo sólo por acercarse a él, sino que sus discursos y acciones resultan infalibles porque los dicen o las hacen ellos. El resto de la ciudadanía ejerce el papel de vasallos, súbditos, y algún miembro de la misma hasta se convierte en palafrenero y correveidile de estos tocados por el sacro poder, cada vez más ridículamente llamado democrático.
Como se puede comprobar de forma constante ni los que se erigen como contrapesos del poder, entiéndase los diputados locales, cuentan con la capacidad de ejercer su mandato constitucional y están imposibilitados de asumirse como oposición o llevar a cabo crítica alguna. El otro poder del Estado, el judicial, mejor ni mencionarlo. No vale la pena lamentar esa ausencia de autonomía de la gran mayoría de sus representantes.
Lo que nos queda, al parecer, es una práctica tan antigua como deplorable, la del temor y la sumisión ante figuras que son humanas, como el Papa o los pretéritos reyes absolutos. La modernidad política nunca llegó a muchos rincones de México, pero Chiapas se ha erigido en el mayor ejemplo de esta imposibilidad de liberación de conciencias y actitudes. Cambios no se vislumbran, así que habrá que seguir lidiando con la realeza local en turno y su corte sexenal, en espera de algún tipo de transformación que ya no estará ligada a dictados liberales, esos no parecen tener un nítido futuro. Habrá que estar pendientes de los caminos que dictarán los ciudadanos, que en su mayoría no ejercen en la actualidad como tales, para otear horizontes de participación en las decisiones de gobierno, aunque soy pesimista en cuanto las modalidades que puedan surgir. Ojalá me equivoque.
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