Definición de seis
Cualquiera diría que es un simple número. Si fuese preciso explicar con piedritas o manzanas el maestro colocaría una serie de palitos hasta formar el número buscado. Un número que, dicta la matemática, estaría entre el cinco y el siete.
Y esto que acabo de escribir es el problema de todos los números, excepto del cero y del infinito. Todos los números están entre uno y otro. Esto, que pareciera intrascendente, define la veleidad del universo. Imaginemos un universo que oscilara entre el cero y el infinito; es decir, un universo perfecto, construido entre la nada y la eternidad.
Acá los expertos, siempre jodones, dirán que el cero está entre el uno y el menos uno. Pero esos científicos son los que restan, en lugar de sumar.
Sin números entre el cero y el infinito, el universo funcionaría sin rémoras.
El problema del universo es la existencia de millones y millones de números.
En Comitán existe la costumbre de decir “ando en tal número de años” cuando alguien pregunta la edad. Si una persona, por ejemplo, cumplió los cuarenta y dos años de edad, dice que “anda” en los cuarenta y tres. Con ello se constata la necesidad de ignorar el número precedente. Hay en el subconsciente una piedra que es como una losa. Si cumplí cuarenta y dos años, mi edad está entre el cuarenta y uno y el cuarenta y tres, por esto, la costumbre comiteca, impele a ignorar el año cumplido y exige decir que se camina en el cuarenta y tres, como si con ello se aboliera el número anterior y sólo existiera el que está en el futuro.
¿Y si, como mero juego, en ese afán de borrar esos límites, desarmáramos las estructuras mentales y jugáramos con los números imaginando que sólo existe el seis? ¿Se podría decir que no fueron tres mosqueteros sino seis? ¿Por qué no? Si en realidad ese juego de los tres mosqueteros también iba en el mismo sentido porque fueron cuatro y no tres. Seis dimensiones, seis ángulos en los cuadrados y en los rectángulos.
¿Sería posible imaginar un mundo en donde las personas, todas, tuviesen una edad de seis? ¿Qué no ya Gunter Grass nos regaló un personaje que tuvo tres años y no más?
Como una vez me dijo la maestra Lupita, maravillosa dramaturga comiteca: “Si la reencarnación existe pido reencarnar en vaca, porque si he sido tan feliz con dos tetas ¡imaginá lo que haría con cuatro!”. Vacas con seis tetas, muchachas bonitas con seis pechos, hombres con seis testículos (acá no faltará el experto en anatomía que refute tal idea diciendo que si el hombre tiene seis penes deberá tener doce testículos, pero no siempre es así, en Comitán se dice que alguien es “chiclán” cuando sólo tiene un testículo), viejos con seis ojos, niños con seis piernas, niñas con seis narices, tierras con seis soles y seis lunas, periodos presidenciales en Estados Unidos de seis años, educación total con ciclos de seis años. Todo sería enumerado con tal guarismo: seis, seis deseos, gatos con seis vidas, bibliotecas con seis libros básicos, días con seis horas, cielos con seis nubes, nubes con seis lluvias, lluvias con seis galones, galones con seis incendios.
Un amigo me dijo que esto no es posible, que interrumpe, sólo como ejemplo, el paso del tiempo. Que nada permanece, que todo es evolutivo y que el número no hace más que otorgar un lugar a cada cosa, en el tiempo y en el espacio.
¿No es posible acomodar el cerebro a un seis permanente y constante?
¿Qué sucedería si al seis le quitáramos esa costumbre absurda de agregarle uno y otro seis para formar una cifra, igual de tonta, que se autonombra la cifra: seiscientos sesenta y seis?
Sí, no es posible adecuar a nuestra mente con la idea de un solo número.
Este texto es la muestra. El lector que soportó la lectura hasta esta línea piensa que perdió seis minutos valiosos de su vida, de una vida única, sin universos paralelos.
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