Tuxtla, entre inundaciones y malos gobernantes
A Tuxtla Gutiérrez le han hecho más daño sus malos gobernantes que las inundaciones, las cuales ha padecido de forma sistemática a lo largo de su historia, aunque agravadas en los últimos 15 años.
El río Sabinal ha registrado “repentinas crecientes en sus márgenes”, dice Arturo Mérida Mancilla, en su libro Cien años de evolución urbana en Tuxtla Gutiérrez.
No obstante esa historia de daños ocasionales, que conllevaba destrozos de sembradíos de maíz, el río y sus afluentes alimentadores han sido cercados, obstruidos y convertidos en espacios para la edificación, bajo la complacencia y la rentabilidad financiera del ayuntamiento capitalino.
Ese historial oscuro se ha ido convirtiendo poco a poco en una bomba que puede estallar en cualquier instante con resultados catastróficos mayores, y no solamente con desgracias aisladas.
A partir de los noventa, las inundaciones han sido más frecuentes, sobre todo en el ramal que alimenta al Sabinal, seco todo el año, pero que crece inusitadamente en la época de lluvias.
Ahora año tras año se registran inundaciones. Las más graves que se recuerdan son las del 18 de agosto de 2010: dos horas de lluvia ocasionaron inundaciones y pérdida de enseres y viviendas. El gobierno federal tuvo que declarar a Tuxtla zona de desastre y abrir el presupuesto del Fondem. Tres años después, el 19 de septiembre, ante una situación similar, hubo otra declaratoria de desastre y más apoyos del Fondo Nacional de Desastres.
Con la inundación de la semana pasada, que cobró tres muertos y que de acuerdo al gobernador Manuel Velasco fueron provocadas por una lluvia de 115 milímetros, las más intensas en 32 años, se espera una declaratoria semejante que permita recibir apoyos federales.
En esta historia de desastres, más frecuentes y cada vez más graves, no podemos ser excluidos los ciudadanos de la responsabilidad que corre la ciudad, en particular por tirar todo a la calle y talar de forma inmoderada los árboles de los alrededores, pero las autoridades han permitido la construcción en zonas peligrosas, y no han logrado hacer realidad una red de drenaje pluvial, cuyo esquema básico se presentó a principios del 2000.
El asfaltado de calles, que inició en el gobierno de Rafael Pascacio Gamboa a mediados de los cuarenta, para “borrar la fisonomía de Tuxtla su sinuoso aspecto primitivo”, según dijo, no fue acompañado de una obra de desalojo de aguas pluviales. De cuatro calles pavimentadas en los cuarenta, se pasó a 109 cuadras en 1964, unos 228 mil metros cuadrados.
Los gobiernos sucesivos continuaron con los trabajos de pavimentación sin detenerse a construir drenajes pluviales, porque las obras bajo tierra, difícilmente mejoran la reputación de los políticos.
A la par, Tuxtla registró un crecimiento exponencial. De 15 mil 883 habitantes en 1940, pasó a a 28 mil 260 en 1950, a 41 mil 224 en 1960, a 66 mil 851 en 1970 y a 131 mil 96 en 1980, con una tasa de crecimiento de casi el diez por ciento en esa década, la mayor del país. Actualmente, INEGI indica que la capital es habitada por 613 mil 231 habitantes, pero con su población flotante, llega al millón de personas.
Para tener una ciudad más habitable, tampoco ayudan las más recientes administraciones locales. Sabines, como presidente municipal, inauguró la época oscurantista y corrupta que aún padecemos.
El actual presidente municipal, Fernando Castellanos Cal y Mayor, a quien le pesan sus deseos de venganza contra quienes no votaron por él, no se ha propuesto trascender por obras que marquen el futuro de la capital. Se han construido algunos drenes, pero de tan aislados y mal planeados, que no han contribuido en mucho a mejorar la mala situación.
Cuando Carlos Morales Vázquez era candidato a la presidencia de Tuxtla me comentó que se había reunido con expertos, quienes le habían dicho que era urgente construir bajo el lecho del río Sabinal un drenaje pluvial que diera salida a las crecientes ocasionales provocadas por las lluvias.
Ese sería el punto de arranque para mejorar la red de drenajes, pero con su doble derrota a la alcaldía, el proyecto quedó olvidado y los expertos marginados.
Es necesario, más que aferrarse a las obras de relumbrón y a las ocurrencias, que el gobierno municipal trabaje con especialistas y urbanistas para proyectar una ciudad más amigable para sus habitantes y visitantes.
Esperemos que lo haga, porque las malas decisiones, más que los políticos, lo padecen los otros habitantes, en especial los más desprotegidos.
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