El camino de la narrativa de Jorge Ibargüengoitia, desde la mirada de Daniel Durán Ruiz

Por las tardes, antes de dormir su siesta, Jorge Ibargüengoitia se decía en voz alta: “Qué chingón soy”.

Esa palabra tan cotidiana, tan suya, figura poco en sus libros. El verbo chingar aparece solo en las novelas Dos crímenes y Las muertas, con expresiones como: “hijo de la chingada”, “ahora sí me llevó la chingada”, “chingar a su madre”, “chingue y chingue”, y, aunque no lo menciona, obviamente su cuento “La ley de Herodes” refiere el famoso refrán mexicano de “o te chingas o te jodes”.

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El verbo chingar, dice Octavio Paz, es maligno, ágil y juguetón como un animal de presa. Ibargüengoitia lo sabía, y si viviera creo que diría, a propósito del ensayo que sobre él acaba de escribir Fernando Daniel Durán Ruiz, que es un texto “chingón”.
El arte de abrir y cerrar puertas, el camino de la narrativa de Jorge Ibargüengoitia es un ensayo sobre un momento coyuntural en la vida de este escritor que ha resistido la prueba del tiempo y que sigue siendo muy leído en México.
El título del magnífico y preciso ensayo de Daniel Durán apunta al instante casi, en que Ibargüengoitia decide cerrar las puertas de la dramaturgia para adentrarse a los terrenos, no menos dificultosos, de la narrativa.
Su deseo y su pasión estaban enfocados a destacar y construirse un nombre como autor de obras de teatro, pero su maestro Rodolfo Usigli, el que bendecía y enviaba al purgatorio a alumnos, no lo incluyó en la lista de los dramaturgos de proyección. Aparecieron otros nombres, pero no el de él.
A la par, Ibargüengoitia se atrevió a criticar a Alfonso Reyes, uno de los dioses del parnaso literario de los sesenta. El motivo: una obrita de teatro mediocre del maestro regiomontano, titulada Landrú, y que mereció la defensa ofuscada del jovencísimo Carlos Monsiváis.
No bendecido por Usigli y acorralado por los defensores de Reyes, Ibargüengoitia exploró el camino de la narrativa, y lo logró nada menos que con Los relámpagos de agosto, la hilarante historia que sepultó a la novela de la revolución y proyectó a su autor al mercado latinoamericano al ganar en La Habana, el Premio Casa de las Américas, ante un jurado presidido por Ítalo Calvino.
Para analizar esta coyuntura vital en la obra de Ibargüengoitia, Daniel se sirve de la Teoría de la Recepción, perspectiva con la que indaga el proceso receptivo del texto en cuestión. Desde esta mirada, los autores parece que quisieran decirnos que son responsables de lo que escriben mas no de lo que interpretemos, deformemos o intuyamos. “El que lee mis palabras, dijo Borges, está inventándolas”.
El texto, al ponerse en circulación, ya no pertenece más al autor, sino a los lectores y a los múltiples significados que puedan otorgarle.
El éxito logrado por Los relámpagos de agosto causó ciertos resquemores entre los críticos y literatos, pero el premio y la calidad del texto permitió al paso del tiempo un reconocimiento cada vez mayor al irreverente escritor guanajuatense. Hace unos meses, la revista Letras Libres le dedicó con justicia su dossier central.
Para mí, ha sido una agradable sorpresa que Daniel se haya fijado en este autor, uno de mis favoritos, y haya construido un trabajo tan completo sobre Los relámpagos de agosto, así como el debate que se registró en la Revista de la Universidad por la crítica zumbona, llegaron a decir algunos, de Landrú, del entonces intocable Alfonso Reyes.
Daniel Durán es un ensayista extraordinario, transparente y documentado, que invita con amenidad a que leamos a un escritor festivo, con pocos herederos en la literatura mexicana.

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